LA GRAN INSTITUCIÓN
Carmelo confesó sus pecados. El sumo sacerdote lo miró con desdén y lo pateó con violencia. Desde el piso el hombre rogaba por su vida. El candelabro tembló y cayó sobre su rostro clavándole una punta de acero afilada en la córnea. De la furia pasó su santidad a la frialdad más helada y con lentitud se arrodilló frente al cuerpo lacerado de Magnul el Locuaz que con el ojo explotado parecía una fruta madura reventada por un insensato. Con parsimonia propia de un oficial de los dioses, acercó sus labio al oído sangrante del infeliz Magnul y le mordió la oreja hasta arrancársela. Cuando se levantó con la misma calma, su túnica blanca quedó salpicada de gotas rojas. Volvió al púlpito. Los feligreses miraban en respetuoso silencio, algunos murmuraban para adentro una oración. El juicio había sido impecable y la confesión arrebatada con amenazas y engaños había servido para dejar tranquila a la concurrencia. Magnul era culpable. Se lo dejó vivo. Vagó sin rumbo el resto de sus días y se alimentaba de restos y limosnas. Engañar, señores, mentir con descaro, se pagaba en Letrania, con algo más que el despojo. El alma del penitente quedaba en calidad de prisionera en las arcas de la gran Institución. Mientras el cuerpo vacío y somnoliento deambulaba sin ningún criterio por las llanuras del mundo.
LAGONIO PERSIMUS (1235)
HISTORIAS DE LA GRAN INSTITUCIÓN. Codex Parsinio, Ed. Verna
LAGONIO PERSIMUS (1235)
HISTORIAS DE LA GRAN INSTITUCIÓN. Codex Parsinio, Ed. Verna