Era de hierro. Burbujeaba como sal. Estalló en mi rostro escupiendo sus minerales ácidos y me hizo ciego. No puedo saber de donde viene a mí esa añoranza por las tierras polacas. Castillos, montañas, nieve y vodka; mujeres rubicundas y rubísimas junto a los trineos y criaturas perversas que anidan en la imaginación de un pueblo tan extraño como sólido. Hay una similitud rara entre mi pueblo natal y estas tierras pobladas por los nietos de los vampiros. Dicen que cuando se trasladaron las principales familias de la Cofradía de la Sangre a tierras cercanas a Varsovia, las aves, osos, ardillas y liebres se fugaron como si huyeran de un tornado. En cambio las buenas personas los recibieron con guirnaldas y deseos de prosperidad. Pobres almas. Una a una cada persona que confió en los extraños fue sometida a un baño de sangre y convertidos en monstruos horrorosos que como sombras de su pasado deambulaban entre la vida y la podredumbre buscando una redención que no llegaría nunca. L...
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