Como una bomba de alquitrán líquido, el espacio se curvó sobre sí mismo rompiéndose en millones de partículas que comenzaron a viajar por el vacío silencioso en busca de un lugar en donde alojarse.
En la nada, inmersos en sus propios recuerdos de unidad con la indescifrable noche eterna, los pequeñísimos elementos de vida meta mineral se estrellaban con placer unos contra otros solo para comprobar que de cada golpe nacían nuevos y más fuertes compañeros de viaje.
Un inmenso anillo de hielo giraba sin cesar sobre sí mismo atrayendo a un grupo hacia su centro.
Las partículas, felices, livianas y hasta inocentes se dejaron atraer hacia aquel magma hirviente de hielo incandescente que las devoraba para crecer y tornarse más fuerte con cada pulsión de luz invertida que tragaba en un incesante movimiento. Los tiempos no eran tiempos sino espacios condensados.
Lo mismo daba si la succión duraba cien millones de años que quince segundos. Lo que para nosotros -pequeños y humildes obreros del cosmos llamados humanos- parece una eternidad, es para las partículas del espacio sideral, tan solo un punto más en la infinita cadena de nacimientos y muertes sucediéndose por eones y eones en la inmensidad de un punto en la nada. La razón de ser de tanta vida encapsulada viajando por las corrientes de flujo del éter solo puede deducirse intentando ingresar en la mente del que ha creado el todo y la nada, la ampliación de segmento de interacción entre las partes y el todo, las consonantes más extrañas y las diez mil vocales que se pronuncian en una sola galaxia. El eco mudo resonando hacia dentro en un fútil intento por desmembrar las partes de ese todo cavernoso que se evidencia oscuro y rugoso, colapsa ante la inmensa presión de los vientos lujuriosos de la vida buscando su paso por el camino de hierro imantado.
En un momento, comenzó a latir algo que no era aún un corazón pero lo sería, tal vez millones de años más tarde; pero allí estaba su germen, de núcleo blando y acción potente en medio de un líquido seco de gas incoloro. Algo parecido a una atmósfera se creó en aquella endiablada encrucijada y hasta se vislumbraron imágenes lejanas de las partículas de la existencia juntándose para dar forma a las creaturas destinadas a poblarlo todo. Y hubo una visión de soles y lunas, explosiones y destellos, rayos tan poderosos que aún los dioses se taparían los ojos y hasta un estruendo ensordecedor en medio del vacío y la sensación del frío y del calor y la ternura y el miedo conquistando su lugar desde la imprecisa línea que divide lo vivo de lo no nacido y la ausencia del elemento de la recurrencia eterna que hace a la vida. Del otro lado la muerte, del otro lado el olvido.
AL QUASAR DIB EOVAR, 1910 "CREACIÓN" (Ed. Museo de la Esfinge)
En la nada, inmersos en sus propios recuerdos de unidad con la indescifrable noche eterna, los pequeñísimos elementos de vida meta mineral se estrellaban con placer unos contra otros solo para comprobar que de cada golpe nacían nuevos y más fuertes compañeros de viaje.
Un inmenso anillo de hielo giraba sin cesar sobre sí mismo atrayendo a un grupo hacia su centro.
Las partículas, felices, livianas y hasta inocentes se dejaron atraer hacia aquel magma hirviente de hielo incandescente que las devoraba para crecer y tornarse más fuerte con cada pulsión de luz invertida que tragaba en un incesante movimiento. Los tiempos no eran tiempos sino espacios condensados.
Lo mismo daba si la succión duraba cien millones de años que quince segundos. Lo que para nosotros -pequeños y humildes obreros del cosmos llamados humanos- parece una eternidad, es para las partículas del espacio sideral, tan solo un punto más en la infinita cadena de nacimientos y muertes sucediéndose por eones y eones en la inmensidad de un punto en la nada. La razón de ser de tanta vida encapsulada viajando por las corrientes de flujo del éter solo puede deducirse intentando ingresar en la mente del que ha creado el todo y la nada, la ampliación de segmento de interacción entre las partes y el todo, las consonantes más extrañas y las diez mil vocales que se pronuncian en una sola galaxia. El eco mudo resonando hacia dentro en un fútil intento por desmembrar las partes de ese todo cavernoso que se evidencia oscuro y rugoso, colapsa ante la inmensa presión de los vientos lujuriosos de la vida buscando su paso por el camino de hierro imantado.
En un momento, comenzó a latir algo que no era aún un corazón pero lo sería, tal vez millones de años más tarde; pero allí estaba su germen, de núcleo blando y acción potente en medio de un líquido seco de gas incoloro. Algo parecido a una atmósfera se creó en aquella endiablada encrucijada y hasta se vislumbraron imágenes lejanas de las partículas de la existencia juntándose para dar forma a las creaturas destinadas a poblarlo todo. Y hubo una visión de soles y lunas, explosiones y destellos, rayos tan poderosos que aún los dioses se taparían los ojos y hasta un estruendo ensordecedor en medio del vacío y la sensación del frío y del calor y la ternura y el miedo conquistando su lugar desde la imprecisa línea que divide lo vivo de lo no nacido y la ausencia del elemento de la recurrencia eterna que hace a la vida. Del otro lado la muerte, del otro lado el olvido.
AL QUASAR DIB EOVAR, 1910 "CREACIÓN" (Ed. Museo de la Esfinge)