Era un asunto de diagramación. Boye creía que debía apuntalar la
idea con gráficos y Sergio pensaba que no solo era innecesario sino que dañaba
el estilo. No sé como pasó que uno de los dos terminó muerto y el otro a punto
(o quizás ya se nos fue) y sin embargo tampoco puedo decir que me asombra.
Ambos tenían un carácter endiablado.
Esa rara mezcla de nostalgia con ira verdosa de Boye y la mente
colapsada de Sergio que se ufanaba de comprender las verdades cósmicas mientras
apenas podía hacerse un café sin mancharse o comer un turrón si que se le
cayera la mitad al piso.
Cuando observé el estudio me impactaron las manchas de sangre
sobre el diseño en cuestión. Esa no podía ser obra de Boye. Era escrupuloso y
jamás se hubiese permitido un acto contra el diagrama. Sergio, mas impulsivo y
enfático podría haber desdeñado las consecuencias de clavar un cuchillo en las
tripas de su momentáneo adversario de ideas pero aún así los puntos rojos sobre
la pieza de diseño era cuanto menos sospechosa, por lo desprolijas.
Boye actuaba con esa particular gracia que tienen todos los
extraterrestres. Atento y sonriente, su verde rostro y sus antenas transmitían
una sensación de calma y serenidad. Salvo claro cuando se enfadaba. En ese
momento no solo sus ojos se tornaban carmesí como sangre vieja sino que esas
raras arrugas que parecían la rémora de branquias atrofiadas se contraían
conformando un rictus áspero y desafiante. Duraba poco, pero había llegado a
romper botellas y cortarse los brazos con el vidrio hasta sangrar esa espesa y
descolorida savia que circulaba por sus alienígenas venas.
Sergio en cambio era tan humano como se podía ser en aquellas
circunstancias. Desconfiado y zorro como un político de pueblo, sus hábitos se
centraban más en lacerar sus propias ideas que en lograr efectivamente
transmitir algo cierto.
Un sofista de lujo para un panel inexistente que intentaba
sobresalir a costa de exponer un paladar de ideas turbias y recalcitrantes.
Como buen oriental era si, aplicado. Sus padres habían inculcado en él la
disciplina y el esfuerzo sostenido, la paciencia y la búsqueda de la perfección
incluso a pesar de su temperamento inestable. La Corea de los años sesenta no
era un lugar en donde se podía improvisar y su propia formación como forense lo
llevó a tener que aplicar el método como procedimiento conductual.
Boye en cambio había llegado a la tierra por error. Contaba que
era común que alguna nave se perdiera y terminara atraída por la órbita
terrestre y así un día terminó en los bosques de Arrayanes en el sur de
América. No le costó mucho comprender que debía hallar la forma de camuflarse
entre los extraños habitantes que cubrían sus cuerpos con telas que poblaban la
zona.
No tenía la menor idea de mecánica así que nunca más pudo arreglar
su nave y sabía por experiencia que nunca lo buscarían. Contó muchos años más
tarde que le divertía esa fantasía humana de que los alienígenas eran todos
brillantemente avanzados. Él era solo un comerciante que manejaba una de esas
cosas que había comprado en oferta y tristemente entendió que el bajo precio de
un OVNI se debe a que era pura chatarra. Como viajante vendía y compraba cosas,
algunas útiles otras solo bonitas. Su periplo intergaláctico era muy poco
glamoroso, un hotel aquí, un salto cuántico por allá, todo rutina y poca
emoción.
Sergio no aceptaba llamarse Sergio y odiaba ese nombre. Le hubiese
gustado llamarse Kim, Yon o algo más exótico como Hao Ton pero lo padres
pensaron que una vez abandonada la patria debían facilitar la adaptación del
pequeño y le pusieron Sergio Daniel Juan Antonio César Tadeo Kim-Yun lo cual
sonaba raro. Su cabello era renegrido y lacio y sus rasgos indisimulablemente
perteneciente a las antiguas razas amarillas. Por supuesto lo habían enviado a practicar Tae Kwon Do pero
en la primera clase le rompieron la boca y perdió tres dientes que aún casi ni
habían salido y desistieron. Extraño fue enterarme que con el tiempo se hizo
pendenciero y bravucón. Fue a un gimnasio exclusivo para coreanos y tomó toda
la droga que pudo hasta subir al doble de su peso.
Boye era en cambio flacucho, sin fuerza y solo podía usar su poder
telekinéticos cuando se enfurecía aunque en esos casos perdía por completo la
razón y varios perros y algunos gatos aparecían muertos luego de un ataque de
furia.
Yo por mi parte me he quedado mosca ya que me siento un poco como
sapo de otro pozo, algo ajena, a veces distante.
Tanto Sergio como Boye me parecían interesantes al menos cuando
estaban vivos. Ahora se fueron del ciclo vital al otro mundo o vaya a saber donde,
porque aquí no están. Y no me refiero al mundo material porque hace ya casi
cien años que no lo habito.
Mi condición según mi terapeuta es inestable, volátil, algo en mi
carácter me dijo, como que soy distante, etérea y poco concreta no sé, lo estoy
viendo, es como una oruga en mi oreja pero no alcanzo a divisar bien que me
quiere decir, supongo que es porque habito el mundo de las muertas pero en el
fondo pienso que está celosa. Ella tiene que ir a trabajar, escuchar humanos
ansiosos, angustiados y algunos francamente detestables. Yo en cambio habito
aquí, en el desván, sin preocuparme mucho por comida, sexo o aire siquiera, en
fin, vida de fantasmas.
A veces la visito a Irina. Irina Mandelbaum, la psicóloga, buena
mujer, un tanto rígida pero bueno, si no se protege va a terminar loca como sus
pacientes, rechiflados. Para mí no fue fácil al comienzo. Lo de los sustos y
las sábanas no es para mí, algunos lo disfrutan y confieso que al comienzo
tenía su encanto pero como toda novedad se esfuma en la repetición. Tuve que
encontrar otra forma de ingresar a su mundo. Para los que no saben, hay una
pared, un cristal invisible que nos separa de los vivos y salvo algunos muy
pero muy avanzados (y practicantes de hechicerías horrendas) no podemos cruzar.
Los que sí pueden cruzar son ustedes, los vivos. El momento ideal es el sueño,
pero no a la noche, sino ese momentillo antes y después de dormir.
Pacientemente aguardé el momento en que Irina estaba en su zona de despegue
intermundos y le susurré al oído. Repetí esto por unos cuatro o cinco años,
todos los jueves hasta que por fin un
día me escuchó. Eso fue en la década de los años setenta. Se escuchaba mucho
Deep Purple y se leía a Huxley así que no sonaba tan raro. Desde ahí que
hacemos terapia y ahora (por recomendación suya) llevo mi diario íntimo. El
pacto es justo, yo le cuento cosas del más allá (mi más acá) y ella lo
transcribe en su mundo. Si un día me canso me mudo a otra dimensión, ya se
fueron Boye y Sergio, en unos años se irá Irina y ustedes malolientes humanos
seguirán o no según la fecha de caducidad de sus ADN. Eso sí, extraño los
dulces.
SUSANN MONTEAZTE-FRILLING (1999) “CENIZAS ENTRE DOS MUNDOS” (Ed.
Lazazzera Publishers Ltd.)