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Mostrando entradas de noviembre, 2011
En la noche, entre los cañaverales, perdido y solo, se hallaba el lobo de las pampas. Su figura robusta y temible proyectaba una sombra muy larga, tan brillante estaba la luna, llena y blanca como mazapán. Caminaba lento, olfateándolo todo. Su hocico heredaba el conocimiento de miles de lobos que habían logrado sobrevivir al hambre, al diluvio y al hombre. En sus ojos ardía un deseo tan intenso de sangre que solo una matanza saciaría su alma. La luna se volvía naranja a medida que el eclipse avanzaba. El lobo sabía que debía avanzar sin ser visto ni oído. Movió su gran cabeza hacia atrás y vio que era seguido. Satisfecho, siguió su camino. Tenía un plan, una estratagema y a cada paso se sentía más seguro. Era un Lobo Maestro. Un lobo consciente de sí mismo. Un lobo superior. Una bestia feroz y terrible pero despierto y audaz. Continuó su andar pisando con seguridad y confianza, dejando aquellas huellas que los cazadores seguirían sin duda, esperando matarlo por el solo hecho de haber ...
Parcialmente cubierta por una espesa nube, la torre se alzaba inmensa y majestuosa como un demonio, como un dragón, como un tótem de luz. Debajo, muy lejos de allí, los juglares se divertían y apasionaban a la multitud con sus cantos y chanzas. Edwin se acercó hacia la puerta del castillo y golpeó tres veces. Una voz contestó preguntando por una seña. El guerrero de a pie, cubierto por una gran capa verde habló en un idioma incomprensible y la puerta fue abierta de par en par. Mientras tanto las doncellas de la feria en el centro mismo de la ciudad desplegaban toda su gracia con sus bailes típicos, la danena y la matocurpia. La nube siguió su camino y dejó al descubierto la gran torre central y todos gritaron de felicidad. Edwin ya estaba en el gran salón del gobierno y fue recibido con honores, el límpido cielo se consideró una buena señal y los consejeros del rey Morcabbia asintieron cuando éste les preguntó si debía recibir a aquel hombre de fama legendaria. Afuera seguía la fiesta...
Corrí por el bosque oscuro. Serpenteaba rozando con mi palma la corteza de los árboles con la cualidad de un mono de tierra. El cielo parecía contraerse y expandirse haciendo que las estrellas pasaran de pequeñas luces lejanas a inmensas linternas ominosas. Estaba agitado pero la adrenalina de la furia y esa extraña valentía que surge de la claridad me mantenían rápido como un halcón de caza. Sabía que mi amada estaba en peligro. Estaba siendo atacada por un chino invisible. A la distancia me pregunto que me hizo creer que podría hacer algo contra alguien con el don de la invisibilidad, pero en ese momento mi único objetivo era tomarlo por el cuello y partírselo, escuchar un "crack" y escupirlo luego con asco y odio. Llegué justo a tiempo para evitar que a ella le pasara algo. Y ahí mismo entendí que ella fue el cebo: el chino invisible me quería a mí. Peleamos por un rato y si bien yo no lo veía, sentía mis golpes cuando los podía conectar. El chino me golpeó muy fuerte, e...