El aleteo acompasado y el singular canto de aquella bandada de pájaros tornasolados, brillando y reflejando estrellas en su volar de ensueño, rompió con la monotonía y el silencio tardío de la reina noche, en el círculo poderoso del bosque eterno.
Una vez más, como lo hacían desde el comienzo de los tiempos y antes de la era del hombre, las aves conocidas como "Linternas de Dios" surcaron el firmamento rajando el telón encendido del cielo nocturno.
Era un buen augurio.
Un signo de que aún en tiempos de violencia y cristales quebrados, se mantenía alguna clase de orden dentro del reino de la madre Natura.
Los guerreros Yuam, antiguos descendientes del hombre primigenio, nunca cazaban durante el Eclipse. Incluso si pasaban hambre, esperaban pacientemente los cuarenta días que duraba el pasar de las dos lunas frente a la estrella de Sahonis, el sol de Yuam.
Las aves tenían un tamaño considerable, alas de tres metros de envergadura, picos poderosos y garras que podían desgarrar presas que para otros eran temibles como leones rojos y serpientes híbridas.
Su cola se dividía en dos largas tiras de un color azul tan intenso que podían cegar a un desprevenido que fijara su imprudente vista movido por la curiosidad.
La técnica de observar las Linternas de Dios era algo que los mayores pasaban a sus aprendices como parte de su iniciación como guerreros.
Debían saber el itinerario de las aves por las estaciones, las estrellas y los vientos.
El lugar para visionar debía ser dentro del bosque, en donde ellas no podrían verlos entre la espesura de los árboles de copiosas hojas.
Había allí un pequeño lago, profundo como los mismo ojos de las criaturas volantes.
En las tardes y noches claras, sin nubes ni ruidos, el agua se llamaba a silencio y formaba un prístino espejo en  donde se reflejaban todas las constelaciones del mundo visible del hemisferio.
Como si tuviera un imán de luz, el agua de lago atrapada el reflejo y lo mantenía luminoso y claro. Sentados en silencio alrededor del pequeño espejo de agua, los guerreros se quedaban, tomados de las manos, con la cabeza inclinada mirando hacia el centro y recitando las poesías sagradas.
Era el momento de la comunión, todos eran uno y cada uno estaba en el alma y los ojos de sus hermanos guerreros. Formaban entonces una conciencia colectiva y holográfica y cada uno veía lo que todos veían y así multiplicados los sentidos, percibían la vasta y completa visión del Todo.
La bandada pasó formando un gran triángulo. Dejaban a su paso una estela luminosa.
Los guerreros, hermanados en el ritual de la observación pudieron ver entonces que sus largas colas azules terminaban en llamas.
Fuego azul.
Fuego relámpago.
Llama vital que iluminaba el negro cielo y dejaba la marca de su presencia, la luz de las luces. El espíritu de la creación estampada en el manto nocturno.

RAMIRO ESSEL, 1874 "LAS TRIBUS PERDIDAS DE YUAM" (Ed. Paracelso)

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