Una serpiente cruzó por el camino. Los viajeros se detuvieron. El más pequeño, un hombre de unos noventa años, encorvado y arrugado, tomó su bastón y con suavidad corrió el blando cuerpo del reptil y lo quitó del sendero. Los más jóvenes, exaltados e impacientes, le recriminaron la acción esgrimiendo el argumento de que aquella podía ser venenosa y matar a alguien en el futuro. Los miró y golpeó a uno de ellos en la cabeza con fuerza.
-Fácil es matar, difícil hacer vida- dijo y siguió caminando.
Treinta años más tarde, un inmenso dragón llegó volando desde los cielos infinitos esparciendo fuego y humo, quemando todas las cosechas y las casas y tomando a personas con sus grandes garras para soltarlas contra las piedras para que murieran destrozadas. Sus inmensas alas tornasoladas se batían reflejando al sol en sus húmedas membranas. El cuerpo, revestido de escamas encadenadas unas a otras, formaban una verdadera malla de protección que impedían que las flechas le penetraran y de sus ojos de amatista y negro azabache brotaba la furia de mil años de esclavitud y cadenas, Su cola golpeaba con tal violencia que incluso rajaba la tierra seca. Su furia era tal que se abalanzaba sobre la población con todo su cuerpo acorazado y arrastraba con él, al ganado y las gentes.
El fuego que salía de sus fauces de hollín y azufre era de color rojo y verde, una extraña combinación de hierro en combustión y el humo que salía de su nariz era el tóxico más mortal que se haya visto y conocido.
Era imparable. Las armas no hacían efecto y no parecía cansarse nunca. Tal era su sed de destrucción.
Cuando emitía un sonido era tal poder que hacía templar la tierra y los vidrios crujían y reventaban. el dragón tomaba lo que le parecía con sus garras de acero, poderosas y fuertes y se lo llevaba a la boca de dientes viejos y afilados como dagas blancas.
De un manotazo tomó del piso una gran serpiente y se la llevó a la boca. A los pocos instantes detuvo su vuelo y con los ojos dados vueltas, cayó sobre las piedras con tremendo ruido. La serpiente lentamente salió de su boca con sus sinuosos movimientos y se dirigió hacia el altar en la colina. Todos la miraron con reverencia y desde aquel día, se venera a la serpiente a la que llaman la matadragones.

SUSCAR AYIB-RIAHARARI, 1230 "HISTORIAS DE LA SERPIENTE GRANDE" (Ed. Muhannaq)

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