Dar caminatas alrededor de una fuente de apenas dos metros de ancho podría parecer absurdo, salvo que supieses que se trataba de la Fuente de la Vida. Una gota que salpica tu rostro te convierte en inmortal, dos gotas te vuelven humano, otra más y la eternidad te saluda. Por algún motivo Nicolás Garzón había llegado hasta allí y se había percatado de que aquellas personas que se turnaban para girar entorno de esa gran vasija de alabastro veteado no eran zombies. Eran simples humanos con deseos de tomar un maldito atajo hacia un más allá con garantías de satisfacción. El tiempo le enseñó también que esa fuente tenía algo hipnótico, irresistible, creaba un efecto psicodélico que hacía subir las pulsaciones hasta límites inimaginables que habrían matado a una persona común. Nadie podría resistir cuatroscientos o quinientos latidos por minutos.
ANAHÍ KANTOR, 1968 (VIAJES INOLVIDABLES, Ed. Muchenson & Trosk)