Había elegido una profesión muy particular: diseñador de laberintos.
De pequeño se sintió atraído por antiguos grabados que halló en un libro que estaba en los anaqueles de la biblioteca inmensa de su padre.
Desde entonces no paró de hacer esbozos, dibujos, planos y maquetas, todo para crear lo que él creía sería el laberinto perfecto.
En los comienzos se trataba solo de un juego, una forma de escaparse de la realidad y estimular su mente con la creación de infinitas posibilidades y mundos  concatenados, unidos por  los espacios del vacío que debieran ser atravesados para llegar a una meta, a un destino.
Los primeros proyectos eran con lápiz y papel. Líneas negras sobre el fondo blanco de una hoja.  Formas que de a poco se iban volviendo más complejas. Rectas, estructuras circulares, ovoides conectados por puentes, construcciones volumétricas repletas de túneles y en los más avanzados la complejidad consistía en la superposición de construcciones y planteos de diferente modelo teórico.
En una ocasión comenzó trazando unas líneas al azar, incluso con cruces arbitrarios solo para que quedara bonito. Cuando tuvo dispuestos los cruces y los espacios vio que se formaban extrañas figuras en blanco y negro. Tomó un cortante que usaba para afilar sus lápices y se hizo un pequeño corte en un dedo. Las gotas de sangre llenaron los espacios vacíos y formaron un hermoso diseño que lo cautivó al instante. Luz, sombra y el rojo brillante conformaron un raro equilibrio que se le grabó hondo en su aún frágil mente.
Con el tiempo probó otros procesos, mezclas de texturas, telas, arpillera, cáñamo y algodón, con hule, alquitrán y pegamento blanco. Trazó líneas con marcadores negros y los pintaba con vodka. Probó con pólvora, grasa de pollo, humo negro e incienso. Hizo pruebas con recortes de cabello a los que embebió en yogur y vidrio molido con vinagre y perfumes baratos. Intentó a veces con éxito y otras sin demasiado resultado fundir acero con chocolate o maderas con goma espuma y guindas. El objetivo planteado era remodelar la materia para crear nuevas vías de escape en los cada vez más complejos laberintos que diseñaba. Como un experto en el armado de rompecabezas complejos podía armar en su mente más de diez mil piezas y ver como se unían misteriosamente en una unidad llena de escapes, encrucijadas y rendijas. Se había convertido en un ajedrecista del mundo de las posibilidades constructivas, un mago de las relaciones espaciales.
No contento con ello y ya totalmente inmerso en la única actividad que le interesaba, incluyó en sus esquemas algunas fórmulas de física teórica referida a descubrimientos relacionadas con el espacio y le micro física cuántica. Así, sus nuevos laberintos tenían entradas y salidas desde agujeros negros, gusanos blancos, huecos interestelares, explosiones solares con radiación que traspasaba la materia y toda clase de puertas, portales y zonas de impregnación energética.
Su mente volaba febril entre los muros imaginarios y los reales y un día puso un pie delante del otro, caminó hacia la entrada de uno de sus laberintos y se perdió para siempre.


AMILCAR REYNOSO, 2011 “CRUCES PERRAS” (Ed. Sinnen & Tok)

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