Galiano se montó en su carro volador y dirigió sus pensamientos hacia el cielo infinito. Extendió sus brazos en alto y gritó con todas sus fuerzas. Las huestes angelicales le respondieron con el eco de mil voces y sus músculos se contrajeron hasta que la tensión se hizo tan intensa que su mente recibió la influencia de todos los santos. Tomó velocidad, midió el espacio a su alrededor y calculó que si seguía a esa velocidad sus chances de sobrevivir al impacto eran casi nulas. Así y todo continúo acelerando hasta que parte de su cuerpo comenzó a desintegrarse. Las moléculas de su ser se abrían paso a través de las tinieblas y conformaban un espectro de extraña conformación. Luces brillantes de colores: fucsias, amarillos y verdes incandescentes se aglomeraban mutando de energía pura a materialidad inconsistente. Aumentó la velocidad. Con su boca ardiente iluminó el espacio vacío y lo llenó de estrellas. Creó un nuevo mundo en instantes. Los habitantes de la nueva constelación agradecieron su alumbramiento y Galiano se volvió tan transparente que ya nunca pudo verse reflejado ni en un espejo ni en un río.

KASPAR WIENBERG "HADOS DE LA SERPIENTE", 2004 ED. LAOS

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