El tiempo que lo corroe todo tuvo un extraño y único instante de piedad. Se detuvo.
Quiso  tal vez Cronos hacernos un regalo o quizás sintió compasión por aquel pequeño felino del color de la miel y la vainilla, del naranja del ocaso y los indomables y misteriosos ojos que parecían siempre como un portal hacia otros mundos. Una invitación a un viaje de recorrido incierto y misterioso.

Nos otorgó la gracia de casi diez segundos, un guiño a la eternidad.

La noción del fluir de pasado a futuro se dilató en el presente hasta hacerlo vasto y luminoso aun en aquel momento de despedida y aparente oscuridad.

Diez segundos incontables y vívidos, enteros, perfectos, serenos, necesarios.
No fue un hasta pronto ni un hasta siempre, no fue un abandono. Fue un adiós. Y allí fue.

No hubo que hacer esfuerzo para vivir en silencio esos diez segundos; con el espíritu alerta, completo y compacto nos fue permitido espiar juntos por la hendija de la inmortalidad.

Hay algo de orgasmo en la muerte y de sombra en la vida. Hay algo de unión entre almas dispares y entre seres cósmicos como los gatos y nosotros los terrestres. Un vínculo hecho de extrañeza y complicidad, un pacto entre el meta mundo y lo conocido. Alquimia metafísica. Tierra y cielo.

Tuvimos ese instante. Nos fue regalado. Diez segundos de tierna intensidad.
En comunión.
Comprendimos que el lazo no se romperá ni aún cuando sus cenizas se dispersen en la totalidad.
Diez segundos ronroneó antes de partir.
Mi mano se hizo eco como un campo de luz rebotando y sintiendo en todo mi cuerpo aquel saludo. Una despedida digna de un príncipe del mundo felino.
Fui admitido como tutor pasajero en un universo humano. Espero haber aprobado.

TO+

Entradas populares de este blog