En los comienzos era el vacío, la luz codiciaba un espacio y se infiltró nombrándose emisora del Creador. El espacio infinito no lo tomó a mal sino que al contrario, la alentó a que se instalara como parte del todo. Sin embargo la luz era insidiosa y sin cesar creaba sombras sobre la mente del vacío. Dios no intervino directamente sino que dejó a la suerte el balance del cosmos con la idea de que cualquier fuera su derrotero, sería lo correcto. La luz –que se decía hija del Creador- impuso condiciones tanto para su permanencia como para su ausencia. Dijo en la lengua secreta de los elementos que se le debía un respeto especial ya que en su condición de auto iluminada era más digna que la oscuridad que representaba la nada cósmica. Ésta no se defendió ni hizo movimiento alguno. Dios observaba el escandaloso comportamiento lumínico pero tolerante como era, hizo silencio divino.
Con el tiempo fueron creados los elementos, la materia y los seres vivientes y la tradición hizo de la luz el costado deseable de la existencia. Las gentes no podían vivir asfixiados de calor y cegados y aún así pretendían elevar loas a la luz.
La oscuridad, vieja y sabia calla aún a la espera del equilibrio final


ASTARTÉ VILLALOBOS, 2015 “Los ensueños de la comunidad Chaque, un estudio antropológico a las antípodas de la tradición” (Ed. Santancordia & Tolosa)

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