Arde tu luna, arde tu luna, ¡Arde tu luna!
Las palabras de la gran sacerdotisa pronunciadas en alta voz en medio de aquel gentío, sonaban como una invocación al centro mismo de la caverna de los horrores. Y sin embargo estaba dirigido a un joven y era una pregunta: ¿Arde tu luna?
Desde tiempos inmemoriales las ánforas sagradas guardaban el elixir que convertía en posible lo improbable; el fuego líquido, la fuerza encerrada en un pequeño espacio listo para multiplicarse y descender como lluvia de fósforo y azufre mentolado sobre las cabezas de todos los seres.
Reunidos allí para presenciar el evento más significativo y relevante: la mutagénesis del ser.
El encuentro de lo oculto por la cadena interminable de cientos de magos, sabios y hechiceros.
Arde tu luna- repetía la gran maga blanca.
Y con cada palabra un mar de dudas se desvanecía en la mente del joven guerrero.
¡Arde tu luna! y la cuenta regresiva hacia la iluminación y el poder se intensificaba de forma que las palabras se llenaban de humo negro y cólera azabache.
El tiempo se comprimía como una estrella enana de poder incalculable e irradiaba su pulsión de vida y energía hacia fronteras más amplias y luminosas.
El esplendor de la certeza y la íntima convicción de que solo el anhelo de lo indecible lo libraría para siempre de ser un mortal para convertirlo en quien fuera capaz de saltar por sobre el pálido cielo de la propia constelación de ideas, el joven se dejaba llevar por su guía y mentora.
¡Arde tu luna! y las palabras se le clavaban como agujas calientes entre la vértebras dejando la marca de agua y tierra en una voluntad de hierro y sol.
Como un néctar de zafiro molido por la piedra bruta destellando a la luz de la hermana menor de los cuerpos celestes, así resplandecía de vida con el fulgor de lo bello por vivo y fuerte por verdadero.
Desde aquel instante primero en el que pudo comprender la manifestación de todo lo que es, lo que fue y lo que será, se sintió parte con el amplio campo de las experiencias de todos los presentes, en círculo alrededor de la gran sacerdotisa blanca que una y otra vez pronunciaba su cántico magistral y eterno: ¡Arde tu luna!. Arde tu luna. Arde tu luna.
ROBIN MEINERT, 2012 "DE HECHICERAS Y MAGAS" (Ed. Joahnnesstorm)
Las palabras de la gran sacerdotisa pronunciadas en alta voz en medio de aquel gentío, sonaban como una invocación al centro mismo de la caverna de los horrores. Y sin embargo estaba dirigido a un joven y era una pregunta: ¿Arde tu luna?
Desde tiempos inmemoriales las ánforas sagradas guardaban el elixir que convertía en posible lo improbable; el fuego líquido, la fuerza encerrada en un pequeño espacio listo para multiplicarse y descender como lluvia de fósforo y azufre mentolado sobre las cabezas de todos los seres.
Reunidos allí para presenciar el evento más significativo y relevante: la mutagénesis del ser.
El encuentro de lo oculto por la cadena interminable de cientos de magos, sabios y hechiceros.
Arde tu luna- repetía la gran maga blanca.
Y con cada palabra un mar de dudas se desvanecía en la mente del joven guerrero.
¡Arde tu luna! y la cuenta regresiva hacia la iluminación y el poder se intensificaba de forma que las palabras se llenaban de humo negro y cólera azabache.
El tiempo se comprimía como una estrella enana de poder incalculable e irradiaba su pulsión de vida y energía hacia fronteras más amplias y luminosas.
El esplendor de la certeza y la íntima convicción de que solo el anhelo de lo indecible lo libraría para siempre de ser un mortal para convertirlo en quien fuera capaz de saltar por sobre el pálido cielo de la propia constelación de ideas, el joven se dejaba llevar por su guía y mentora.
¡Arde tu luna! y las palabras se le clavaban como agujas calientes entre la vértebras dejando la marca de agua y tierra en una voluntad de hierro y sol.
Como un néctar de zafiro molido por la piedra bruta destellando a la luz de la hermana menor de los cuerpos celestes, así resplandecía de vida con el fulgor de lo bello por vivo y fuerte por verdadero.
Desde aquel instante primero en el que pudo comprender la manifestación de todo lo que es, lo que fue y lo que será, se sintió parte con el amplio campo de las experiencias de todos los presentes, en círculo alrededor de la gran sacerdotisa blanca que una y otra vez pronunciaba su cántico magistral y eterno: ¡Arde tu luna!. Arde tu luna. Arde tu luna.
ROBIN MEINERT, 2012 "DE HECHICERAS Y MAGAS" (Ed. Joahnnesstorm)