Sin duda que la mayor virtud de mi joven cliente era la temperancia.  
El carácter ameno, imbuído de serenidad que en medio del mayor de los desastres, como efectivamente fue todo lo acontecido en el caso de los auditores contra  Roberto Yllain.   
Lo acusaban de haber evadido impuesto en las importaciones desde Singapore por un valor varias veces millonario.  
Él por supuesto negaba todo; yo tenía mis dudas.  
Le pedí que me mostrara los libros contables de su firma y él se negó.  
Dijo que debía mantener cierta privacidad, que era un código de honor que mantenía con sus clientes.  
Traté de explicarle que era imposible ayudarlo si no podía acceder a la información tan básica como el registro de ingresos y egresos que llevaba pero se negó con firmeza, diciendo que nada de lo que yo viera me ayudaría en lo mas mínimo.  
Yo me enfadé, no estaba dispuesto a ser un pelele que acomodara las cuentas de nadie.  Roberto, siempre tranquilo, amable e impasible, sacó de un cajón un maletín forrado en cuero de cebra, lo puso sobre su escritorio, lo abrió y girándolo lentamente  hacia mi, me mostró el contenido.  
Oro.  Oro macizo.  
Me miró con un brillo entre maligno y divertido y me dijo 
-Suyo.
Cuando desperté, estaba en el suelo alfombrado de la oficina de Roberto  y éste me sujetaba la cabeza mientras me daba a inhalar una sustancia de mentol.  
Respiré el ungüento y me repuse.  
Me dirigí al sillón y permanecimos un rato en silencio.  
Roberto me trajo una copa de cognac la cual tomé de buen agrado.  
Me explicó que el oro era el pago que me daría en caso de aceptar yo representarlo y recalcó que no me preocupara: que no estaba en negocios sucios.  

CONNY FALAWELL, 1957 "LOS MISTERIOS DE ROBERTO YLLAIN" (Ed. ProConsulta)

Entradas populares de este blog