Cuentan que en el antiguo reino de Malen-Tacuá cuando alguien quería algo de alguien, jamás lo hacía de forma directa, cosa que era vista como algo de mal gusto y escasa educación.
Incluso era señal de alcurnia el hacer cualquier pedido, proposición o sugerencia por medio de hasta ocho personas diferentes.
La transmisión exacta del mensaje inicial se cuidaba hasta la perfección y era parte de la educación desde temprana edad.
Así, la comunicación se hacía de manera elíptica, circular o incluso espiralada pero nunca directa.
Así fue durante siglos y era una costumbre tan arraigada que incluso para comprar el pan un hombre debía pedir o insinuar a otra persona que le hiciera el pedido al panadero.
Las cosas eran aún más complejas en los asuntos relacionados al amor, los negocios o la guerra. Así, para el amor no podía haber menos de cuatro intermediarios entre los amantes.
Para los negocios seis intermediarios estaba bien y para la guerra eran ocho personas transmitiendo mensajes.
Esto no carecía de sentido. Los habitantes de aquella cultura habían logrado obtener una memoria prodigiosa y una observación libre de distorsiones y subjetividades.
Todo individuo sabía y era un impecable transmisor de información.
El hecho de que el más mínimo error en un mensaje era castigado con la pena de muerte no era menor y se cumplía a rajatabla aunque obviamente tanto durante el juicio como en la condena todo tomaba una extraña forma de comunicación incesante.
Un día sucedió un hecho que cambió para siempre la historia: un hombre nació tartamudo. Como nadie confiaba en que sus mensajes se transmitieran de forma correcta dejaron de hablarle. Eso lo entristeció mucho. Luego de retirarse al desierto a meditar por cuarenta días y cuarenta noches, comprendió que debía dejar un registro no verbal de lo que escuchara. Inventó así la escritura. Con ello al poco tiempo se perdió aquella cultura de la escucha y la transmisión. Las gentes anotaban todo y comenzaron a perder la memoria y el gusto por el relato. Comenzaron a comunicar directamente lo que pretendían por escrito.
El pueblo desapareció y hoy solo quedan unos papiros con cuentas sin pagar y chismes baratos.
ADALBERT VON HÜGGENHEIM, 1286 "RELATOS DE PUEBLOS PERDIDOS PARA LA GRACIA DEL ETERNO Y MALDICIÓN DE LOS INFIELES" CÓDEX SUPLANUS
Incluso era señal de alcurnia el hacer cualquier pedido, proposición o sugerencia por medio de hasta ocho personas diferentes.
La transmisión exacta del mensaje inicial se cuidaba hasta la perfección y era parte de la educación desde temprana edad.
Así, la comunicación se hacía de manera elíptica, circular o incluso espiralada pero nunca directa.
Así fue durante siglos y era una costumbre tan arraigada que incluso para comprar el pan un hombre debía pedir o insinuar a otra persona que le hiciera el pedido al panadero.
Las cosas eran aún más complejas en los asuntos relacionados al amor, los negocios o la guerra. Así, para el amor no podía haber menos de cuatro intermediarios entre los amantes.
Para los negocios seis intermediarios estaba bien y para la guerra eran ocho personas transmitiendo mensajes.
Esto no carecía de sentido. Los habitantes de aquella cultura habían logrado obtener una memoria prodigiosa y una observación libre de distorsiones y subjetividades.
Todo individuo sabía y era un impecable transmisor de información.
El hecho de que el más mínimo error en un mensaje era castigado con la pena de muerte no era menor y se cumplía a rajatabla aunque obviamente tanto durante el juicio como en la condena todo tomaba una extraña forma de comunicación incesante.
Un día sucedió un hecho que cambió para siempre la historia: un hombre nació tartamudo. Como nadie confiaba en que sus mensajes se transmitieran de forma correcta dejaron de hablarle. Eso lo entristeció mucho. Luego de retirarse al desierto a meditar por cuarenta días y cuarenta noches, comprendió que debía dejar un registro no verbal de lo que escuchara. Inventó así la escritura. Con ello al poco tiempo se perdió aquella cultura de la escucha y la transmisión. Las gentes anotaban todo y comenzaron a perder la memoria y el gusto por el relato. Comenzaron a comunicar directamente lo que pretendían por escrito.
El pueblo desapareció y hoy solo quedan unos papiros con cuentas sin pagar y chismes baratos.
ADALBERT VON HÜGGENHEIM, 1286 "RELATOS DE PUEBLOS PERDIDOS PARA LA GRACIA DEL ETERNO Y MALDICIÓN DE LOS INFIELES" CÓDEX SUPLANUS