El breve fulgor de un chispazo de radiante luz azul convirtió la estancia en un avispero de nervios. Los presentes, reunidos en un gran círculo abrieron los ojos y un pánico oscuro y frío recorrió el lugar devorando la ya escasa presencia de ánimo de los participantes en aquel extraño ritual de sangre y sapos muertos.
La medium era una mujer polaca que decía venir de una noble familia proveniente del este del Cáucaso y su porte y cultura parecían confirmar aquello. Cobraba las consultas únicamente en oro o platino y obligaba a los presentes a declarar por escrito que se harían responsables por cualquier daño que sufrieran. La gente firmaba sin dudarlo ya que la promesa de ser enviados al ultramundo era suficientemente tentadora como para dejarlo todo. Por otro lado, sabían que a ella le gustaba el lujo y que no descuidaría a sus clientes en semejante viaje. Algunos creían que era una estafa lisa y llana pero les divertía ver hasta donde llegaría la polaca.
La luz intensa cesó y un bramido colosal hizo temblar la mesa, las sillas y lámparas que colgaban del techo. Los transparentes caireles vibraban y se movían al compás de un latido sordo que parecía provenir del piso de madera. Al cabo de un rato el ruido pasó a ser solo un mal recuerdo que fue reemplazado por un intenso chillido de agudos imposibles y ululantes.
La radiación estaba haciendo estragos y los presentes comenzaron a mutar. Los sapos desmembrados y quemados sobre la mesa comenzaron a moverse y a unirse pata con cuerpo y ojos con cabeza hasta recobrar su forma original, verdosa y marrón, lustrosa y repulsiva.
En cambio cada uno de los integrantes de aquella dantesca reunión comenzaron a percibir cambios en la piel o en los labios, incluso en los ojos.
Al cabo de un rato todos ellos habían mutado en sapos gigantes. Incluso algunos comenzaron a brincar de un lado a otros buscando alimento en moscas y orugas que no faltaban en la sala
Todos menos la polaca que permanecía inmóvil y sonriente.
De pronto y como de un golpe mortal, la fúnebre reacción de todos fue quedarse tan quietos como si estuvieran muy muertos y apuntaron sus cabezas húmedas al techo como hipnotizados. La polaca tomó un hacha oxidada y les rebanó la cabeza uno por uno.
Todos murieron. Ella los roció con kerosene y los prendió fuego. Los pequeños sapitos renacidos a mitad del ritual macabro también comenzaron una mutación pero inversa. De a poco se iban transformando en seres humanos, hombres y mujeres. Se trataba de los participantes de las sesión anterior que ahora volvían a su estado normal. Así, el ciclo de la vida se repetía una y otra vez. Hombres que devenían sapos gigantes incinerados luego de ser decapitados que salían indemnes del fuego para volverse pequeñitos y volver a transfigurarse en humanos.
El negocio de la polaca estaba asegurado.

SOFÍA SORIA, 1999 "ERAS DE LA MALDAD" (Ed. Loong Twan)

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