Eran extraños esos tipos.
Alguna clase de pegamento untuoso les salían de las manos y aún sus uñas se revelaban como un dispositivo retráctil.
Los ojos rasgados pero inmensos de color chocolate y las pupilas dilatadas por siempre ocupaban un centro negro, frío y resplandeciente como ágata hirviente.
Eran altos. Sus facciones eran bellas de una manera extraña, las narices eran pequeñas y afiladas al punto que parecían pinchar el aire y rasgar el velo de la vida con cada inspiración. Las mandíbulas parecían poder contener una fuerza poderosa como la de mastines napolitanos. El entrecejo marcaba un rictus que denotaba propósito y claridad y porque no, crueldad. Las cejas enmarcaban de manera perfecta esos rostros con líneas delineadas. Bocas rojas como talladas en mármol. Las orejas eran pequeñas y levemente salidas como radares. El pelo oscuro y lacio caía de a mechones prolijamente desordenados. El hecho de que midieran más de dos metros y pesaran posiblemente unos ciento veinte kilogramos de puro músculo los hacía parecer no humanos y en cierto sentido, no lo eran.
Conformaban una congregación tan misteriosa que ni siquiera los capos maestres de las tríadas tradicionales podían explicar su origen, desarrollo y mucho menos someterlos.
El Oriente resplandecía con sectas, monjes, guerreros, asesinos, fabuladores y magos pero muy pocos o casi nadie había visto un Gentsai. Tenían en sus rasgos claramente antepasados de origen coreano. Cierta belleza heredada de las mujeres de la zona de Kwin Mae Ho en medio de la selva, donde según se cuenta eran tan bellas que algunos hombres que osaban espiarlas morían casi en el acto con un dolor insoportable en el pecho, entre la conmoción y la felicidad de una última y beatífica visión. Incluso algunos sabios recomendaban a los hombres muy mayores y cercanos a la muerte a hacerlo de esa manera para que en el momento sublime de la partida lo hicieran arrobados con la máxima expresión de humana perfección y llevados en el arrobamiento celestial de la belleza aspiraran a ingresar en el reino de la perfección.
Pero los Gentsai eran más que humanos y menos que dioses. Híbridos de dos mundos, resultaron de la cruza con seres venidos de ultramundo. Nadie sabía a ciencia cierta si ese otro mundo se encontraba aquí mismo en otra dimensión o si eran visitantes de las estrellas. En todo caso y a efectos de la guerra de familias de la clandestinidad, las tríadas, la yacuza y otras organizaciones menos conocidas, eran enemigos comunes para todos.
Su poder residía entre otras cosas en su particular don: eran inmortales.
Sin embargo habían sido vencidos en otros tiempos por los guerreros conjurados de las profundidades. Los Hidratantes, una clase de mercenarios surgidos de los reinos de las aguas.
Entrenados en la oscuridad con el único propósito de combatir a los Gentsai, habían desarrollado las técnicas adecuadas para incapacitarlos. Sabían que su debilidad estaba relacionada con su propio origen en las estrella de fuego. Al ser rociados con agua preparada especialmente con ciertos perfumes y ácidos, su corporeidad se desvanecía y pasaban a ser más espectros que humanoides y así perdían poder. No era posible matarlos pero de esa manera se los condenaba a vivir una inexistencia en el mundo de la materia.
Sin embargo esta operación solo podía ser realizada por los expertos Hidratantes, hombres y mujeres que tampoco eran del todo humanos. Vivían en profundas cavernas bajo el océano. Poseían branquias además de pulmones y estaban adaptados para ambos mundos.
En un pasado remoto vinieron a la tierra unos seres envueltos en humedad. Como nubes cargadas de lluvia, bajaron en miríadas durante las tormentas del fin de los mundos, hace ya más de diez mil años. Literalmente llovieron seres anfibios del cielo.
Rápidamente se internaron en aquellos lugares en los que podían sobrevivir y decidieron no interactuar con los terráqueos. Pero luego de algunos miles de años de pasar inadvertidos, los hombres comenzaron con los inventos, las máquinas y las armas para sumergirse en las profundidades y allí se produjo el encuentro. Al comienzo fueron apenas unos escarceos algo violentos pero luego ni unos ni otros podían mantener la situación. Los humanos eran toscos y poco efectivos bajo el agua y los anfibios no deseaban subir en absoluto, reyes de las cavernas subterráneas tenían más que suficiente para vivir y prosperar.
Quedaron entonces en calidad de leyendas y los sacerdotes de varios cultos los presentaron a la multitud como dioses del panteón sagrado.
Entre los grados superiores del clero se sabía de esta situación y formaba parte del proceso de conocimiento al que eran sometidos aquellos que integrarían el futuro consejo y su deber -entre tantos otros- era mantener los lazos con las criaturas del océano.
Así fue como en varias situaciones fueron convocados para realizar alguna tarea y recompensados adecuadamente. En esto los Hidratantes eran inflexibles. El pago se realizaba siempre bajo sus condiciones y jamás se había roto una promesa. Ellos cumplían con su parte y a cambio exigían lo mismo.
Subieron siete Hidratantes a enfrentarse con los Gentsai. El destino de ambos estaba sellado.
Nadie que no fuera de una especie no humana habría podido intervenir en aquel duelo.
KADAO TO MINURA, 2001 "LOS DESERTORES DE LA LUZ" (Ed. Morita)
Alguna clase de pegamento untuoso les salían de las manos y aún sus uñas se revelaban como un dispositivo retráctil.
Los ojos rasgados pero inmensos de color chocolate y las pupilas dilatadas por siempre ocupaban un centro negro, frío y resplandeciente como ágata hirviente.
Eran altos. Sus facciones eran bellas de una manera extraña, las narices eran pequeñas y afiladas al punto que parecían pinchar el aire y rasgar el velo de la vida con cada inspiración. Las mandíbulas parecían poder contener una fuerza poderosa como la de mastines napolitanos. El entrecejo marcaba un rictus que denotaba propósito y claridad y porque no, crueldad. Las cejas enmarcaban de manera perfecta esos rostros con líneas delineadas. Bocas rojas como talladas en mármol. Las orejas eran pequeñas y levemente salidas como radares. El pelo oscuro y lacio caía de a mechones prolijamente desordenados. El hecho de que midieran más de dos metros y pesaran posiblemente unos ciento veinte kilogramos de puro músculo los hacía parecer no humanos y en cierto sentido, no lo eran.
Conformaban una congregación tan misteriosa que ni siquiera los capos maestres de las tríadas tradicionales podían explicar su origen, desarrollo y mucho menos someterlos.
El Oriente resplandecía con sectas, monjes, guerreros, asesinos, fabuladores y magos pero muy pocos o casi nadie había visto un Gentsai. Tenían en sus rasgos claramente antepasados de origen coreano. Cierta belleza heredada de las mujeres de la zona de Kwin Mae Ho en medio de la selva, donde según se cuenta eran tan bellas que algunos hombres que osaban espiarlas morían casi en el acto con un dolor insoportable en el pecho, entre la conmoción y la felicidad de una última y beatífica visión. Incluso algunos sabios recomendaban a los hombres muy mayores y cercanos a la muerte a hacerlo de esa manera para que en el momento sublime de la partida lo hicieran arrobados con la máxima expresión de humana perfección y llevados en el arrobamiento celestial de la belleza aspiraran a ingresar en el reino de la perfección.
Pero los Gentsai eran más que humanos y menos que dioses. Híbridos de dos mundos, resultaron de la cruza con seres venidos de ultramundo. Nadie sabía a ciencia cierta si ese otro mundo se encontraba aquí mismo en otra dimensión o si eran visitantes de las estrellas. En todo caso y a efectos de la guerra de familias de la clandestinidad, las tríadas, la yacuza y otras organizaciones menos conocidas, eran enemigos comunes para todos.
Su poder residía entre otras cosas en su particular don: eran inmortales.
Sin embargo habían sido vencidos en otros tiempos por los guerreros conjurados de las profundidades. Los Hidratantes, una clase de mercenarios surgidos de los reinos de las aguas.
Entrenados en la oscuridad con el único propósito de combatir a los Gentsai, habían desarrollado las técnicas adecuadas para incapacitarlos. Sabían que su debilidad estaba relacionada con su propio origen en las estrella de fuego. Al ser rociados con agua preparada especialmente con ciertos perfumes y ácidos, su corporeidad se desvanecía y pasaban a ser más espectros que humanoides y así perdían poder. No era posible matarlos pero de esa manera se los condenaba a vivir una inexistencia en el mundo de la materia.
Sin embargo esta operación solo podía ser realizada por los expertos Hidratantes, hombres y mujeres que tampoco eran del todo humanos. Vivían en profundas cavernas bajo el océano. Poseían branquias además de pulmones y estaban adaptados para ambos mundos.
En un pasado remoto vinieron a la tierra unos seres envueltos en humedad. Como nubes cargadas de lluvia, bajaron en miríadas durante las tormentas del fin de los mundos, hace ya más de diez mil años. Literalmente llovieron seres anfibios del cielo.
Rápidamente se internaron en aquellos lugares en los que podían sobrevivir y decidieron no interactuar con los terráqueos. Pero luego de algunos miles de años de pasar inadvertidos, los hombres comenzaron con los inventos, las máquinas y las armas para sumergirse en las profundidades y allí se produjo el encuentro. Al comienzo fueron apenas unos escarceos algo violentos pero luego ni unos ni otros podían mantener la situación. Los humanos eran toscos y poco efectivos bajo el agua y los anfibios no deseaban subir en absoluto, reyes de las cavernas subterráneas tenían más que suficiente para vivir y prosperar.
Quedaron entonces en calidad de leyendas y los sacerdotes de varios cultos los presentaron a la multitud como dioses del panteón sagrado.
Entre los grados superiores del clero se sabía de esta situación y formaba parte del proceso de conocimiento al que eran sometidos aquellos que integrarían el futuro consejo y su deber -entre tantos otros- era mantener los lazos con las criaturas del océano.
Así fue como en varias situaciones fueron convocados para realizar alguna tarea y recompensados adecuadamente. En esto los Hidratantes eran inflexibles. El pago se realizaba siempre bajo sus condiciones y jamás se había roto una promesa. Ellos cumplían con su parte y a cambio exigían lo mismo.
Subieron siete Hidratantes a enfrentarse con los Gentsai. El destino de ambos estaba sellado.
Nadie que no fuera de una especie no humana habría podido intervenir en aquel duelo.
KADAO TO MINURA, 2001 "LOS DESERTORES DE LA LUZ" (Ed. Morita)