Lo curioso era que hasta el momento no podía comprender como existía tal cosa como un segmento del infinito. Trataba de imaginar la partición de un espacio sin límites y le parecía una aberración. Sin embargo, y para hacer los correspondientes cálculos requería de las matemáticas y éstas le presentaban la posibilidad de trabajar con partes aisladas. Supuso que aún siento una abstracción podía contener un aspecto concreto como si se tratara de una formulación de uso común para manejar conceptos más complejos pero luego se percató de que aquello era una trampa: si la totalidad sin principio ni fin podía ser particionada no había en su esencia una continuidad sino una serie de sumas de elementos y eso lo desesperaba. Era cierto sin embargo que tanto el espacio como el tiempo constreñían el pensamiento a solo cuatro dimensiones y aquello se sabía incompleto. Pensó entonces en sumar la condensación como una dimensión aglutinante y la imaginaba como la gelatina que comienza a tener forma aún cuando carece de solidez. Siguió hilvanando ideas y trató de imaginar cuantos gustos hubiera. Frambuesa y chocolate, higo, mora y coriandro y así hasta que se le acabaron los sabores de su memoria. Así llegó a visualizar con su ojo de lince que las probabilidades de que alguno de ellos apareciera en los próximos estudios era bien cierta y con ello se tranquilizó. Sin embargo siguió calzando ideas y se figuró que debía existir la posibilidad de que los colores se expresaran de una forma en que transmitieran sus propiedades incluso sin ser vistos. Imaginó seres que aspiraban el rojo o el turquesa y oyeran el aguamarina o el amarillo limón. Incluso se animó a sospechar que podía ser palpable, así como la sensibilidad no óptica del verde oscuro y el magenta. Tomó un sorbo de café y continúo ensimismado como un cazador. Se preguntó mientras se reía solo como un loco si sería posible que los planetas fueran comestibles, las galaxias plegables y los cometas adictos. ¿Cómo serían los seres que habitaran un planeta con trastornos de ansiedad?. ¿Cuánta fuerza de gravedad soportarían los seres microscópicos de algún asteroide narcisista y glotón? ¿Cuál sería la interacción de las partículas de cromo con los deshechos de los crustáceos bajo los profundos mares de la Tierra?. ¿Quiénes dominarían la galaxia cuando toda ella estuviese unida por lazos visibles y transitables?. No cabían respuestas claro, eran solo especulaciones acaso incongruentes y sin sentido pero algo dentro suyo resonaba con la idea de que debía seguir cavando en el hoyo interdimensional para encontrar un atajo a los tiempos de la eternidad. Y volvió al punto inicial. ¿Cómo era posible definir un segmento del infinito? Pensó en la particularidad de los elementos minerales o la voluptuosa pulsión de vida del reino vegetal y animal y como se entrelazaban como telarañas entre los intersticios de la vida. Recordó que las estrellas que veían estaban muertas. La ciencia esto lo sabía hacía mucho tiempo y sin embargo le parecía increíble estar viendo el pasado. Un solo que ya no era iluminando su presente con una luz que había viajado millones de años por el oscuro firmamento de la nada. Eso le hizo pensar que si una porción de luz podía estar aún flotando en el espacio, viajando entre un imaginario punto a otro, se constituía de alguna manera el concepto que explicaba la necesidad de contar con el segmento como unidad de medición. Eso lo tranquilizó. Bebió otro sorbo de café. De pronto se quedó mirando la pared y la angustia volvió cuando vio una mancha de humedad que le hizo recordar que aún no descifraba el sentido del punto. Si un segmento era una línea imaginaria que tenía inicio y fin, ¿Cómo entender la función del punto? Pues un punto también era en una escala microscópica una forma medible, o al menos eso creía. Cuando repasó la idea comprendió que la idea de una unidad mínima era en sí mismo un error, una necesidad humana de clasificar y adoctrinar a la física para que se comportara como el cerebro requería para poder satisfacer su necesidad neurótica de explicaciones. Si el punto entonces no existía ¿De qué estaba compuesto el segmento? Pensar en pequeñas unidades solo llevaba una vez más a la más mínima posibilidad y allí volvía a hacer su entrada el punto. Pero el punto no podía existir puesto que si se lo miraba con un poco de altura (aunque no correspondía el ejemplo) éste era solo una superficie vista desde lejos. Un punto podía ser el universo entero de una entidad aún menor como un protón o un quark y eso devastaba el sistema de pensamiento que buscaba una explicación numerada de la existencia. Dejó el café y fue por el licor. Bebió un elixir rojo y fuerte que lo sustrajo de la lucidez pero lo incluyó en el presente de las sensaciones. Probó un bocado de ajo crudo que tenía en la heladera y el ardor y el fuerte aliento lo hicieron buscar hielo para enfriar el brebaje y calmar el ardor en la garganta. Se distrajo unos momentos cuando en un movimiento torpe dejó caer la hielera y los cubitos se cayeron al piso estallando en miles de pedazos. Un poco bebido se arrojó al piso para juntarlos y contra todo pronóstico se quedó allí, arrodillado, observando los reflejos de luz sobre los cristales del frío, arrobado por la sensación de pertenencia al submundo de las sensaciones corporales, y con la consciencia obliterada por el alcohol. Se dejó caer entre los hielos y el piso mojado y frotó su mejilla contra le piso gozando con la sensación como los perritos cuando refriegan su espalda contra el mosaico. Con su mano sintió la textura lisa y gozó como si se tratara de un manjar para los dedos. Al rato se levantó un poco mareado y a los tumbos y volvió a su silla. La idea del segmento del infinito se le hizo más transparente y blanda. Ya no pensó en estructuras y cálculos sino en pulpos y burbujas. Discurría su mente entre flores cultivadas en piletas de cristal humedecidas bajo el diamantino friso transparente de un vitral en el invernadero de una casa de campo. Imaginó que aún las comadrejas y los insectos tenían brillanteces entre sus pliegues como los ojos y las uñas de nácar y marfil. Escuchó con especial atención el sonido del viento que se filtraba por las ventanas que parecía cantar en algún idioma oriental mientras que su propia respiración le resonaban por dentro como un eco del tiempos pasados. Su lengua le parecía de goma blandísima y temió que se le saliera de la boca y se alargara hasta el piso y sintió un escozor en todo el cuerpo como una mezcla de escalofríos con placer de ser tocado. Torció la boca y un rictus de sorpresa se le apareció frente al espejo desdibujado de la copa de cristal sobre la mesa. El segmento. Eso era todo lo que importaba. Pero ya no la idea absurda de contabilizar el espacio y el tiempo sino como la imagen viva de un hueco en el instante, un pozo en el centro de su frente. Una luminaria, la visión del fuego y el hierro derretido en un rojo fulgurante, la ceremonia de las esporas elevándose hacia cielos desconocidos, la tornasolada capa de cristal sobre sus ojos que lo convertían por un instante en un iluminado dueño de su propia aurora boreal. La multiplicación del todo por las partes de lo que no tiene fin, el comienzo de otro mundo y la culminación de la fase de las mediciones. Delante de su percepción había un universo colapsando con otros universos. Galaxias enteras que chocaban y se arremolinaban unas con otras entre sordos ruidos graves como los abuelos de los contrabajos. La presencia sin límites de la gravedad atrayendo hacía el centro imaginario de la creación a todos los seres y a todas las cosas para impregnarlos con más luz, con más calor, llenándolas como canastas irradiadas por alguna clase de divinidad. El regalo de un más allá que se hacía presente en las dimensiones de lo previsible y sobre las fauces del león demiurgo que devora lo que arde. Notas de la partitura del futuro derramando una clase de sopa nutricia sobre el devenir. Ya no tomaba café ni licor, no podía ver ni oír nada, su gusto y su mente estallaron en miles de piezas de un rompecabezas de incontables piezas flotando entre el ayer y el mañana, en los anchos mundos de la materia y los incontables universos de tórrida energía.
Cayó al piso entre estertores y sacudones violentos. Su cabeza golpeó fuerte y sintió un cimbronazo que rebotó incontables veces en la caverna de su memoria. De pronto todo se calmó. Las luces se despidieron y los sonidos cesaron. El silbido de los tiempos mermó y de a poco reaccionó al momento vital de su cuerpo. Respiró profundo. Miró a su alrededor y parpadeó hasta llorar lágrimas de amor. Había comprendido finalmente la razón de ser del propósito de su estudio y descubrió la formación escondida en los números de la función de segmento, el punto, la línea y todos los planos de la existencia y del vacío. Una epifanía muy poco glamorosa sacudió su voluntad hasta hacerlo invulnerable y blando.
Se fue a dormir con la esperanza de que al día siguiente le quedara un recuerdo o la rémora de una idea que pudiera transcribir. En la oscuridad de la noche se desvistió lentamente hasta quedar desnudo y con una rara mezcla de frescura y calidez. Con movimientos lentos se recostó en su blanda cama y adoró el instante en el que su cabeza posó sobre la almohada. Cerró los ojos y sonrió. Ingresó en el sueño como quien renace y allí en medio de la calma tempestad del silencio, gozó con el segmento del segmento de su conexión con la totalidad.


IRWING SALAS, 1999 “LOS NÚMEROS Y EL SER” (Ed. Finis Terra)

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