El septuagenario Ilotas Redanovic se paró sobre una gran roca colocada por los tiempos sobre las márgenes del río Au y miró al cielo en busca de inspiración. Las nubes se corrieron como por una orden secreta y silenciosa y el sol asomó con la fuerza inspiradora del Creador de Todo. El amable hombre levantó sus portentosos brazos forjados en la arena de la lucha por la libertad y sus dedos se tensaron en un gesto de poder. Ante el viento, el fuego y la tierra entonó un salmo de tal hermosura que los ángeles de la cristiandad y los genios milenarios de Arabia y Babilonia se congregaron en círculo a su alrededor en respetuoso silencio. Mientras tanto desde los barcos, los capitanes señalaban al cielo y algunos se arrodillaban a rezar a sus dioses. Una línea de luz interestelar se abrió paso por las fronteras de la inmensidad y volaron desde el centro del sol cien mil seres de túnicas blancas, viajeros de la totalidad. Un magma ardiente fluía desde sus ojos y el cielo se tiño de rosa intenso y burbujeante por entre la bruma que exudaba el mar. Tenues hilos de luz se propagaban en forma de arcos y octaedros y la túnica de Ilotas parecía de fuego vivo.
Solo unos pocos afortunados pudieron ver el fugaz instante en que el hombre se transformó en pura pulsión de energía trascendental. Para el resto, solo fue una tormenta más.
RADOS VOLDADOR, 1890 "LOS AUGURES DEL MAR" (Ed. Talasto)
Solo unos pocos afortunados pudieron ver el fugaz instante en que el hombre se transformó en pura pulsión de energía trascendental. Para el resto, solo fue una tormenta más.
RADOS VOLDADOR, 1890 "LOS AUGURES DEL MAR" (Ed. Talasto)