El ciclo de las cadencias del combustible incinerado por los rotores de compresión y por las turbinas de aleación de cuarzo y bencinas fluorescentes y la improbable aparición de una nueva fuerza que impulsara la nave hacia otra dirección hizo que aquellos hombres viajeros del tiempo se convencieran en muy poco tiempo que sus destinos habían sido sellados mucho tiempo atrás cuando desde algún lugar remoto del planeta se diera la orden de enviar seres vivos al espacio en un salto hacia el mundo de los muertos para intentar un rescate que por absurdo y audaz creían posible y conveniente al punto de romper todos los protocolos de acuerdos respecto a los límites de la ciencia y sus alcances en el mundo de lo paranormal.
Fue una verdadera ceremonia. Oscura. Densa.
Sabían que serían enviados de los campos de luz a las profundidades de universos inexplorados pero presentidos y temidos.
La inclusión de las variables simbólicas y de conectividad con la pulsion astral había hecho posible que este viaje tantas veces soñado por los nigromantes del pasado se concretara por medio de la domesticación de la fuerza etérica. Habían logrado los científicos aislar una partícula que resultaba determinante en el encauzamiento de la energía y en su estructuración de la materia hasta llegar incluso a lograr que la misma adquiriera las cualidades plásticas necesarias para deshacerse y penetrar en los reinos de los confines del más allá. Sabían por experiencias con los meta-psíquicos que el entramado estaba formado por redes de energía que al igual que una malla actuaba como una red de pesca filtrando por un proceso de diferenciación de densidad, a los muertos de los vivos y generando para estos últimos una pared infranqueable. El complejo sistema de partículas concatenadas con la única y primordial función de desacoplar los residuos tóxicos de la vida de forma que no infecten el reino de los que han partido más el tejido sacramental que como una telaraña de proporciones infinitas se encargaba de dirimir también las cuestiones relativas a aquellos cuya situación podía calificarse de dudosa o incluso disponer de las barreras necesarias para evitar invasiones o ataques esperables por parte de los vivos con ansias de morir.
Todo era un sistema perfecto diseñándose a sí mismo por los tiempos de los tiempos y a través de la espesa neblina de entre mundos.
Había un orden y eso era bueno.
Pero este viaje lo cambió todo. El hombre había llevado su ingenio hasta los límites en donde competía con los atributos de los dioses y ni siquiera temían pagar cara aquella afrenta. Sencillamente desestimaban cualquier posible costo lateral.
Y así, una nave humana, propulsada por combustible fósil con mezcla de éter y sangre, partió hacia las eternas tierras de la noche y volvió con un muerto hacia la llanura de los que hablan y lo trajeron incluso con su alma. Habían resucitado a alguien y ahora el muro estaba quebrado.
Desde esa rajadura cósmica salieron todos los demonios, todas las inclementes criaturas que en su propio lado del todo cumplían alguna función, ahora, sueltos como carniceros siderales, buscando alimentarse de pura vida solo para vaciarse al instante como un agujero que todo lo devora. El mundo quedó al revés y ya nada volvió a tener sentido ni para los de un lado ni para los del otro. Los que aún sentían el latir del corazón y la percepción de los sonidos apenas podían soportar la idea de una eternidad sin más fin que el tormento de una existencia permanente y los que habían logrado saltar al otro espacio ni siquiera paz encontraban en aquel refugio de ausencias, solo invasión y hambre.
La nave hizo su viaje ida y vuelta y trajo al que tenía que traer pero se llevó para siempre la paz y el consuelo de todos los seres, grandes y pequeños, vivos o muertos.
SNARENSEN ÖLMIGTRAJEN, 1934 "CIENCIA DE FOTONES Y DIABLOS" (Ed. Runnerkmitten & Pthalensmarkis)
Fue una verdadera ceremonia. Oscura. Densa.
Sabían que serían enviados de los campos de luz a las profundidades de universos inexplorados pero presentidos y temidos.
La inclusión de las variables simbólicas y de conectividad con la pulsion astral había hecho posible que este viaje tantas veces soñado por los nigromantes del pasado se concretara por medio de la domesticación de la fuerza etérica. Habían logrado los científicos aislar una partícula que resultaba determinante en el encauzamiento de la energía y en su estructuración de la materia hasta llegar incluso a lograr que la misma adquiriera las cualidades plásticas necesarias para deshacerse y penetrar en los reinos de los confines del más allá. Sabían por experiencias con los meta-psíquicos que el entramado estaba formado por redes de energía que al igual que una malla actuaba como una red de pesca filtrando por un proceso de diferenciación de densidad, a los muertos de los vivos y generando para estos últimos una pared infranqueable. El complejo sistema de partículas concatenadas con la única y primordial función de desacoplar los residuos tóxicos de la vida de forma que no infecten el reino de los que han partido más el tejido sacramental que como una telaraña de proporciones infinitas se encargaba de dirimir también las cuestiones relativas a aquellos cuya situación podía calificarse de dudosa o incluso disponer de las barreras necesarias para evitar invasiones o ataques esperables por parte de los vivos con ansias de morir.
Todo era un sistema perfecto diseñándose a sí mismo por los tiempos de los tiempos y a través de la espesa neblina de entre mundos.
Había un orden y eso era bueno.
Pero este viaje lo cambió todo. El hombre había llevado su ingenio hasta los límites en donde competía con los atributos de los dioses y ni siquiera temían pagar cara aquella afrenta. Sencillamente desestimaban cualquier posible costo lateral.
Y así, una nave humana, propulsada por combustible fósil con mezcla de éter y sangre, partió hacia las eternas tierras de la noche y volvió con un muerto hacia la llanura de los que hablan y lo trajeron incluso con su alma. Habían resucitado a alguien y ahora el muro estaba quebrado.
Desde esa rajadura cósmica salieron todos los demonios, todas las inclementes criaturas que en su propio lado del todo cumplían alguna función, ahora, sueltos como carniceros siderales, buscando alimentarse de pura vida solo para vaciarse al instante como un agujero que todo lo devora. El mundo quedó al revés y ya nada volvió a tener sentido ni para los de un lado ni para los del otro. Los que aún sentían el latir del corazón y la percepción de los sonidos apenas podían soportar la idea de una eternidad sin más fin que el tormento de una existencia permanente y los que habían logrado saltar al otro espacio ni siquiera paz encontraban en aquel refugio de ausencias, solo invasión y hambre.
La nave hizo su viaje ida y vuelta y trajo al que tenía que traer pero se llevó para siempre la paz y el consuelo de todos los seres, grandes y pequeños, vivos o muertos.
SNARENSEN ÖLMIGTRAJEN, 1934 "CIENCIA DE FOTONES Y DIABLOS" (Ed. Runnerkmitten & Pthalensmarkis)