Sucedió entonces el hecho más extraordinario del mundo. Y ocurrió de pronto, sin previo aviso y a frente a los rostros asombrados de todos. La sorpresa y el desconcierto cundieron entre los presentes y aún los más cínicos se rindieron a su encanto. El efecto fue inmediato y como un viento incandescente recorrió las almas hasta incrustarse en cada una de ellas. El evento tenía proporciones épicas, era una rareza inmensa. Una excepción a todas las reglas conocidas, un salto cuántico en el que las circunstancias se adelantaron a la capacidad de resolver las ecuaciones y pronósticos de los sabios. La velocidad lo era todo. Allí residía el secreto. Un golpe de tal intensidad solo era posible conjugando rapidez y audacia. Y de ambas hubo. Ninguna persona podría haber imaginado semejante escenario. La cantidad de hechos ocurriendo en paralelo y de la manera más insólita, pusieron a todos en un estado de parálisis cognitiva. Fue como una violación a las mentes, una sofisticada forma de encandilamiento. Un engaño sin posibilidad de respuesta pronta y firme. El truco consistió en que lo inesperado se hizo carne en la imaginación de todos a fuerza de los estímulos que se sucedieron uno tras otro hasta horadar la ya por lo general escasa capacidad de recepción lúcida de los humanos.
Pero ese siempre había sido el plan. Encandilar a los hombres como a los conejos se los paraliza con una simple luz. Para matarlos claro. Y eso sucedió finalmente. Algunos nos salvamos y debo decir que no fue por astucia o inteligencia y mucho menos por conciencia. Fue el azar -si es que tal cosa existe- ya que en el mismo momento en el que el suceso cobró vida, nos encontrábamos bajo tierra y  no por ser valientes que rescatan niños perdidos ni por ser ávidos buscadores de tesoros o curiosos insaciables de los misterios de la tierra. Nos habíamos caído dentro de una trampa originalmente puesta para osos. Y torpes como éramos no encontrábamos forma de salir. Menos mal, de haber salido seríamos alimento o esclavos.
Finalmente y al escribir estas líneas nos encontramos a salvo y si bien no servimos para luchar, hacer planes o sanar, al menos contaremos lo que ha pasado y lo que sucederá. Somos apenas cronistas de lo inimaginable.

RODRIGO SÉRPICO, 2004 (NOTICIAS DESDE EL ABANDONO, Ed. Cartagena)

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