Ya la noche se mostraba brillante y sensual. Las luces de neón rojas y azules atacaban la vista con su particular encanto de vibrante luz ronroneante. Los álamos de las calles se mecían al compás de un ronquido sordo proveniente de la inmensa estructura de hierro que coronaba el edificio más antiguo. Una construcción con pretensiones románticas de estilo seco que tenía en su centro un reloj de grandes medidas con todos sus engranajes a la vista. Era como un reloj desnudo. Y así lo llamaban: el reloj desnudo. Un largo pararrayos se estiraba hacia el cielo y por alguna maravilla de la física atraía las ondas de alto voltaje desde el cielo formando eléctricos rayos a su alrededor aún con el cielo despejado.
Era un brillo azulino y vigoroso. Chispeante. Crujía armónicamente con la letanía de una respiración y la fuerza de la intensidad. Junto al zumbar del neón creaban un raro ambiente que hacía a aquella esquina una rareza constructiva.
Jerome caminaba con pausado andar hacia la entrada de la heladería "Pengüin" con antojo de helado de chocolate amargo, limón y maracuyá. Cuando entró a la tienda olió algo raro en el ambiente. Su olfato entrenado lo advirtió de que algo extraño o incluso peligroso podría acontecer o ya había ocurrido.
Se acercó a la caja y pagó su ticket. El dependiente no lo miraba a los ojos y escondía su rostro tras la máquina registradora y el inmenso gorro acomodado hacia adelante al punto de que resultaba imposible verle los ojos.
Los dos hombres de gabardina gris a su lado le dieron la espalda y un tercero sentado a la mesa miraba por la venta con la cabeza totalmente girada.
Sintió que lo estaban observando por la negativa. Al ignorarlo lo tenían vigilado. Y como no podía ver sus rostros comenzó a sentirse ansioso. No es que tuviera miedo, era un guerrero Yuam. Un sobreviviente de muchas guerras, tanto en esta tierra como en planetas lejanos y había visto las atrocidades más sangrientas en toda la galaxia. Era ansiedad. La intranquilidad de no saberse a salvo pero a su vez no tener que pelear. Su nivel de atención creció hasta límites que para otros sería insoportables. Había aprendido a controlar sus pulsaciones y ahora las había llevado a ciento cincuenta en menos de un minuto mientras mantenía una sonrisa amable y una parada inofensiva. Sus células se despertaron y se preparaban para la guerra. El torrente sanguíneo se activó convirtiendo su sistema nervioso en una catarata violenta. Gotas de transpiración asomaron en su sien y la respiración se comenzó a agitar. Su mano derecha comenzó a palpitar buscando instintivamente un objeto contundente para arrojar o como escudo.
Los dos individuos a su costado se dieron vuelta al unísono y se quitaron los absurdos sombreros de ala ancha para dejar ver sus rostros de pájaros. Eran visitantes de la nación de las aves. Hombres-pájaro de increíble poder. Sanguinarios y crueles con el corazón helado, mataban a sus enemigos para luego devorarlos.
Jerome dejó caer su capa y debajo sus brillantes armas de acero refulgieron bajo la luz artificial de la heladería. La extraña situación se complementaba con el helado en su mano derecha. Comenzó a comerlo como si no le interesaran aquellos potenciales enemigos.
El personaje detrás de la barra también se desenmascaró y reveló su largo pico y sus ojos laterales sin párpado.
De la mesa se levantó el último y ahora Jerome estaba rodeado.
Dejó caer el helado al piso y las crema de colores bañaron las botas de los cuatro intrusos.
A punto de sacar su arma y dispararles uno de ellos comenzó a hablar.
Contó que estaban siendo atacados y que su raza languidecía. El enemigo parecía provenir de aquí, de la tierra, pero eran conscientes de que no eran los humanos quienes los agredían. El planeta era el epicentro de energías rarísimas. Un vórtice de energía autocoagulante que parecía tener la fuerza de mil huracanes espaciales.
Sospechaban que estaban usando el electromagnetismo del planeta para generar ondas de pulsión que rebotaran en la luna y de allí, condensada viajara como un rayo poderosos directo hacia Nerina, el hogar de los hombres-pájaro. Habían venido a pedir su ayuda. Habían peleado contra Jerome antes y su fama de guerrero de códigos ancestrales los había hecho intentar lo impensable: pedir ayuda a un humano.
Jerome los escuchó en silencio y asentía con cada parte del relato. De pronto y con un movimiento ágil e inesperado sacó dos pistolas de caño largo y les disparó a quemarropa.
Cayeron y mientras lo hacían se deshicieron en cenizas negras.
No podía permitirse el error de dejarlos vivos y sin embargo sintió pena por aquellos desgraciados. ¿Y sí lo que relataban fuera cierto? Se quedó parado allí en medio del desastre pensó en sus próximos movimientos.
Un guerrero de Yuam debía ser cuidadoso, no podía dejar evidencias ni rastros. Barrió el piso y se fue hacia la calle. Caminó en busca de una respuesta a tanto misterio. Se dirigió hacia la estructura de hierro e ingresó por un costado. Adentro había una gran sillón de cuero y bronce. Se sentó y encendió unos comandos con perillas y luces. Se puso un casco y oprimió un gran botón rojo. Todo comenzó a vibrar cada vez a más velocidad. De pronto desapareció. Había tomado su decisión y se fue al planeta de los hombres-pájaro a averiguar lo que más pudiera.
MARCIA LEMAN, 1963 "LOS GUERREROS DE YUAM" (Ed. Granados)
Era un brillo azulino y vigoroso. Chispeante. Crujía armónicamente con la letanía de una respiración y la fuerza de la intensidad. Junto al zumbar del neón creaban un raro ambiente que hacía a aquella esquina una rareza constructiva.
Jerome caminaba con pausado andar hacia la entrada de la heladería "Pengüin" con antojo de helado de chocolate amargo, limón y maracuyá. Cuando entró a la tienda olió algo raro en el ambiente. Su olfato entrenado lo advirtió de que algo extraño o incluso peligroso podría acontecer o ya había ocurrido.
Se acercó a la caja y pagó su ticket. El dependiente no lo miraba a los ojos y escondía su rostro tras la máquina registradora y el inmenso gorro acomodado hacia adelante al punto de que resultaba imposible verle los ojos.
Los dos hombres de gabardina gris a su lado le dieron la espalda y un tercero sentado a la mesa miraba por la venta con la cabeza totalmente girada.
Sintió que lo estaban observando por la negativa. Al ignorarlo lo tenían vigilado. Y como no podía ver sus rostros comenzó a sentirse ansioso. No es que tuviera miedo, era un guerrero Yuam. Un sobreviviente de muchas guerras, tanto en esta tierra como en planetas lejanos y había visto las atrocidades más sangrientas en toda la galaxia. Era ansiedad. La intranquilidad de no saberse a salvo pero a su vez no tener que pelear. Su nivel de atención creció hasta límites que para otros sería insoportables. Había aprendido a controlar sus pulsaciones y ahora las había llevado a ciento cincuenta en menos de un minuto mientras mantenía una sonrisa amable y una parada inofensiva. Sus células se despertaron y se preparaban para la guerra. El torrente sanguíneo se activó convirtiendo su sistema nervioso en una catarata violenta. Gotas de transpiración asomaron en su sien y la respiración se comenzó a agitar. Su mano derecha comenzó a palpitar buscando instintivamente un objeto contundente para arrojar o como escudo.
Los dos individuos a su costado se dieron vuelta al unísono y se quitaron los absurdos sombreros de ala ancha para dejar ver sus rostros de pájaros. Eran visitantes de la nación de las aves. Hombres-pájaro de increíble poder. Sanguinarios y crueles con el corazón helado, mataban a sus enemigos para luego devorarlos.
Jerome dejó caer su capa y debajo sus brillantes armas de acero refulgieron bajo la luz artificial de la heladería. La extraña situación se complementaba con el helado en su mano derecha. Comenzó a comerlo como si no le interesaran aquellos potenciales enemigos.
El personaje detrás de la barra también se desenmascaró y reveló su largo pico y sus ojos laterales sin párpado.
De la mesa se levantó el último y ahora Jerome estaba rodeado.
Dejó caer el helado al piso y las crema de colores bañaron las botas de los cuatro intrusos.
A punto de sacar su arma y dispararles uno de ellos comenzó a hablar.
Contó que estaban siendo atacados y que su raza languidecía. El enemigo parecía provenir de aquí, de la tierra, pero eran conscientes de que no eran los humanos quienes los agredían. El planeta era el epicentro de energías rarísimas. Un vórtice de energía autocoagulante que parecía tener la fuerza de mil huracanes espaciales.
Sospechaban que estaban usando el electromagnetismo del planeta para generar ondas de pulsión que rebotaran en la luna y de allí, condensada viajara como un rayo poderosos directo hacia Nerina, el hogar de los hombres-pájaro. Habían venido a pedir su ayuda. Habían peleado contra Jerome antes y su fama de guerrero de códigos ancestrales los había hecho intentar lo impensable: pedir ayuda a un humano.
Jerome los escuchó en silencio y asentía con cada parte del relato. De pronto y con un movimiento ágil e inesperado sacó dos pistolas de caño largo y les disparó a quemarropa.
Cayeron y mientras lo hacían se deshicieron en cenizas negras.
No podía permitirse el error de dejarlos vivos y sin embargo sintió pena por aquellos desgraciados. ¿Y sí lo que relataban fuera cierto? Se quedó parado allí en medio del desastre pensó en sus próximos movimientos.
Un guerrero de Yuam debía ser cuidadoso, no podía dejar evidencias ni rastros. Barrió el piso y se fue hacia la calle. Caminó en busca de una respuesta a tanto misterio. Se dirigió hacia la estructura de hierro e ingresó por un costado. Adentro había una gran sillón de cuero y bronce. Se sentó y encendió unos comandos con perillas y luces. Se puso un casco y oprimió un gran botón rojo. Todo comenzó a vibrar cada vez a más velocidad. De pronto desapareció. Había tomado su decisión y se fue al planeta de los hombres-pájaro a averiguar lo que más pudiera.
MARCIA LEMAN, 1963 "LOS GUERREROS DE YUAM" (Ed. Granados)