Los gatos pardos serruchaban la noche buscando la maestría en el arte de acechar.
La impronta de la cautela y un rasgo elusivo los hicieron los amos de la noche.
El silencio interrumpido por ocasionales gemidos arrullaban al resto de las criaturas mientras ellos, seguros de su intrínseca marca felina, como un halo de nobleza ancestral, se desplazaban con mágica indiferencia entre la suciedad y el abandono.
Ni polvos cáusticos ni humos tóxicos eran obstáculos para esta raza felina surgida de la mutación.
Luego del cambio del clima por causas naturales y en concordancia con las profecías astrológicas que postulaban la inusual alineación de los planetas como desencadenante de tormentosas reacciones naturales, la mutagénesis se volvió imparable.
La codificación celular sostenida por milenios se desarmó por completo como un castillo de naipes
en medio de un vendaval.
Las reacciones naturales de defensa y auto preservación fueron inhibidas y un nuevo mundo biológico surgió del caos.
En aquel vórtice evolutivo, los humanos, tan orgullosos de su forma y su mundo se convirtieron en entes inimaginablemente lejanos de su forma original. La deformidad y falta de lógica aparente en la nueva disposición de miembros y órganos solo podía ser denominada como monstruosa.
El corazón de aquel mundo había sido estropeado para siempre. Algunos pocos habían logrado sobrevivir y huyeron hacia los campos. Los cánidos y aves también habían mutado hacia formas incomprensibles y a veces horrorosas sin poder ya reproducirse ni cumplir ninguna función dentro del mundo natural.
Los gatos pardos tomaron la ciudad. Habían aumentado su peso y masa muscular hasta llegar a pesar entre veinte y treinta kilogramos y eso los había hecho aún más fuertes y ágiles.
Trabajaban en grupo, tanto para la caza como para el cuidado de sus dominios. Seguían siendo celosos y orgullosos y las peleas entre ellos eran sangrientas con un solo vencedor que apenas quedaba vivo.
Se habían hecho verdaderos corros de pelea en la que se dirimía el poder a la forma ancestral: lucha a muerte.
Una vez superado el escollo del liderazgo, todos seguían -al menos por un tiempo- al nuevo líder y cazaban y acechaban en grupos de sesenta y hasta cien integrantes.
Lo que alguna vez fue una ciudad humana se transformó en un inmenso basurero con huellas radiactivas y trampas mortales a cada paso. Solo ellos, los sigilosos y silenciosos felinos, mantenían su forma original y por lo tanto la memoria celular de la creación.
SALVADOR ARRIETA, 2012 "RECUERDOS DE LA MUTACIÓN" (Ed. Signis-Blanco )
La impronta de la cautela y un rasgo elusivo los hicieron los amos de la noche.
El silencio interrumpido por ocasionales gemidos arrullaban al resto de las criaturas mientras ellos, seguros de su intrínseca marca felina, como un halo de nobleza ancestral, se desplazaban con mágica indiferencia entre la suciedad y el abandono.
Ni polvos cáusticos ni humos tóxicos eran obstáculos para esta raza felina surgida de la mutación.
Luego del cambio del clima por causas naturales y en concordancia con las profecías astrológicas que postulaban la inusual alineación de los planetas como desencadenante de tormentosas reacciones naturales, la mutagénesis se volvió imparable.
La codificación celular sostenida por milenios se desarmó por completo como un castillo de naipes
en medio de un vendaval.
Las reacciones naturales de defensa y auto preservación fueron inhibidas y un nuevo mundo biológico surgió del caos.
En aquel vórtice evolutivo, los humanos, tan orgullosos de su forma y su mundo se convirtieron en entes inimaginablemente lejanos de su forma original. La deformidad y falta de lógica aparente en la nueva disposición de miembros y órganos solo podía ser denominada como monstruosa.
El corazón de aquel mundo había sido estropeado para siempre. Algunos pocos habían logrado sobrevivir y huyeron hacia los campos. Los cánidos y aves también habían mutado hacia formas incomprensibles y a veces horrorosas sin poder ya reproducirse ni cumplir ninguna función dentro del mundo natural.
Los gatos pardos tomaron la ciudad. Habían aumentado su peso y masa muscular hasta llegar a pesar entre veinte y treinta kilogramos y eso los había hecho aún más fuertes y ágiles.
Trabajaban en grupo, tanto para la caza como para el cuidado de sus dominios. Seguían siendo celosos y orgullosos y las peleas entre ellos eran sangrientas con un solo vencedor que apenas quedaba vivo.
Se habían hecho verdaderos corros de pelea en la que se dirimía el poder a la forma ancestral: lucha a muerte.
Una vez superado el escollo del liderazgo, todos seguían -al menos por un tiempo- al nuevo líder y cazaban y acechaban en grupos de sesenta y hasta cien integrantes.
Lo que alguna vez fue una ciudad humana se transformó en un inmenso basurero con huellas radiactivas y trampas mortales a cada paso. Solo ellos, los sigilosos y silenciosos felinos, mantenían su forma original y por lo tanto la memoria celular de la creación.
SALVADOR ARRIETA, 2012 "RECUERDOS DE LA MUTACIÓN" (Ed. Signis-Blanco )