La educación del pequeño Jara se basó en ciertos principios y hasta en algunas experimentaciones del profesor Yamada.  En lugar de enseñarle los rudimentos del habla, le enseñó a emitir toda clase de sonidos de modo que el niño era un interjeccionista fuera de serie desde pequeño. 
En lugar de enseñarle a leer y escribir, lo impulsó a hacer toda clase de garabatos, signos inventados y a comunicarse de la forma en que mejor lo sintiera.  De todos modos el niño adquirió la capacidad del habla, aunque más por curiosidad propia que por educación formal.
Tampoco el niño supo de juguetes convencionales ni de pelotas, autitos o cosas similares. 
Sus juegos infantiles estaban más relacionados con una ecléctica modalidad lúdica y de entrenamiento mental y corporal.
Masticar toda clase de yuyos, hacer cabriolas sobre azoteas en pisos altos, enmendar ropa vieja, gritar en lengas muertas y lamer piedras. 

Comunicábase Jara, con todos los insectos, los pájaros y aún con los árboles. 

De estos últimos tenía unas ideas bastante particulares; según le contaba a su padre, los árboles estaban todos conectados entre sí por una especie de sintonía natural.  Las raíces de todos los árboles penetraban la tierra y de esa manera emitían unas ondas con una amplísima gama de frecuencia, de modo que articulaban un lenguaje sumamente complejo. 
El extraño universo perceptual que lo formó, lo llevó a poder comprender dicho lenguaje con una familiaridad y empatía sorpendente y única.

Así se enteró que entre los árboles y aún entre arbustos y otras plantas existían una serie de jerarquías que posicionaban a cada especie y dentro de cada especie a cada individuo - árbol en un rango bien específico.

“Las libustrinas por ejemplo tenían un rango bajo.

Los robles, las secuoyas, los cedros y arrayanes constituían una rama de la nobleza del reino arbóreo; los sauces, papiros y juncos constituían los reyes del reino de los árboles del agua cumplían funciones dentro del gobierno del mundo de madera.

El líder espiritual era sin dudas y respetado por todos el Gincko.  De él emanaban las recomendaciones sobre todos los temas concernientes a la comunidad.

Los espinos, cardones, palos borrachos constituían el ejército, la fuerza de choque.

Los cerezos y jacarandá eran los príncipes de la armonía y su deber era enseñar esta virtud a los demás.

Había también algunos parias dentro de ésta compleja sociedad: las higueras. Las pobres estaban estigmatizadas dentro de la comunidad debido a su natural tendencia a relacionarse con humanos deseosos de pactos con la oscuridad.

El Mundo de la madera tenía leyes, reglas, pasado y memoria.  Tenía vínculos estrechos con otros reinos vegetales, animales y especialmente con el profundo reino de la piedra.
Para nuestros botánicos es claro que los nutrientes en forma de minerales, vienen de la tierra, lo que no llegan ni siquiera a sospechar es la magnitud de esta relación.

Los “hierros imantados” corroen a otros minerales más dulces y los llevan a producir una reacción que los árboles denominan fluitas y que emerge desde la tierra hacia las raíces de los árboles trayendo no solo vida y fortaleza sino información desde todo el mundo, de sus congéneres en el otro lado del planeta.

Esta simbiosis parece tener una notable influencia en nuestras vidas humanas, aún cuando de esto nada se sepa.  A tal punto que la vida y la muerte de una determinada comunidad puede estar determinada por el destino a través del entramado de relaciones entre el mundo arbóreo y su entonrno energético.

Para los árboles significa la organicicidad de su género, para la tierra significa la emulsión del cielo, la configuración e impregnación de su escencia a través de la recepción de los rayos del cosmos, que los árboles atraen con su inmensos y cuantiosos brazos nudosos

Los minerales que posee la tierra se imantan con diferentes frecuencias que reciben desde el cosmos y así se alinean progresivamente hacia formas más perfectas, hacia pentágonos, hexágonos, poliedros y formas complejas de doble o triple estructura.
Al ir reformando su propia estructura se hacen más poderosos.”

Jara le contaba todo esto a su padre y éste tomaba nota.   Había llenado hasta el momento unos 1500 anotadores con explicaciones y dibujos y diagramas.

El niño sentía que las frases de la vida, que tomaba del pulso a la tierra era sin embargo muy sencillas.  Como no tenía con quien compararse, todo le parecía de lo más normal y lo compartía con su padre como cualquier niño contaría sus juegos y aprendizajes.

 ARÍSTIDES LA MOTA, 1976 "CUENTOS DE VERANOS SIN NIEBLA" (Ed. Palacios)

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