Un ente de alto porte y dentadura extensa. Cien brazos enrollados como mangueras detrás de algo que parecían alas sin nacer. Los rulos de su cabello de hierro descomponían el espacio en tríadas elementales como polen flotando en el éter. Su cuerpo delicado y perfumado con el aroma de mil rosas daba la sensación de brotar de un manantial de fibras. Cuando habló en su peculiar idioma, resonaron las notas de un millón de niños del coro angelical. Nunca supimos que dijo, ni que quería. Lo matamos antes y somos culpables. Tuvimos miedo y ahora lloramos su ausencia.

LOS MONTES OSCUROS
JONATHAN PERDINGALE, 1976 ED. Premium

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