Mirar el horizonte desde una terraza en un suburbio de una inmensa ciudad. ¡Ah que privilegio!. El templo para el zorzal es idéntico que para las ramas de cualquier árbol y todos los aromas perfuman mi escencia como un fuego vivificante. Las cienmil mariposas doradas que arremeten contra el mar, estallan hasta convertirse en sal y aceite. Si antes de nacer ya vi todo, si al costado del camino, sobre una piedra todo estaba escrito, entonces ¿para qué molestarse en el redoble de los platillos, la llamada de los insectos y el crujir seco del piso de la ilusión? Antes y nunca antes de partir hacia ningún lado, llevaré por siempre como escudo y puñal, la marca de un deseo eterno por ser.
RAMIN ALETONAYA, 1788 (CANTOS DEL DEVENIR, Ed. Sotovoce)