Desde los tiempos de la reina Ananá, los diatones se refirieron a los extranjeros como los aperturantes por su afición a comenzar diversas cosas. La política local prohibía taxativamente cualquier iniciativa y era castigado en algunos casos con una bolsa llena de monedas de oro. Nadie quería que sus amigos y parientes fuesen humillados de tal modo y evitaban con ahínco hasta la más mínima intención de efectuar algo con aire de comienzo. Hasta que un día llegó Matutí y lloró mucho, tanto que inundó los valles y los ríos desbordaban cocodrilos y peces muertos. La espuma baño las pésimas construcciones de los diatones y con ella hicieron unas extrañas artesanías que luego vendían en las ferias a cambio de restos de mijo, latas viejas o choclos. Nadie sabía nada acerca de la existencia de grandes ciudades no lejos de allí y fueron tan infelices como cualquier otro pueblo, pero no más.

TATIANA OUKOTZ "HISTORIAS DE LA CRECIENTE", 1978 ED. FLAMENA

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