Desde la comisura de los labios carnosos caía una gota de sangre muy roja. Luego otra y otra más.
No estaba muerta aunque lo parecía. Apenas respiraba y su piel parecía porcelana helada.
Abrió sus ojos color miel. Un calor repentino invadió el ambiente inundando el espacio de tranquila serenidad y calma.
Se levantó tan tranquila como si nada hubiese pasado. Aún tenía un hueco en el pecho. La bala había dado en su centro y allí permanecía. Era una bala expansible. Como un metal líquido se fundía en la carne y los huesos y contaminaba la sangre hasta hacerla estallar.
El asesino no le era desconocido. Ella lo había traído a su vida. Y ahora pagaba un alto precio.
Ella se arqueó hacia atrás y sonrió. Abrió la boca y exhaló como a punto de morir pero su sonrisa permanecía inalterable. Sangraba en la boca y en el pecho. Le dolía y ya no le importaba, parecía disfrutar de limpiarse en una sangría a cuerpo vivo.
Como en un extraño ritual, alzo sus brazos y cerrando los ojos exhaló con tal fuerza que el aire se arremolinó a su alrededor hasta formar un tornado con la mujer en su centro, inalterable.
Los objetos volaban estrellándose contra las paredes y estallando en mil pedazos.
De su cuerpo comenzó a manar el veneno plateado y ponzoñoso de la bala asesina.
Todo lo negativo de su cuerpo y su alma ella lo expulsó. Revivió sus células con su voluntad y su corazón partido de acero y dudas comenzó a bombear con inusual fuerza.
Estallaron dentro de ella las energías contenidas por años y una luz intensa recorrió su cuerpo hasta rellenarlo de vida y poder.
Cuando se restableció y mientras parecía volver de un trance, su herida profunda comenzó a cerrarse.
El viento cesó.
Los objetos cayeron al piso.
Renovada e inmensamente fortalecida, salió volando por la ventana con su largos cabellos al viento en busca de aquel que la lastimara. Como una incorpórea reina de la noche oscura flotó por la ciudad y lo encontró. El destino los juntó en una calle oscura. Un silencio anómalo y mortuorio por escenario. Ella le clavó la vista y no hizo falta que lo rematara ni con acciones ni con la intención. Bastó una mirada
Aquel individuo ya no poseía alma alguna.
FERNANDA LIGURES, 1968 "ARDE DE SED TEMPRANA" (Ed. Peguis & Larsen).
No estaba muerta aunque lo parecía. Apenas respiraba y su piel parecía porcelana helada.
Abrió sus ojos color miel. Un calor repentino invadió el ambiente inundando el espacio de tranquila serenidad y calma.
Se levantó tan tranquila como si nada hubiese pasado. Aún tenía un hueco en el pecho. La bala había dado en su centro y allí permanecía. Era una bala expansible. Como un metal líquido se fundía en la carne y los huesos y contaminaba la sangre hasta hacerla estallar.
El asesino no le era desconocido. Ella lo había traído a su vida. Y ahora pagaba un alto precio.
Ella se arqueó hacia atrás y sonrió. Abrió la boca y exhaló como a punto de morir pero su sonrisa permanecía inalterable. Sangraba en la boca y en el pecho. Le dolía y ya no le importaba, parecía disfrutar de limpiarse en una sangría a cuerpo vivo.
Como en un extraño ritual, alzo sus brazos y cerrando los ojos exhaló con tal fuerza que el aire se arremolinó a su alrededor hasta formar un tornado con la mujer en su centro, inalterable.
Los objetos volaban estrellándose contra las paredes y estallando en mil pedazos.
De su cuerpo comenzó a manar el veneno plateado y ponzoñoso de la bala asesina.
Todo lo negativo de su cuerpo y su alma ella lo expulsó. Revivió sus células con su voluntad y su corazón partido de acero y dudas comenzó a bombear con inusual fuerza.
Estallaron dentro de ella las energías contenidas por años y una luz intensa recorrió su cuerpo hasta rellenarlo de vida y poder.
Cuando se restableció y mientras parecía volver de un trance, su herida profunda comenzó a cerrarse.
El viento cesó.
Los objetos cayeron al piso.
Renovada e inmensamente fortalecida, salió volando por la ventana con su largos cabellos al viento en busca de aquel que la lastimara. Como una incorpórea reina de la noche oscura flotó por la ciudad y lo encontró. El destino los juntó en una calle oscura. Un silencio anómalo y mortuorio por escenario. Ella le clavó la vista y no hizo falta que lo rematara ni con acciones ni con la intención. Bastó una mirada
Aquel individuo ya no poseía alma alguna.
FERNANDA LIGURES, 1968 "ARDE DE SED TEMPRANA" (Ed. Peguis & Larsen).