Para decantar lo improbable de lo real era necesario disponer de un sistema que evitase explícitamente la injerencia de cualquier clase de pensamiento inducido por un entorno agitado y caótico.
A la postre los resultados demostrarían que de haberse tomado como referencia un código de esquemas fijos cuyas variables no fueran afectadas por le intrusión de pensamientos bandidos, la trama impuesta para ser representada como un libreto de ribetes anacrónicos, absurdos e inestables, se hubiera revertido en un relato con un eje centrado en la uniformidad y el sentido de lo razonable.
Los teóricos de la abstracción proponían que los datos imprecisos serían a la larga mucho más certeros si las coordenadas dadas para su comprensión no fuesen una alteración del mensaje con fines muy específicos, cuando no perversamente malignos.
Sin embargo, aquellos que desestimaban ésta versión por considerarla demasiado optimista, pensaban que la lección a ser aprendida era que los cuestionamientos de rigor podían ser hechos dentro de los parámetros de las ciencias exactas y para ello evocaban la experiencia del profesor Aramonti con respecto a la teorización antro morfológica de los elementos en estado crudo al ser rediseñados con numeraciones que comenzaran con el número cero.
Lo que ellos no podían prever era el destino que tuvo del profesor luego de que sus experimentos recorrieran el  mundo con los resultados por todos conocidos pero con consecuencias inesperadas.
Una vez que Aramonti encontró los signos alfanúmericos dentro del campo de la expresividad, llegó sin querer y sin saberlo a la esencia misma de las magia ritual antigua.
Al descomponer en fracciones energéticas de valores aleatorios a las funciones semánticas más complejas, comenzaron a desencadenarse una serie de hechos sobre los cuales carecía por completo de control.
A pesar de esto, decidió continuar por el camino de la dislocación de las unidades en todos sus posibles derivaciones como la descomposición térmica, la interacción anamórfica y la especificación cromática de las partículas cristalinas que se evaporaban en el acto del habla.
Aramonti se había metido en el mundo de los rituales más oscuros de la antigüedad pre clásica y ni siquiera sabía historia, desconocía los hechos del pasado y, como para rematar la absoluta inconsciencia con la que manejaba aquellas fuerzas, había incluso coqueteado con experimentaciones en las oscuras artes de la nigromancia.
Sus cálculos eran del todo correctos. Tenía un don para la suma positiva de elementos dentro de un campo y con ello llegó a descubrir que la interacción de la materia irradiada con el elemento de la tonalidad vibratoria de los sonidos, ésta se alteraba de tal modo que mutaba hacia nuevas formaciones de índole inesperada, penetrando en la esencia de una proyección fonética cuyo alcance aún era imprevisible
Al tiempo de continuar con sus prácticas se volvió un osado investigador del campo de la energía neutrónica, psicomágica y en las alternativas de la así llamada materia oscura.
Aramonti vivía en una casa pequeña con un jardín al fondo. Para no ser molestado decidió techar todo con unas lonas improvisadas y así evitar ser visto o interrumpido.
En el medio del pasto verde había un pequeño aljibe de piedra y que en lugar de tener agua en el profundo pozo, contenía un líquido extraño, negro azulado y espeso.
Cuando comenzó su aventura dentro del universo de la física experimental, sus primeros pasos fueron de una audacia poco común. Revisó los libros de todos los autores que habían expuesto casos de lineamientos de material conductivo que alterase la materia y pensó que si las palabras estaban compuestas por sonidos emitidos por órganos vitales, éstas deberían también ser consideradas como materia.
Este primer paso fue el trampolín que lo catapultó hacia las zonas más extrañas de su propia existencia, en la división exacta entre el mundo de las tres dimensiones y la ubicua y enigmática cuarta y quinta dimensión y aún una sexta que apenas podía explicar sin enredarse.
Con el tiempo Aramonti se volvió cada vez más fanático de sus propias elucubraciones y así se aisló de otras personas y ya solo pasaba tiempo con sus intentos de alterar las porciones de materia que estaban a su alcance. La forma básica de inducción era algo que él llamaba "las feromonas del sonido" y que las vinculaba con ciertas alineaciones de micro partículas en relación a una forma espectral de las unidades sonoras. Podría entonces canjear aquellas formaciones por substratos físicos bien palpables.
Una mañana Aramonti se levantó del piso en donde se había quedado dormido y al levantarse y verse reflejado en un espejo vio que ya no era humano. Las ondas de los campos alterados morfológicamente hacia direcciones desconocidas lo habían convertido en licántropo. Ahora era un hombre lobo y aún no sabía si esta mutación terminaría allí.

LADISLAO TORREJAS, 1984 "ORDENAMIENTOS PSICOFRENÉTICOS" (Ed. Süssman)



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