La expresión en el rostro del Rey Olo era indescifrable, sus cachetes por lo general colorados y regordetes se secaron como una pasa de uva y el color viró al violeta más absurdo. Sus lacios cabellos dorados se tornaron verdosos y ensortijados como resortes enloquecidos. La nariz de perfecta y escultórica proporción se ladeó hasta convertirse en un hueco con carne colgando, laxa, blanca y muerta. Aquellos ojos por lo general vivaces y serenos explotaron como bombas subacuáticas y solo dos huecos sin sentido y rojos quedaron como testigos. Su boca en cambio permanecía bella y roja y habló con una paz rara vez perceptible en el planeta de los olos. No nos es permitido replicar aquellas palabras. Con suerte nos permitieron vivir y contarles esto: el ascenso de un nuevo monarca, la continuidad de la estirpe, miles de años condensados en segundos, el volátil momento buscando refugio en los corazones de los olos. Creo que un día de estos nos sacarán incluso las cadenas y dejaremos de com...
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