La situación era extrañamente desesperante. 
¿Cómo describir la sensación de frío, vértigo y miedo profundo ante la soledad? 
El paisaje era imponente.  
El dominio de las altas cumbres con sus nieves eternas, sus rocas frías y sus cóndores indiferentes y vigilantes penetraba en mis ojos como punzantes dagas tibias.  
Al fondo podía ver las montañas impenetrables, alineadas como para una batalla, luego un vacío tan enorme que las nubes parecían un colchón invitando a arrojarse a ellas feliz y despreocupadamente.
Estaba yo trepado en lo alto del pico de una montaña sin soga y con frío.  
Tenía que hacer extraños malabarismos para no caerme.  Nunca supe como había llegado hasta ahí. 
     
Desde una ventana de algo que no era un edificio pero ¿Qué otra cosa podía ser?. Estaba como a un metro y medio unas personas me decían que aguantara, que ya me sacarían.  Yo no estaba realmente asustado.  Me era indiferente que me sacaran o no.  
No era que quisiera morirme, la angustia me tenía tan despierto que hasta disfrutaba de mi paseo por la línea de la frontera.  
No podía bajar ni mantenerme por mucho mas tiempo.  
Tenía un palo corto de madera en la mano, el cual enlazaba alrededor del pico como una agarradera.  Durante años me pregunté como llegó ese palo a mis manos.
Pasó la noche y mis fuerzas menguaban.  
Madrugada, con rojiza helada, el frío había helado mis huesos y  tocaba las puertas de mi mente. 
La ventana se abrió y unas personas salieron finalmente estirando los brazos.  
Luego de titubear un rato semi congelado y sin fuerzas ni ánimo me arrojé de un salto sobre la ventana, los brazos me jalaron y luego de un increíble esfuerzo como si pesara mil kilos lograron meterme en la habitación. 
Una vez que estuve adentro y aún sin recuperarme participé en la etapa final de este extraño proyecto: rescatar a la mujer del pico nevado.  
Entre todos jalamos de una cuerda larguísima y logramos ingresar a la mujer al cuarto.     
Todos gritamos al unísono.  Yo grité.  Ella gritó.  Fue un grito único, desgarrador y a la vez reconfortante en su agradecimiento.  
En el momento cúlmine del grito me desperté, aliviado.

LENA SABONIS, 1995 "CANÍBALES DE LUZ" (Ed. Sonica)

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