Cruzó el ático. Caminó como un sonámbulo hacia la ventana, los brazos hacia adelante y los ojos cerrados. Un paso tras el otro. De pronto el vidrio estalló y desde la oscura noche emergieron cientos de gaviotas aleteando con furia y penetraron por el marco de la ventana como si hubiesen abierto una canilla de agua oscura y espasmódica. Celso abrió los ojos e inmediatamente se tocó el cuerpo para saber si estaba desnudo o si traía algo extraño encima. Las aves graznaban y se estrellaban contra las paredes y los muebles como enloquecidas. Miró a los costados para ver sangre en todas las esquinas y sobre la alfombra y las cortinas mientras que otras comenzaron a pelearse entre ellas arrancándose los ojos a picotazos y desplumándose unas a otras sin piedad ni propósito aparente.
Celso observó paralizado el horroroso espectáculo de una especie de canibalismo furioso. Las plumas flotaban ensangrentadas y los pájaros utilizaban sus garras para destruirse, rasgar, arañar, clavar y desgarrar la carne de las otras gaviotas.

Celso abrió los ojos. No se encontraba sonámbulo y no había gaviotas asesinas. Estaba en su cama con la cabeza apoyada en la almohada. Sintió un inmenso alivio, inhaló profundamente y se puso de pie aún un poco torpe. Algo sobre la mesada llamó su atención. Un pequeño cuervo negro como leña quemada estaba picoteando el plato devorando los restos de un sándwich abandonado a la mitad la noche anterior. Miró a los costados y vio que había otro cuervo parado sobre la lámpara y un tercero en la esquina mirando con impunidad hacia él. Las ventanas estaban cerradas y entonces recordó el sueño que se había transformado en pesadilla. Al revés que en su sueño, los cuervos no peleaban sino que incluso parecían amistosos. Sus ojos duros y fríos parecían intentar una empática mirada amigable.
De pronto un fuerte temblor sacudió los vidrios. Al segundo la ventana se abrió de un golpe y cientos de gaviotas entraron chocando unas con otras. Celso se tiró al piso para ver como su sueño se hacía realidad delante suyo. Los graznidos, las plumas flotando, la sangre, los jirones de carne, ojos arrancados y picos rojos y chorreados de rojo intenso. La locura instalada en forma de demencia alada.
Los tres cuervos que hasta aquí parecían mansos emitieron un sonido de tremendo poder y entre una maraña de cuerpos estrellándose unos contra otros, se volaron hacia el centro de la habitación para formar un círculo, las tres criaturas tocándose las alas por las puntas y comenzaron a entonar un suave murmullo muy lejos de cualquier sonido de ave conocido. Las gaviotas se detuvieron y se posaron sobre le piso. Las que estaban enfurecidas y agresivas se tornaron mansas y las que estaban muertas resucitaron. Las alas arrancadas volvían a sus cuerpos, la sangre desaparecía a cada segundo y los ojos volvían a sus cuencas. Como en una película invertida, el tiempo discurriendo hacia atrás, todo se tornó en un oasis de calma.

Celso abrió los ojos y despertó. No había cuervos ni gaviotas.
Desconfiado, miró hacia los costados doblemente confundido. ¿Estaba aún en un sueño o era el sueño de un sueño y ya había despertado? Se tocó las manos y se restregó los ojos. Ningún ave a la vista. La ventana cerrada y sin temblores.
Fue al baño a cepillarse los dientes. Cuando se miró al espejo vio que su rostro era una inmensa cabeza de pelícano, blanca y con largo pico. Asustado se mojó la cara y miró nuevamente. Ahora era un enorme carancho marrón y negro con los afilados ojos de las rapaces. Giró violentamente con la respiración agitada y verdaderamente asustado, volvió a mirar y ahora era un pequeño búho blanco de inmensos ojos hipnóticos. Esta vez no quitó la vista. Decidió que si estaba por transformarse en pájaro lo afrontaría con serenidad. De su espalda brotaron alas negras mechadas con blanco. Grandes plumas comenzaron a recubrir su cuerpo y sus rostro humano iba desapareciendo en rítmicas contracciones hasta transformarse en una gigantesca ave inclasificable.

Celso se despertó de un salto e inmediatamente sintió el alivio de quien ha tenido una pesadilla y vuelve a la realidad habitual. Se dirigió hacia el baño para cepillarse los dientes pero cuando quiso pasar por la puerta sintió que algo lo trababa. Alcanzó aún medio dormido a ingresar y se miró al espejo buscando la seguridad de la contemplación del propio rostro mientras sentía un extraño peso en la espalda como si cargara una mochila. Frente al espejo una inmensa ave lo miraba imperturbable. Celso se asustó un instante y al retirar la cabeza hacia atrás vio que el ave hacía lo mismo. Giró a la derecha y desde el espejo la figura lo copiaba, giró al otro lado y lo mismo sucedía. Finalmente se dio cuenta que la figura reflejada era él y supo que esta vez no habría despertar aliviador.
Abrió la ventana, abrió sus alas como pudo, un poco torpe al comienzo y brincó desde el piso trece.
Voló y sintió la felicidad de las aves del cielo.
Una señora pegó un grito estridente cuando el cuerpo se estrelló contra el piso con un golpe seco.

Celso se despertó sobresaltado.
Esta vez no era una pájaro ni un humano y sin embargo las alas permanecían adheridas a su cuerpo ahora semitransparente. Descubrió que había muerto. Las alas de ángel eran provisorias le dijeron otros dos seres alados que se encontraban a su lado y que serían su guía hacia la antesala del juicio de las almas en presencia del Gran Juez de los hombres.

Celso se despertó y rió como loco. La cantidad de sueños y pesadillas, fantasías y locuras le era incomprensible y gracioso. Miró a los costados solo para notar que no había paredes ni muebles ni puerta ni ventana. No había tampoco pájaros ni espejo ni ángeles de la guarda. El vacío total y absoluto en medio de la inmensidad de la nada. Ni brillaban estrellas ni existía un cielo azul y mucho menos nubes ni piso ni aire. El limbo se presentaba como una región sin leyes físicas ni coordenadas de ubicación y luego de un rato notó que no poseía cuerpo alguno. Flotaba en un éter ambiguo entre el pasado y el futuro innecesario con los recuerdos de una o varias vidas rebotando dentro suyo como una pelota de goma eterna. Sintió algo parecido a la felicidad y cuando todo aquello parecía cristalizarse en el plano de algo parecido al mundo material.

Y Celso volvió a despertar.
Esta vez se encontraba rodeado de árboles. Sin embargo no era un bosque, eran árboles caminantes, viejas raíces moviendo los poderosos troncos. Bramaban en su raro idioma ininteligible y se tocaban con las puntas de las ramas como habían hecho los cuervos. Cuando logró enfocar la vista contra la intensa luz que venía de un aún más raro cielo, vio que todas las gaviotas estaban vivas, y además -y eso era lo más extraño de todo- le sonreían. En aquel paraíso de seres benévolos, los ángeles eran guardianes y Celso había sido nombrado cuidador del Gran Jardín.

JEREMY LAIZENSTEIN, 2012 "DESDE TAN LEJOS" (Ed. Parra & Toledo)








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