El viento se llenó de esporas. Arremolinándose como un caracol de aire flotando en el espacio arrastrando árboles, animales y piedras se perdía a lo lejos dejando el recuerdo turbulento de apenas unos instantes. Cuando todo volvió a la calma algunos animales que habían logrado esconderse bajo la tierra asomaron sus cabezas con cautela, olfateando y observando con miedo si aquel fenómeno destructor se había retirado definitivamente o si por el contrario aun estaba allí agazapado, esperando el momento oportuno para atacar. Las tormentas solares se habían hecho más intensas en los últimos tiempos y la extremada delgadez de la atmósfera hacía que aquello repercutiera de manera fuerte sobre el planeta y sus habitantes produciendo cataclismos, terremotos, tornados y remolinos acuáticos. Pero sobre todo, lo que había cambiado para siempre la faz de la tierra eran aquellos vientos. Los llamaban los "vientos de fuego" ya que arrasaban todo con temperaturas de casi quinientos grados deslizándose a cien kilómetros por hora por las llanuras y los desiertos, los campos y las calles abandonadas de las ciudades. Los sobrevivientes se escondieron al comienzo bajo las calles, en túneles, y todo lugar en donde la entrada del viento de fuego fuese dificultosa. Igualmente, durante las tormentas, se filtraba un aire caliente por las tuberías y por los enrejados necesarios para respirar. Lo llamaban "el ojo del dragón" que parecía mirar, espiar y observarlo todo, ingresando como una serpiente por cada hueco y quemando vivos a los hombres y mujeres que llegaba a alcanzar.
Al tiempo de vivir bajo la tierra tuvieron que aprender a conocer el particular ecosistema que lo componía. Ratas, alimañas, cucarachas, arañas, ratones, piojos, murciélagos y pájaros atrapados, avispas, langostas, gusanos, vinchucas y cobayos. En las alcantarillas vivían ratas de agua, anguilas, extraños peces con luces mortecinas pendiendo de una aleta, renacuajos, pequeñas serpientes acuáticas, y un sinnúmero de especies desconocidas. En los túneles se habían refugiado los animales más grandes, gatos, perros salvajes de todas las razas y todas las cruzas, algunos pumas, zorrinos, y zorros, y todos estos eran solamente los habituales. Cada tanto y de la nada aparecían animales aún más salvajes como osos, cocodrilos, tigres, hienas y mulas. Algunos estaban sanos, otros infectados. Lo más común era la mutación producida por los rayos cósmicos. Algunos se hacían fuertes, otros morían. Los que sobrevivían llegaban a ser muy peligrosos, agresivos y cazaban humanos como comida.
Laurencio Vittali había sido un conocido estilista de la zona roja, el barrio más caro de Verduum en las costas del Mar Báltico. Había llegado de Módena, Italia, de muy joven y comenzó su carrera como manicura y peluquero. De tanto observar a las mujeres comenzó a comprender sus gustos y necesidades y se atrevió a desarrollar unos modelos y mandó a confeccionar unas muestras con tal éxito que todas sus clientes le compraron no solo lo hecho sino sus ideas para una próxima colección. Así comenzó una larga y afamada carrera llegando a integrar el muy cerrado mundo de la haute couture e incluso editó su propia revista llamada "Modelle Vittali" Una tarde en la que estaba particularmente inspirado probó pintar una de sus prendas con una mezcla de tintura para teñir cabello y cera de abejas. Para licuar la cera usó el fuego a baño maría y le agregó un poco de nitrito de plata. Algo en el experimento se alteró, quizás por la temperatura o por alguna forma de hongo instalada en la base y de pronto salieron volando miles y millones de pequeñas fibras finas y blancas. Al entrar en contacto con el aire se tornaban lilas, púrpuras y azulinas y la luz rebotaba de forma que parecía como si miles de vidrios de colores estallaran contra un molino de viento. Como burbujas enajenadas se expandieron por la habitación multiplicándose por millones. Salieron por la ventana y una vez más crecían en cantidad como expuestas a cálculos exponenciales hasta prácticamente cubrir el cielo.
Así comenzó la lluvia de esporas, el fin del mundo conocido y el advenimiento de la era de la oscuridad.
SABINO YÜRGENMEISTER, 1999 "DE LOS VIENTOS DEL SUDESTE" (Ed. Pöorkjhen)
Al tiempo de vivir bajo la tierra tuvieron que aprender a conocer el particular ecosistema que lo componía. Ratas, alimañas, cucarachas, arañas, ratones, piojos, murciélagos y pájaros atrapados, avispas, langostas, gusanos, vinchucas y cobayos. En las alcantarillas vivían ratas de agua, anguilas, extraños peces con luces mortecinas pendiendo de una aleta, renacuajos, pequeñas serpientes acuáticas, y un sinnúmero de especies desconocidas. En los túneles se habían refugiado los animales más grandes, gatos, perros salvajes de todas las razas y todas las cruzas, algunos pumas, zorrinos, y zorros, y todos estos eran solamente los habituales. Cada tanto y de la nada aparecían animales aún más salvajes como osos, cocodrilos, tigres, hienas y mulas. Algunos estaban sanos, otros infectados. Lo más común era la mutación producida por los rayos cósmicos. Algunos se hacían fuertes, otros morían. Los que sobrevivían llegaban a ser muy peligrosos, agresivos y cazaban humanos como comida.
Laurencio Vittali había sido un conocido estilista de la zona roja, el barrio más caro de Verduum en las costas del Mar Báltico. Había llegado de Módena, Italia, de muy joven y comenzó su carrera como manicura y peluquero. De tanto observar a las mujeres comenzó a comprender sus gustos y necesidades y se atrevió a desarrollar unos modelos y mandó a confeccionar unas muestras con tal éxito que todas sus clientes le compraron no solo lo hecho sino sus ideas para una próxima colección. Así comenzó una larga y afamada carrera llegando a integrar el muy cerrado mundo de la haute couture e incluso editó su propia revista llamada "Modelle Vittali" Una tarde en la que estaba particularmente inspirado probó pintar una de sus prendas con una mezcla de tintura para teñir cabello y cera de abejas. Para licuar la cera usó el fuego a baño maría y le agregó un poco de nitrito de plata. Algo en el experimento se alteró, quizás por la temperatura o por alguna forma de hongo instalada en la base y de pronto salieron volando miles y millones de pequeñas fibras finas y blancas. Al entrar en contacto con el aire se tornaban lilas, púrpuras y azulinas y la luz rebotaba de forma que parecía como si miles de vidrios de colores estallaran contra un molino de viento. Como burbujas enajenadas se expandieron por la habitación multiplicándose por millones. Salieron por la ventana y una vez más crecían en cantidad como expuestas a cálculos exponenciales hasta prácticamente cubrir el cielo.
Así comenzó la lluvia de esporas, el fin del mundo conocido y el advenimiento de la era de la oscuridad.
SABINO YÜRGENMEISTER, 1999 "DE LOS VIENTOS DEL SUDESTE" (Ed. Pöorkjhen)