Sobradas razones tenía el detective para incursionar en aquel caso. El dinero ofrecido era atrayente y aunque no lo necesitaba, un millón de libras esterlinas no era para desperdiciarse así nomás, pero había algo más: conocía a la víctima.

El caso era el siguiente: un hombre joven, inglés de nacimiento pero criado en Bonn, Alemania, conoció a una dama de alta sociedad germana, posiblemente poseedora de títulos de nobleza, tierras y alguna fortuna. Ella se llamaba Beatrix von Hoppenheimer y él Arthur Block.
Durante un baile en la embajada de Japón, en honor al onomástico de la señora esposa del embajador Ahito Kamato, se sirvió sushi fresco para lo cual fue convocado el sushiman oriundo de Okinawa y ganador de numerosos premios, Hakiro Musumoto.
Los invitados se esparcieron por el inmenso y bien cuidado jardín y tomaron champagne hasta la madrugada para disgusto de los familiares de la agasajada que no podían creer la falta de educación de aquella gente de apariencia elegante y apellidos rimbombantes.
Había un maestro de ceremonias que no era japonés sino checo, y que por esas cuestiones extrañas de la existencia había recalado al servicio de el la tierra del sol naciente, en su versión más occidental.
Los vecinos tenían cierta suspicacia los miembros de la embajada y su personal a los que consideraban un tanto intratables, en parte por su condición de figuras protocolares y otro tanto por el pésimo carácter de los mismos. Si bien pertenecían al servicio diplomático, trabajaban poco y nada para tal cometido. Más bien se mofaban de sus obligaciones al punto de no asistir a reuniones de importancia e incluso de desairar a generales y políticos.
Pero había un motivo detrás de esto. Todo era una farsa. Un capítulo perfectamente orquestado y diseñado por la central de inteligencia turca que colaboraba intensamente con sus socios de la República de Yuam.
Los japoneses en cuestión no eran tales, sino clonaciones hechas en Roydiglu, la capital de la clonación del mundo otomano. Así pues, ni el embajador respondía a los intereses de su país ni los empleados respondían al embajador. Los turcos habían logrado infiltrar a su agente décadas atrás y convinieron en que cada tanto debía morir algún personaje de la farándula local a fin de "retorcer las cuerdas" según decía una antigua frase local que significaba algo así como confundir por el entuerto y la sorpresa.
El objetivo final era uno solo y consistía en declarar la independencia del Estado de Yuam del reinado de los hermanos Polito, que dominaban la región a fuerza de sangre y tiranía.
Los hermanos Polito no eran en realidad parientes sino más bien miembros de una extraña secta de origen oriental que buscaba la vuelta al poder de una antigua dinastía que fuera desterrada hacía al menos mil quinientos años. En secreto planificaron su vuelta y la fecha de la agenda estaba llegando a su fin.
Lo genial del plan era que Hakiro, su señora esposa, sus parientes y asistentes no sabían que eran clones sino que sentían el profundo orgullo de su estirpe nipona. En el momento oportuno harían lo necesario. Era tan perfecto el diagrama del plan que era casi imposible descubrir una falencia.
Pero resultó que en aquella fiesta regada con finísimo y caro champagne, el inglés Arthur Block bebió demasiado y en su excitación arrastró a la fuerza a la bella Beatrix hacia los pinos al costado de la piscina e intentó propasarse con ella. La dama gritó pero no fue escuchada. Arthur intentó manosearla y ella sacó un arma de su cartera de perlas y le disparó en el corazón. El inglés murió y ella salió corriendo. El cuerpo fue encontrado más tarde por el sushiman que decidió esconder el cadáver para evitar un escándalo. Lo puso en un refrigerador de la cocina y borracho como estaba se olvidó del asunto. Beatrix, presa de una inmensa culpa se arrojó de un puente y nunca más fue vista con vida. El embajador clonado llamó por un extraño impulso a un teléfono y habló en idioma turco sin saber que decía informando a una recepcionista brasilera que hacía de pantalla, de lo acontecido.
Por medio de un testaferro de los hermanos Polito, fue contratado el detective y le pagaron aquella buena suma por investigar el caso. Ellos sospechaban algún plan para ser derrocados. Pero una vez más el destino intervino para malograr los planes ya que el detective efectivamente conocía a Beatrix.
Era su madre.

OSKY MAARVENTOS, 2001 "CANOPIAS Y DISCURSOS DE YUAM" (Ed. Pórtico Austral)

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