Cuando las ratas asolaron Parque Maizales ya todos estaban avisados. Sin embargo algunos no quisieron retirarse a tiempo, decidieron implementar una especie de resistencia activa y la denominaron "operación Mataratas".
El líder del movimiento era José Lobato, un ex soldado que fuera parte de las tropas de elite y se que había granjeado un nombre entre el submundo por sus actos de como justiciero urbano. Bajo el seudónimo de Colmillo había impuesto alguna clase de orden en aquellos suburbios peligrosos.
José armó inmediatamente un equipo con jerarquías y responsabilidades y puso como segundo al mando a un niño de unos doce años al que le veía lo que él llamaba "pasta de adelantado".
Así, con un grupo de alrededor de veinticinco personas armaron un campamento en el centro del parque. Tenían provisiones y armas para más de una semana y se esperaba que las ratas se quedarían hasta que hayan devorado todo.
Los Mataratas tenían cada uno un kit de supervivencia compuesto de un escudo de acrílico, un cuchillo de mano bien afilado, una mochila que contenía antibióticos y vendas y una cantimplora con agua.
Así salieron a la mañana del segundo día. El silencio era casi peor que el miedo, todos aguardaban la nube negra de peste acercarse como una maldición del infierno. Creyentes o no, era imposible que dejaran de visualizar aquello como alguna clase de maldición, sino divina, al menos de orden natural y por lo tanto, parte de una plan más amplio. Algunos, lo atribuían a una ira divina y otros creían sin dudarlo que era parte de una venganza gitana. Como fuera, todos sabían que se querían vivir el día siguiente debían acabar con las ratas y para ello debían estar atentos y dispuestos a todos.
Y la marea negra finalmente hizo su aparición en el brumoso horizonte. Ojos rojos y brillantes como rubíes, miles de puntos luminosos y furiosos entre el pelaje gris y negro y el polvo a sus pies eran la imagen misma del fin de los tiempos, el ciclo de la muerte cobrando su pago.
La primera línea, compuesta de algunos bravos hombres y mujeres fue consumida por la masa roedora en cuestión de segundos y no dejaron ni el pelo ni las uñas. Comían todo a su paso y parecía que esos ojos cobraban dimensión y tamaño, brillo y malicia con cada nueva víctima.
Las ratas tienen un sentido de comunidad y colaboración que las hacen pensar holográficamente y así decidieron rodear la carpa donde quedaban los últimos sobrevivientes, apenas cinco.
Allí se sentaron, sin hacer ruido ni movimiento, solo observaban y respiraban. Sus colmillos blancos refulgían al sol y sus puntiagudos y sensibles bigotes se estiraban buscando el aroma de la mordida final.
Adentro de la carpa, José Lobato llamó al resto del grupo. Los cinco estaban alrededor de su líder temblando y muertos de terror. Él los miró y les confesó su secreto, algo que nunca había contado y que sin embargo era lo que lo había mantenido vivo tanto tiempo. Pidió a todos que acercaran sus brazos a la mesa central y mordió suavemente a cada uno de ellos. De pronto, la mutación viviente comenzó su proceso. José Lobato les había pasado su herencia y maldición. El nombre de Lobato no era casual. Un pelaje grueso y negro comenzó a crecerles a todos. Las mandíbulas se estrellaban y colmillos gigantes asomaron en sus bocas convertidas en fauces trituradoras. Ya no eran humanos sino poderosos licántropos y la batalla por el Parque Maizales estaba por comenzar.

MARCOS TICORAL, 1989 "CUENTOS DE MUTACIONES" (Ed. Lagos del Este)

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