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Mostrando entradas de enero, 2018
Ingrávidas como cristales de helio, las salamandras escupieron eléctricas raíces hacia la tierra yerma. Con una sonoridad danzante revoloteaban anárquicas en forma de zigzag por sobre la sólida base mineral. Debajo, con los pies atados a la superficie, los humanos intentaban cazarlas para atrapar su esencia. Las salamandras, eléctricas danzarinas, evadían los toscos movimientos de los hombres con una sonrisa. Sin embargo, ésta ni oficiaba de anclaje vincular ni era de compasión sino de franco odio. La necesidad voraz del humano de hacerse con la energía de otros se les hacía no solo incomprensible sino atroz e insensata. El fuego que ardía en sus venas de éter pedía a voz encendida arrasarlos a todos, insuflar el veneno tóxico de los vapores de azufre en sus pulmones para asarlos vivos hasta que, demacrados y ulcerados se retorcieran sobre el piso. Sin embargo y actuando en consonancia con su propia naturaleza optaron por jugar a las escondidas. Desconfiadas y rápidas, se esc...
El comienzo de todo fue un acto de violencia. Como una herida auto infringida se cortó las venas y cometió el primer acto de rebeldía, un atentado contra su propio poder. Con esta acción inesperada destruyó el silencio y su mutación fue inexorable. No calculó ni especuló con el futuro, pues este no existía ni siquiera como idea. No le tembló su mano ausente en poner en riesgo su paz. Fue el acto más valiente y audaz y a la vez el más inconsciente e impredecible. También fue la coronación del sentido último que burbujeaba ingrávido a la espera de ser invocado. Nunca sospechó ni quiso saber las consecuencias de su acto primero. Jamás –hasta ese instante atemporal- había percibido ni necesitado nada. En cierta forma su existencia inexistente era un modo de autismo divino. Nada ni nadie ni nunca ni donde se habían superpuesto ante a su propia mismidad ni existía una forma de verse en espejo alguno ni ser percibido. Pero no se conformó y destruyó su paz acuática de serenid...
El secreto es una forma de difuminar el destino. Darle un giro, convertirlo en cómplice por acción del soterramiento del alma. La verdad, al fin y al cabo, es de andarse con pasos largos. De pronto en lo inmediato nos hallamos varados al costado de la ruta de nuestra propia sombra, esperando que ocurra algo, como si aquello fuese necesario. Es entonces cuando lo oculto desparrama sus mejores efluvios. Hechicería. La magna historia de todo lo escondido, lo que no se ve ni se huele. El casco anti distracciones contra la policía antimotines. Porque luego de todo, se encuentra el deseo ávido del sistema por deglutir y adoctrinar para al fin, aplanar los sueños y llenar de malezas el sendero que lleva a la gloria. Por ello es que la creación requiere de su gemelo: el silencio. Una sin otra se vuelven de alguna manera, estériles. Los ciclos de la expansión y contracción que se suceden en el Cosmos todo, se replican en cada idea y en todo propósito. Resulta deseable pues, mantener una cor...