Atormentado por los recuerdos, decidió dedicar su vida al olvido y para ello, día tras día y noche a noche rememoraba cada acto y cada momento y cada nervio y cada convulsión, con la esperanza infundada pero firme de que repasando uno a uno los tormentos y dulzuras que lo acosaban, lograría finalmente desintegrarlos. Su lista era larga y confusa. Anodinas reuniones y besos apasionados, almohadas tibias y rayos de luz verde en el cielo, relojes que no cesaban de torturarlo y miles de canciones destinadas al gran golpe final. También reprodujo con la linterna de sus atención encendida, los acosos del remordimiento y la impostura; reprodujo como un contador en sus libros, una a una las ofensas recibidas y se relamió con la maldición de su suerte pero también sonrió con sadismo con los triunfos y pequeñas victorias sobre algún enemigo o contra quien quiera que fuera que no le haya prestado la debida atención a su juicio tan merecida. Vio su infancia y como no pudo remarcar todo con rojo de fracaso, lo desdibujó de a poco hasta que logró que se funda en un todo errante y lastimoso. Así, entre el pasado cargado de las penas de la inservible huída al mundo de los meta vivientes, se enfurecía cada vez más, odiándolo todo, percibiendo el inmenso espectro de perfumes ajenos y miradas suspicaces. Levantó su mano y la pasó lentamente por un cuchillo afilado. Sangró. Necesitaba ver algo más real que sus pensamientos peleando contra sí mismo. Dolía. Le hizo sentirse aliviado. La impresión y el leve mareo que le producía, anclaba su consciencia en el presente real de su cuerpo y así lograba por unos instantes tener a raya a los intrusos invisibles que se adueñaban de su mente y la tomaban como si se tratara de una casa abandonada. A pesar de su empeño casi tierno de desinvolucrarse de su propia existencia, residía dentro suyo un pequeño pájaro radiante e indómito que se negaba a fenecer bajo las raíces de aquel bosque de idas y sentimientos revolviéndose en el infinito y virtual espectro de su interioridad. Con la mano sangrante caminó hacia el lavabo y prendió el agua fría. Dejó correr líquido sobre la herida y eso también le dio casi un orgasmo de placer. Había algo de indescriptible realidad en aquella circunstancia tan simple. Tomó coraje y se echó agua oxigenada hasta ver burbujas blancas que parecían hechas de lava volcánica y lavadas con lejía. Burbujas. Más burbujas. Le gustaban las burbujas. Centró su ojo bueno en la explosión de semi esferas, todas perfectas y de tamaños distintos que se creaban y morían allí mismo haciendo su parte en el rol de la curación. Echó más y más y más hasta agotar el frasco. Cuando salió de su arrobamiento momentáneo su pies estaban mojados. Se miró al espejo y no pudo más que reírse. Hizo algunas muecas ridículas y sacó la lengua. Con la boca abierta emitió un sonido profundo y gutural mientras contaba mentalmente los segundos aguantando todo lo que podía. Llegó a cien y ya sin aire tomó una respiración profunda. Se sintió liviano. Tan liviano que volvió a su habitación y se preparó un café. Al rato estaba oyendo música de los años setenta, algo de guitarras distorsionadas y pianos Hammond. Al rato ni siquiera recordaba bien como llegó a cortarse la mano y decidió que tampoco era importante. De alguna manera curiosa y personal había sobrevivido. En alguna parte, muy adentro de su laberíntico ser, aquella ave de pico dorado había logrado por la forma menos convencional del mundo, que se permitiera otra oportunidad induciendo las acciones, tocando los músculos y los sentidos para que un poco de sangre, puro hierro desplegado y líquido llamara al presente a una mente que gustaba de regocijarse en la evasión. Cuando terminó el disco, tomó una hoja de papel y un lápiz y escribió: "Atormentado por los recuerdos..."
JAIME LUZURIAGA, 2011 "ÉXTASIS Y PSICOMUNDOS" (Ed. De la Cantera)
JAIME LUZURIAGA, 2011 "ÉXTASIS Y PSICOMUNDOS" (Ed. De la Cantera)