El secreto es una forma de difuminar el destino. Darle un giro, convertirlo en cómplice por acción del soterramiento del alma. La verdad, al fin y al cabo, es de andarse con pasos largos. De pronto en lo inmediato nos hallamos varados al costado de la ruta de nuestra propia sombra, esperando que ocurra algo, como si aquello fuese necesario. Es entonces cuando lo oculto desparrama sus mejores efluvios. Hechicería. La magna historia de todo lo escondido, lo que no se ve ni se huele. El casco anti distracciones contra la policía antimotines. Porque luego de todo, se encuentra el deseo ávido del sistema por deglutir y adoctrinar para al fin, aplanar los sueños y llenar de malezas el sendero que lleva a la gloria.
Por ello es que la creación requiere de su gemelo: el silencio. Una sin otra se vuelven de alguna manera, estériles. Los ciclos de la expansión y contracción que se suceden en el Cosmos todo, se replican en cada idea y en todo propósito. Resulta deseable pues, mantener una cordura desatada, o quizás mejor aún, un delirio razonado. Una vez más se debe acudir a las paradojas y a la superposición de ideas contradictorias al menos en apariencia pues su aporte no se limita a la incubación de semillas germinantes sino de manera central en el cuidado de las mismas a través de mantenerlas lejos del alcance de las miradas. Ni el sabueso más avieso deberá intuir su presencia ni las máquinas detectar su energía. Velar una mil veces la pepita de oro del conocimiento y evitar el latrocinio y el pensamiento carterista de la sociedad. Una vez anclado el saber en un lugar salvo se puede –y acaso se deba- proceder a su divulgación, ahora en forma de metáfora fina, ironía trágica o como una hermosa comedia. Cuanto más lejos de la verdad divulgada se halle su argumento, así mejor. El círculo alrededor del núcleo nutricio ha de ser grande. Elíptica forma de atar el cielo a la tierra y construir un puente entre mundos que no se tocan. Crear el vínculo es también, subversivo. Con cada movimiento hacia delante los motores se encienden y las calaveras brillan como una forma de acallar el miedo inherente a la posibilidad de trascender el barro. La mirada a las estrellas como un astrónomo poseído por la gracia y bendito con el don de la interpretación se convierte en la palma mágica que acaricia el alma y la eleva. Por acción de su fortaleza y detrás de la máscara de la confusión se apertrechan los emisarios de la luz para infundir su gota divina como una vacuna de origen celestial. No hay nada más puro, nada más sagrado que la inoculación del ser en la materia para que reviva de la muerte segura y destelle su aura dorada. Sobre los oráculos del mundo, situada encima de los presagios y más allá de los hechizos, el sol viviente de la carnadura mutable se hace presente como un águila formidable recorriendo el cielo de los tiempos hacia la morada de los brujos. Lo infinito y celeste se combina con lo hondo de los pozos del agua del manantial y allí en medio del encuentro, explota la fuerza y deviene en elíxir para la mente. El secreto es entonces fundamental. Nadie, ni el más loco ni el poeta más inspirado alcanzará a comprender el alcance ultra humano de este encuentro. La vasija se llena y su contenido es liberador. Verter sobre el candado del mundo en la oscuridad de su sombra el fino aliento líquido que se ha juntado, trasciende la frontera del tiempo y se cuela en los pliegues del espacio. Allí, en donde todo el aún misterio, se resquebrajan las certezas y se renuevan las esperanzas en el marco de un contrato sellado con Dios.


LAURA ANAHÍ SOLIMÁN-PIETERS, 2018 “Y NACERÁN DE NUEVO” (Ed. Soscticio)

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