He viajado hasta casi olvidar mi origen, mi hogar, mi marca de nacimiento y mis memorias. Cabalgué a lomo de caballos y elefantes. Conversé con hombres, santos y hienas. Si miro para atrás solo veo nubes negras y desdibujadas sonrisas de seres que ya no conozco. Mi camino no tiene un destino marcado más que por el afán de transitar los intersticios de la inmensidad. No tengo más opción que barrenar por las orillas del mundo, ya no puedo calzar en su estructura. Un día me levanté muy temprano a la mañana, el sol aún no había salido, empaqué un pequeño bolso y me marché. Mi pequeña gata Luna me miró y comprendió lo que a un humano le hubiese llevado una vida. Maulló suavemente y saltó rumbo a algún tejado, luego desapareció en la bruma de la mañana. El sol me encontró caminando por un camino extraño, acaso prohibido. Ese fue el comienzo de una incursión en el mundo de las paradojas y la cohesión. Ya tuve un gran susto y también logré flotar con mi mente en el magma salino del éter de las profundidades. Me reúno cada tanto con mis criaturas preciosas: un oso albino y una cobra de oro. Me cuentan sus secretos y yo les abro mi corazón. Desde que tengo tres años navego en la noche portando el farol que yo mismo construí. A cada instante olvido algo más y sin embargo recuerdo cosas nuevas. Cuando siento cansancio o desánimo junto mis palmas y rezo en la soledad de esta galaxia que me contiene y me llena de gracia magenta y azul. El plasma radiante promueve mis corazonadas y me impulsa como un mago luminoso aunque lento a treparme por esas escaleras de lapislázuli y ébano hasta llegar a beber de la fuente de la luz. El sol anaranjado de todos los atardeceres me golpea en el pecho como un estruendo implacable y mi alma vibra hasta descomponer la dura mampostería de mis íntimos muros. Atravesando el ciclo de lo nunca acabado, un rey entre las águilas vuela hacia el poniente. Cada día se hace más largo y más corto. Cada instante es eterno y tan frágil. El pasar de los segundos se detiene como el origen del péndulo, el hilo que lo sostiene, tan inmóvil en su espacio único y firme, ¿Porqué motivo me encuentro en este mar de esencias y encantos? ¿En qué aguas se bañan las palabras ciertas? ¿Quiénes barren los bordes de los caminos de la eternidad? Acaso un día, cuando deba detenerme, iré por un vaso de vino del sol y sonrosado con el calor de cien hogueras, me encuentre con el origen perdido, el hogar anhelado, mi heridas curadas y mis memorias sobre un papel. Ese día escribiré un diario y lo ofreceré como ofrenda a quien corresponda

CONSTANCIO CABALLO DEL INCA, 1968, "CUANDO REGRESE", Ed: Morgenthal

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