El estado alcanzado luego de profundas cavilaciones era exacto y preciso, Lara había alcanzado la impiedad perfecta.
Esto era claro, un problema teórico, un dilema práctico y una invitación a la exaltación de la oscuridad filosófica en manos de los profetas de un porvenir nefasto.
Por ello y bajo aquellas circunstancias tan poco deseables se juntaron en una suerte de improvisado concilio, las máximas autoridades religiosas del lugar. La reunión fue convocada de urgencia y la citación fue clara y específica: todos de civil, sin marcas reconocibles y en un bar de la calle Améndola.
A las diecisiete horas fueron servidos doce cafés, tres de los cuales cortados con leche, un alfajor de maicena y vasos con soda para todos. El más anciano se levantó y propuso un brindis de agua recordando la costumbre social de chocar dos veces los vasos y así se hizo.
Sin rodeos se planteó la cuestión, no sin antes presentar la anécdota del derrotero de la señorita Lara, quien se encontró personalmente con el Tentador y recibió de él el don de la impiedad bajo la extraña circunstancia de que el oscurísimo se le apareció en forma de ornitorrinco o eso fue al menos lo que ella dijo aunque nadie le creyó al principio.
El ornitorrinco ha sido desde tiempos antiguos el símbolo inefable de la arbitrariedad y así fue tomada la declaración de Lara. Sin embargo, fue justamente aquello lo que convenció a los expertos de que el encuentro entre el malísimo y la humana había sucedido.
En un mundo caótico la forma y el sentido se correspondían perfectamente y la señal era apenas las confirmación del complejo aparejo conceptual del que se servía el impío para sus obras.
Si para que lo abstracto de la representación simbólica de aquella entidad se requería un vehículo carnal, para la manifestación de las energías con las que cargaba la mujer bastaba la muestra de su descomunal fuerza en la voz. Lara gritó tan fuerte que todos los vidrios de una manzana a la redonda estallaron. La prueba fue suficiente y desde ese instante se conformó el equipo para el exorcismo.
Los doce miembros de la improvisada cofradía se pusieron de acuerdo rápidamente en que había que proceder a la extirpación psíquica del diablo del cuerpo de aquella pequeña mujer de ojos color caramelo. Luego de haber hecho los planes, pagaron la cuenta y caminaron en fila hacia el sótano en donde tenían atada a la mujer apenas iluminada con una luz que colgaba del techo, sin comida ni bebida.
IGOR SEM, 2007 "LA VUELTA DE LA INQUISICIÓN"
Esto era claro, un problema teórico, un dilema práctico y una invitación a la exaltación de la oscuridad filosófica en manos de los profetas de un porvenir nefasto.
Por ello y bajo aquellas circunstancias tan poco deseables se juntaron en una suerte de improvisado concilio, las máximas autoridades religiosas del lugar. La reunión fue convocada de urgencia y la citación fue clara y específica: todos de civil, sin marcas reconocibles y en un bar de la calle Améndola.
A las diecisiete horas fueron servidos doce cafés, tres de los cuales cortados con leche, un alfajor de maicena y vasos con soda para todos. El más anciano se levantó y propuso un brindis de agua recordando la costumbre social de chocar dos veces los vasos y así se hizo.
Sin rodeos se planteó la cuestión, no sin antes presentar la anécdota del derrotero de la señorita Lara, quien se encontró personalmente con el Tentador y recibió de él el don de la impiedad bajo la extraña circunstancia de que el oscurísimo se le apareció en forma de ornitorrinco o eso fue al menos lo que ella dijo aunque nadie le creyó al principio.
El ornitorrinco ha sido desde tiempos antiguos el símbolo inefable de la arbitrariedad y así fue tomada la declaración de Lara. Sin embargo, fue justamente aquello lo que convenció a los expertos de que el encuentro entre el malísimo y la humana había sucedido.
En un mundo caótico la forma y el sentido se correspondían perfectamente y la señal era apenas las confirmación del complejo aparejo conceptual del que se servía el impío para sus obras.
Si para que lo abstracto de la representación simbólica de aquella entidad se requería un vehículo carnal, para la manifestación de las energías con las que cargaba la mujer bastaba la muestra de su descomunal fuerza en la voz. Lara gritó tan fuerte que todos los vidrios de una manzana a la redonda estallaron. La prueba fue suficiente y desde ese instante se conformó el equipo para el exorcismo.
Los doce miembros de la improvisada cofradía se pusieron de acuerdo rápidamente en que había que proceder a la extirpación psíquica del diablo del cuerpo de aquella pequeña mujer de ojos color caramelo. Luego de haber hecho los planes, pagaron la cuenta y caminaron en fila hacia el sótano en donde tenían atada a la mujer apenas iluminada con una luz que colgaba del techo, sin comida ni bebida.
IGOR SEM, 2007 "LA VUELTA DE LA INQUISICIÓN"