La luz que reflejaban las piedras negras era de una cualidad intensa y fluctuante como si de alguna manera estuviese sido filtrada por un campo gravitacional que la hiciera más espesa, más densa.
Dispuestas en un gran círculo de unos cien pies de diámetro, conformaban una singular muestra de rara ingeniería al servicio de fines desconocidos.
En medio de aquella estructura que parecía haber emergido de la pradera como una serie de árboles pétreos y eternos, se encontraba una pequeña y dulce joven de ojos rasgados y pelo negro vestida con pieles blancas y botitas de cuero crudo.
Perdida y desconcertada, miraba a su alrededor como buscando una explicación o alguna clase de respuesta a una pregunta que no había sido formulada ni pensada.
Como un encanto que no se rompía ni aún con el abrir de los ojos ni el fin del sueño, miraba a su alrededor, sorprendida pero no asustada.
Era una bella joven esquimal y se encontraba dentro de un círculo de piedras oscuras en medio de un tórrido bosque de frutos exuberantes y un verdor por ella desconocido.
En el mismo instante, en medio del más blanco de los mundos, un círculo de piedras de hielo brillaban al sol resplandeciendo y reflejando luces de colores como pinceladas de color rebotando en cada arista de aquel mundo ártico. Los cambios vivientes de la aurora boreal hacían parecer al cielo un inmenso acuario de ondas iridiscentes.
Y allí, en medio del círculo se encontraba otra joven. Ojos color miel y avellanas y pelo naranja como las brasas, observaba también con extrañeza el espacio circundante sin comprender que extraña magia la había llevado hasta allí.
La joven esquimal se levantó, no sin esfuerzo del suelo de hierbas verdes y vio cientos de mariposas volar a su alrededor. Tardó unos instantes en notar que no eran peligrosas y que podía moverse libremente, al menos hasta el límite del círculo de piedras.
Un campo magnético le impedía avanzar y por más que hiciera fuerza así que finalmente cedió ante la imposibilidad de continuar.
Se preguntó que podría hacer dentro de aquel espacio y observó con detalle las inscripciones en las piedras. Parecían de alguna forma familiares. Letras y símbolos que recordaban a la estrellas, los planetas y a numeraciones, parecían alguna clase de fórmula o diagrama.
Mientras la joven dentro del círculo de hielo hacía exactamente lo mismo.
Ambas estaban en un dilema: no sabían como ni porque habían llegado hasta allí y sin embargo no las invadía la tristeza ni la desesperación sino más bien una curiosidad profunda por comprender su situación.
De las doce piedras que conformaban el círculo, ambas notaron que había una en especial que era notoriamente distinta. Tenía una dibujo en forma de luna en cuarto menguante.
Tocaron al unísono suavemente su centro y del cielo se abrió un inmenso espacio de luz movimiento. Una ola de energía las envolvió y las arrastró hacia el eje de aquel mar de luces.
El intercambio fue inmediato. Ambas volvieron a su tierra de origen. Las dos jóvenes que eran una.
El alma de la fuerza de la potencia incrustada en un mundo hecho de barro.
Volvieron a su lugar, a su espacio pero nunca volvieron a ser las mismas.
A partir de ese momento, ambas podían sentir, saber y vivenciar lo que le sucedía a la otra.
Eran hermanas del cosmos, gemelas celestiales compartiendo su travesía por la vida en la tierra. Destinadas por los dioses a ser portadoras de una visión nueva que cambiaría por siempre la historia de nuestro mundo.
INGRID ROHMMENNER, 1956 "DE BRUJAS Y DIOSES" (Ed. Fallag, West & Hörner)
Dispuestas en un gran círculo de unos cien pies de diámetro, conformaban una singular muestra de rara ingeniería al servicio de fines desconocidos.
En medio de aquella estructura que parecía haber emergido de la pradera como una serie de árboles pétreos y eternos, se encontraba una pequeña y dulce joven de ojos rasgados y pelo negro vestida con pieles blancas y botitas de cuero crudo.
Perdida y desconcertada, miraba a su alrededor como buscando una explicación o alguna clase de respuesta a una pregunta que no había sido formulada ni pensada.
Como un encanto que no se rompía ni aún con el abrir de los ojos ni el fin del sueño, miraba a su alrededor, sorprendida pero no asustada.
Era una bella joven esquimal y se encontraba dentro de un círculo de piedras oscuras en medio de un tórrido bosque de frutos exuberantes y un verdor por ella desconocido.
En el mismo instante, en medio del más blanco de los mundos, un círculo de piedras de hielo brillaban al sol resplandeciendo y reflejando luces de colores como pinceladas de color rebotando en cada arista de aquel mundo ártico. Los cambios vivientes de la aurora boreal hacían parecer al cielo un inmenso acuario de ondas iridiscentes.
Y allí, en medio del círculo se encontraba otra joven. Ojos color miel y avellanas y pelo naranja como las brasas, observaba también con extrañeza el espacio circundante sin comprender que extraña magia la había llevado hasta allí.
La joven esquimal se levantó, no sin esfuerzo del suelo de hierbas verdes y vio cientos de mariposas volar a su alrededor. Tardó unos instantes en notar que no eran peligrosas y que podía moverse libremente, al menos hasta el límite del círculo de piedras.
Un campo magnético le impedía avanzar y por más que hiciera fuerza así que finalmente cedió ante la imposibilidad de continuar.
Se preguntó que podría hacer dentro de aquel espacio y observó con detalle las inscripciones en las piedras. Parecían de alguna forma familiares. Letras y símbolos que recordaban a la estrellas, los planetas y a numeraciones, parecían alguna clase de fórmula o diagrama.
Mientras la joven dentro del círculo de hielo hacía exactamente lo mismo.
Ambas estaban en un dilema: no sabían como ni porque habían llegado hasta allí y sin embargo no las invadía la tristeza ni la desesperación sino más bien una curiosidad profunda por comprender su situación.
De las doce piedras que conformaban el círculo, ambas notaron que había una en especial que era notoriamente distinta. Tenía una dibujo en forma de luna en cuarto menguante.
Tocaron al unísono suavemente su centro y del cielo se abrió un inmenso espacio de luz movimiento. Una ola de energía las envolvió y las arrastró hacia el eje de aquel mar de luces.
El intercambio fue inmediato. Ambas volvieron a su tierra de origen. Las dos jóvenes que eran una.
El alma de la fuerza de la potencia incrustada en un mundo hecho de barro.
Volvieron a su lugar, a su espacio pero nunca volvieron a ser las mismas.
A partir de ese momento, ambas podían sentir, saber y vivenciar lo que le sucedía a la otra.
Eran hermanas del cosmos, gemelas celestiales compartiendo su travesía por la vida en la tierra. Destinadas por los dioses a ser portadoras de una visión nueva que cambiaría por siempre la historia de nuestro mundo.
INGRID ROHMMENNER, 1956 "DE BRUJAS Y DIOSES" (Ed. Fallag, West & Hörner)