Sin saberlo, Lidia Télesis encontró la entrada al reino de los Hapas.
Era una mujer sencilla. Su mayor preocupación era la de alimentar bien a sus animales. Les traía bellotas y hongos del bosque, bananas y almendras, flores frescas y agua del río.
Su intrínseca bondad era tan natural como la vida.
¿Cómo es que entonces los Hapas le abrieron sus puertas?
Los Hapas eran educados desde pequeños en las leyendas e historias de sus antepasados.
Una raza de guerreros, gente ciertamente temible.
Sin embargo la estrategia de supervivencia que seguían desde tiempos inmemoriales era la de pasar por seres fantasmales.
El vapor de la ausencia había sido creado por un gran druida de tiempos remotos.
Cada niño y niña que nacía era untado de pies a cabeza con un ungüento hecho en secreto durante siete lunas por los sabios a mitad de la noches con muérdago, lima, cáscaras de avellano, piedras molidas y agua del lago secreto.
También tenía polvo granate. Había muy poco, casi nada del mismo en todo el reino antiguo. Valía mucho más que el oro y era más raro de encontrar.
Los Hapas guardaban el polvo granate escondido entre las cortezas de árboles seleccionados a tal fin.
Lidia Télesis era la mayor de cinco hijas mujeres de una familia pobre del oeste de la región.
Había sido criada en medio del campo y así aprendió muy rápido los quehaceres de la dura vida campesina. Descubrió tempranamente que tenía una especial afinidad con los animales. A su alrededor se juntaban animales domésticos y salvajes.
Una tarde Lidia comenzó a caminar con rumbo desconocido. Ni ella supo porque lo hizo, no era una mujer de aventuras.
Se hizo tarde y la sombra del atardecer se volcó sobre el campo yermo.
Allí entonces Lidia Télesis se detuvo y lloró y los Hapas salieron de abajo de la tierra y la arrastraron hasta su mundo.
CARLA BONSEGUR, 1967 "EL REINO DE LOS HAPAS" (Ed. Formiggier)
Era una mujer sencilla. Su mayor preocupación era la de alimentar bien a sus animales. Les traía bellotas y hongos del bosque, bananas y almendras, flores frescas y agua del río.
Su intrínseca bondad era tan natural como la vida.
¿Cómo es que entonces los Hapas le abrieron sus puertas?
Los Hapas eran educados desde pequeños en las leyendas e historias de sus antepasados.
Una raza de guerreros, gente ciertamente temible.
Sin embargo la estrategia de supervivencia que seguían desde tiempos inmemoriales era la de pasar por seres fantasmales.
El vapor de la ausencia había sido creado por un gran druida de tiempos remotos.
Cada niño y niña que nacía era untado de pies a cabeza con un ungüento hecho en secreto durante siete lunas por los sabios a mitad de la noches con muérdago, lima, cáscaras de avellano, piedras molidas y agua del lago secreto.
También tenía polvo granate. Había muy poco, casi nada del mismo en todo el reino antiguo. Valía mucho más que el oro y era más raro de encontrar.
Los Hapas guardaban el polvo granate escondido entre las cortezas de árboles seleccionados a tal fin.
Lidia Télesis era la mayor de cinco hijas mujeres de una familia pobre del oeste de la región.
Había sido criada en medio del campo y así aprendió muy rápido los quehaceres de la dura vida campesina. Descubrió tempranamente que tenía una especial afinidad con los animales. A su alrededor se juntaban animales domésticos y salvajes.
Una tarde Lidia comenzó a caminar con rumbo desconocido. Ni ella supo porque lo hizo, no era una mujer de aventuras.
Se hizo tarde y la sombra del atardecer se volcó sobre el campo yermo.
Allí entonces Lidia Télesis se detuvo y lloró y los Hapas salieron de abajo de la tierra y la arrastraron hasta su mundo.
CARLA BONSEGUR, 1967 "EL REINO DE LOS HAPAS" (Ed. Formiggier)