En el interior de los grandes mares del alma estallan y conviven las fuerzas de la naturaleza en constante pugna y en movimiento incesante. Allí, donde todo es preclaro y a la vez inmensamente brumoso y se desatan las tormentas que abruman nuestro entendimiento y nos hacen sentir como pequeñas piedras arrojadas a rodar por el mudo espacio entre la radiación de los soles y la atracción de las esferas.
Desde pequeños vagamos sin rumbo por la eternidad tan solo conducidos por un llamado invisible que se hace fuego a los ojos de quien se atreve. Así, entre nubarrones y letargos, al margen de los grandes sucesos de la apariencia en el mundo material, dibujamos nuestros destinos con los escasos crayones que tenemos, rayando nuestro camino en busca de un lugar, un espacio singular que nos acaricie sin intentar domarnos. El ancla hacia a la eternidad de hunde en las profundidades de las oscuras zonas que navegamos como náufragos. Y así, luego de muchas desventuras, se produce, de tanto en tanto, el resplandor de un eco lejano, una luz que puede oírse, la llama evanescente de la luz primigenia.
Un estado de atención y claridad que nos permite percibir el costado luminoso del barro.
Desde la extrañeza y aún sumergidos bajo el océano de las sensaciones y de los primitivos encantos de la sensualidad, se pueden oír campanadas, que como un corazón latiente se impulsan por los negros espacios sin tiempo de la noche.
Por ese extraño latir, crujiendo en las sombras y respirando al amanecer, vivimos como inmortales encadenados al hueso y a la voracidad.
Y sin embargo, con todas las apuestas en contra y bajo el influjo de la materia y la irradiación de las estrellas, aún poseemos ese estrecho margen de minúscula pero trascendente libertad.
La incisión en la carne sideral.
Armado y en guardia contra los largos brazos de la indiferencia y la mortandad de las ideas, podemos ir como guerreros y guerreras invisibles, disfrazados de payasos, de bufones o de sencillos espectadores.
De esa manera y re escribiendo nuestra historia en un prolongado relato, a escondidas sin levantar polvareda, bajo la sombra del árbol de la vida, la sangre se espesa y se llena de luces de colores que estallan y se multiplican hasta el infinito en el camaleónico proceso de la transmutación.

ANDREAS NOVELLIA, 1987 "DE LUGARES Y DE FUERZAS" (Ed. Pasadena)

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