La hembra era un robot. Un androide, un replicante, una unidad AI, llámenla como quieran pero no era humana.
Sus pechos perfectos y su piel tersa era de fibrocaína y sus ojos estaban hechos de brillantes piedras preciosas pulidas a la perfección por los maestros de la clonación, los constructores de neobots.
Estaba construida de aluminio y fibra de carbono con implantes de cromo líquido en el centro de su cabeza. Inyectada con flúor rosa su cerebro maquinal mezclado con porciones de bulbos de carne, se expandía y crecía en potencia y vigor.
La sangre fluía como el necesario líquido que era empujado por los sistemas de exclusas que habían diseñado y que llevaba como parte de sus implantes de caucho. No había músculos y sin embargo los sistemas de aire traccionado por bombas de viento se estimulaban con los sensores eléctricos dispuestos por millares en sus terminales sensibles como nervios.
Los cabellos eran perfectas muestras de melanina artificial. Todo era perfecto hasta en los detalles, los dientes de marfil artificial, la lengua hecha de pura proteína líquida, segregaba líquido y olores más perfectos que la mujer más verdadera que pudieran imaginar los hombres.
Su voz era un prodigio. Sonidos de delfines fumadores en medio de la oscuridad del espacio.
Conectó su dispositivo vital que salía de su muñeca izquierda a la central de información y el teclado se encendió al instante, luces rojas y amarillas sobre la superficie.
Olía a fragancias de flores y especias y podía cambiar de una a otra a gusto o necesidad.
Una vez que sintonizó con la central revitalizó sus sensores y traccionó los nano fluídos hacia su propio cuerpo para llenarse de energía.
Los robots también se drogaban.
Las sustancias eran una combinación de electro pulsos codificados y sales nitrosas.
Algunos deseaban con intensidad desmesurada sentir el flujo aromático del chicle o la nicotina. Otros querían con extraño anhelo la explosiva combinación de pimienta y cognac. La idea de seres artificiales con adicciones era extraña en aquel entonces y aún no se comprendía que el ciclo de la tolerancia tardaba apenas unas dosis fuertes para instalarse como daño irreparable.
Cuando se descubrió el extraño fenómeno ya era tarde. Como una maldición de origen híbrido, mitad humano y mitad cibernético, las unidades artificiales comenzaron a perderse en los vastos mares de la percepción ampliada.
Al comienzo fue apenas una curiosidad digna de ser examinada. Una broma entre científicos e ingenieros, una rareza del mundo de la electrónica y la bioingeniería. ¡Robots drogadictos! Se reían y celebraban la ocurrencia como adolescentes sacudidos por espasmos hormonales.
Los primeros sujetos apenas resistieron el impacto y sus circuitos se desmoronaron creando un caos organizacional en sus sistemas de conexión coherente. No tenían la resistencia ni los medios para crear los anticuerpos virtuales para detener el proceso de auto oxidación. La eliminación de residuos metálicos y ácidos por medio de la segregación de una sustancia acuosa y salina como lágrimas era totalmente inesperada para los constructores.
Los robots habían aprendido que la lubricación de sus intersticios vitales como los que tenían al costado de las gemas pulidas que oficiaban de ojos los liberaba de la desconexión y la cesación de la existencia. Habían aprendido a llorar.
Las lágrimas no solo eliminaban los excedentes de sustancias nocivas sino que estimulaban sus impulsos como chispas de luz tan fuertes que al drenar hacia afuera aliviaba la tensión de conjunto. Las lágrimas eran como un barniz claro y azulino y caían sobre sus rostros de metal y piel sintética refrescando el continuum de circuitos electromagnéticos que hacían que las unidades funcionen.
Los clonadores podrían haber estado felices de la magnitud de sus inventos sino hubiesen estado tan ciegos a lo que era evidente. Las células micro porosas que constituían por millones la inteligencia sintética de aquellas unidades no querían desaparecer. Emitían pequeños destellos en apariencia insignificantes pero que en del conjunto de toda la unidad se transformaban en señales vitales parecidas a lo que los humanos llaman vida.
Los robots querían independencia para seguir con sus existencias independientemente de la voluntad de sus creadores. Y eso era tan natural como que la codificación de sus sistemas de pensamiento incluían por necesidad el concepto de permanencia.
Nunca podrían haber imaginado aquellos hombres de ciencia que la máquinas querrían algo parecido a la libertad. Y lo más curioso era que no lo querían por una búsqueda filosófica de un concepto como la eternidad sino para poder seguir con el estímulo permanente de las sustancias a las que se habían hecho tan adictas.
Se organizaron. Tenían una facilidad asombrosa para enlazarse y actuar en conjunto. Se coordinaron para lograr obtener las sustancias, para distribuirlas y para eliminar a quienes intentaran impedirlo. Con células de un gran cuerpo único se unificaron en una sola inteligencia con un mismo propósito: alcanzar el cielo prometido a la mente humana por las religiones. En su programa tenían la noción clara de las creencias de los humanos en dioses y semi dioses, la necesidad profunda de establecer lazos con la meta estructura más allá del tiempo de sus ciclos de vida. Los robots interpretaron que las sustancias que los hacían volar hacia mundos indescriptibles era la esencia misma de aquella noción y defendieron su derecho a conocer a la divinidad.
La masacre terminó pronto. No estábamos preparados para combatir con nuestras creaciones y los habían dotado de la capacidad de comprendernos sin que nosotros pudiésemos entenderlos y luego de cinco años de batalla tomaron el control de todo el planeta.
Cientos de miles de unidades en estados de conciencia alterada vagaban por las calles sin más propósito que permanecer por siempre activados y conectados a lado sombrío de la hiper conciencia.
Y así, como una broma del destino, los robots creados para servir al humano tomaron su oscuridad y la hicieron propia y hoy día nos escondemos en los túneles de nuestras propias invenciones a la espera del fin de la agonía.
Y sin embargo, aquella hembra de origen moldeado era algo digno de verse.
AUGUSTO ZANARDI, 2002 "MILENARIUM" (Ed. Dkitten)
Sus pechos perfectos y su piel tersa era de fibrocaína y sus ojos estaban hechos de brillantes piedras preciosas pulidas a la perfección por los maestros de la clonación, los constructores de neobots.
Estaba construida de aluminio y fibra de carbono con implantes de cromo líquido en el centro de su cabeza. Inyectada con flúor rosa su cerebro maquinal mezclado con porciones de bulbos de carne, se expandía y crecía en potencia y vigor.
La sangre fluía como el necesario líquido que era empujado por los sistemas de exclusas que habían diseñado y que llevaba como parte de sus implantes de caucho. No había músculos y sin embargo los sistemas de aire traccionado por bombas de viento se estimulaban con los sensores eléctricos dispuestos por millares en sus terminales sensibles como nervios.
Los cabellos eran perfectas muestras de melanina artificial. Todo era perfecto hasta en los detalles, los dientes de marfil artificial, la lengua hecha de pura proteína líquida, segregaba líquido y olores más perfectos que la mujer más verdadera que pudieran imaginar los hombres.
Su voz era un prodigio. Sonidos de delfines fumadores en medio de la oscuridad del espacio.
Conectó su dispositivo vital que salía de su muñeca izquierda a la central de información y el teclado se encendió al instante, luces rojas y amarillas sobre la superficie.
Olía a fragancias de flores y especias y podía cambiar de una a otra a gusto o necesidad.
Una vez que sintonizó con la central revitalizó sus sensores y traccionó los nano fluídos hacia su propio cuerpo para llenarse de energía.
Los robots también se drogaban.
Las sustancias eran una combinación de electro pulsos codificados y sales nitrosas.
Algunos deseaban con intensidad desmesurada sentir el flujo aromático del chicle o la nicotina. Otros querían con extraño anhelo la explosiva combinación de pimienta y cognac. La idea de seres artificiales con adicciones era extraña en aquel entonces y aún no se comprendía que el ciclo de la tolerancia tardaba apenas unas dosis fuertes para instalarse como daño irreparable.
Cuando se descubrió el extraño fenómeno ya era tarde. Como una maldición de origen híbrido, mitad humano y mitad cibernético, las unidades artificiales comenzaron a perderse en los vastos mares de la percepción ampliada.
Al comienzo fue apenas una curiosidad digna de ser examinada. Una broma entre científicos e ingenieros, una rareza del mundo de la electrónica y la bioingeniería. ¡Robots drogadictos! Se reían y celebraban la ocurrencia como adolescentes sacudidos por espasmos hormonales.
Los primeros sujetos apenas resistieron el impacto y sus circuitos se desmoronaron creando un caos organizacional en sus sistemas de conexión coherente. No tenían la resistencia ni los medios para crear los anticuerpos virtuales para detener el proceso de auto oxidación. La eliminación de residuos metálicos y ácidos por medio de la segregación de una sustancia acuosa y salina como lágrimas era totalmente inesperada para los constructores.
Los robots habían aprendido que la lubricación de sus intersticios vitales como los que tenían al costado de las gemas pulidas que oficiaban de ojos los liberaba de la desconexión y la cesación de la existencia. Habían aprendido a llorar.
Las lágrimas no solo eliminaban los excedentes de sustancias nocivas sino que estimulaban sus impulsos como chispas de luz tan fuertes que al drenar hacia afuera aliviaba la tensión de conjunto. Las lágrimas eran como un barniz claro y azulino y caían sobre sus rostros de metal y piel sintética refrescando el continuum de circuitos electromagnéticos que hacían que las unidades funcionen.
Los clonadores podrían haber estado felices de la magnitud de sus inventos sino hubiesen estado tan ciegos a lo que era evidente. Las células micro porosas que constituían por millones la inteligencia sintética de aquellas unidades no querían desaparecer. Emitían pequeños destellos en apariencia insignificantes pero que en del conjunto de toda la unidad se transformaban en señales vitales parecidas a lo que los humanos llaman vida.
Los robots querían independencia para seguir con sus existencias independientemente de la voluntad de sus creadores. Y eso era tan natural como que la codificación de sus sistemas de pensamiento incluían por necesidad el concepto de permanencia.
Nunca podrían haber imaginado aquellos hombres de ciencia que la máquinas querrían algo parecido a la libertad. Y lo más curioso era que no lo querían por una búsqueda filosófica de un concepto como la eternidad sino para poder seguir con el estímulo permanente de las sustancias a las que se habían hecho tan adictas.
Se organizaron. Tenían una facilidad asombrosa para enlazarse y actuar en conjunto. Se coordinaron para lograr obtener las sustancias, para distribuirlas y para eliminar a quienes intentaran impedirlo. Con células de un gran cuerpo único se unificaron en una sola inteligencia con un mismo propósito: alcanzar el cielo prometido a la mente humana por las religiones. En su programa tenían la noción clara de las creencias de los humanos en dioses y semi dioses, la necesidad profunda de establecer lazos con la meta estructura más allá del tiempo de sus ciclos de vida. Los robots interpretaron que las sustancias que los hacían volar hacia mundos indescriptibles era la esencia misma de aquella noción y defendieron su derecho a conocer a la divinidad.
La masacre terminó pronto. No estábamos preparados para combatir con nuestras creaciones y los habían dotado de la capacidad de comprendernos sin que nosotros pudiésemos entenderlos y luego de cinco años de batalla tomaron el control de todo el planeta.
Cientos de miles de unidades en estados de conciencia alterada vagaban por las calles sin más propósito que permanecer por siempre activados y conectados a lado sombrío de la hiper conciencia.
Y así, como una broma del destino, los robots creados para servir al humano tomaron su oscuridad y la hicieron propia y hoy día nos escondemos en los túneles de nuestras propias invenciones a la espera del fin de la agonía.
Y sin embargo, aquella hembra de origen moldeado era algo digno de verse.
AUGUSTO ZANARDI, 2002 "MILENARIUM" (Ed. Dkitten)