-"La infinita telaraña es como una malla invisible, un campo gravitacional que mezcla todos los elementos de la creación y aún los no nacidos, y los une en un todo complejo y variable de modo de que cada una de la partes constituyen un completo sentido con identidad propia y autónoma dentro del amplio banco inmaterial que contiene a todo el entramado de mundos, soles, planetas, luz, lluvias, sonidos, barcos flotantes, lirios, cascadas, el tiempo sideral y los equinoccios, las Pléyades y constelaciones, el frío, el calor, los huevos de todas las serpientes y el magma de la creatividad de algunos pocos, la deshonra y la lujuria, el ciclo de la vida y de la muerte, el entorno hostil, los dulces chocolates y también los amargos, la fruta de la discordia y el ciclo de las lunas, el humo y las bacterias, el eje de la rotación de la tierra y sus mares revolviéndose al compás de los giros acompasados de un mundo en movimiento junto a todas las aves y las piedras, la porción más ínfima de la partícula más pequeña del átomo más lejano junto a los troncos de los árboles más viejos y sabios frente a océanos de luz arrullados al compás de las músicas que como asistentes al festín de la existencia se multiplican sin cesar entre los pensamientos nómades y errantes entre mujeres y hombres y todos aquellos seres que aún sin saberlo pertenecen o serán parte de la inmensa telaraña, que como una malla invisible se teje sobre nosotros."
Ladislao terminó de decir esto y cayó de rodillas al piso como si hubiese sido desconectado de toda fuente de energía o vida.
Varios asistentes a la entrega de los premios corrieron a ayudarlo. Pero fue inútil. Ladislao había muerto. Un murmullo angustioso corrió por el inmenso salón.
Ladislao Cortinez era un chef de gran prestigio y jamás había hablando en público. Mucho menos se había pronunciado sobre algo que no fuese su oficio o pequeñas cosas mundanas.
Pero un día estaba preparando una receta especial: guindado de vainillas en chocolate aireado con crema húngara de miel y menta, y algo sucedió que cambió para siempre su existencia por lo demás fuertemente atada al mundo de los placeres. Algo en aquella receta lo eyectó hacia lugares desconocidos de su ser y los embargó en una aventura que jamás hubiese soñado ni mucho menos deseado.
Dejó todo, mujer e hijos; abandonó su restaurante y dejó de enviar notas a las editoriales que lo publicaban. Todo su interés pasó a ser únicamente una curiosa telaraña que se había formado en un rincón de su galpón. Al verla la primera vez quedó atrapado por su belleza y por la particular iridiscencia y los cambios de color que se producían mientras la observaba.
Nunca vio ninguna araña. Al día siguiente la telaraña ocupaba más de la mitad de habitación y destellaba brillos tornasolados y fulgurantes haces de luz se reflejaban en su tejido cada vez más grande y complejo.
Al tercer día la telaraña lo invadió todo. Un mar de hilos de luz pulsante y cegadora que se propagaba como una espuma enloquecida.
-Telarañas y telarañas hasta el fin de los tiempos- pensó Ladislao
Cuando lo vinieron a buscar para la entrega de premios, lo encontraron caminando por el parque con una lupa en la mano y una libreta en la otra.
Lo subieron al auto. Él no se negó, nunca había sido tan manso.
Comenzó su discurso agradeciendo a los presentes y luego de escribir en la pizarra su nuevo postre guindado comenzó a dibujar una gran telaraña cubriendo incluso su propios escritos.
Para cuando el público pudo darse cuenta, Ladislao ya había pasado un estado en el que lo que decía parecía no tener ningún sentido pero al gente, al no poder comprender lo que pasaba seguía en silencio esperando un remate o que aquella transfiguración cesara y pudiesen olvidarse de todo y comer sus postres y tomar más champagne.
Pero esto nunca sucedió. Ladislao murió y la fiesta terminó, como terminan todas las fiestas.
Un tiempo después Ladislao volvió a la vida encarnado en una inmensa araña y se devoró a la tierra entera de un solo bocado.

HORST TANNEMBAUM, 1947 "METAFÍSICA DE LA SINRAZÓN" (Ed. Pleus)

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