El litoral estaba cargado de deseos traídos por las aguas de los ríos Suan y Tenerosa.
Corrían serpenteando, ávidos de corroer la arena, entre los juncos y las piedras de granito pulidas por los siglos. Allí las personas vivían como si el tiempo fuese apenas una amable invitación para poner un orden a las interminables y bucólicas jornadas entre la siesta y la fresca.
El clima, pesado y húmedo no favorecía los grandes esfuerzos y por el contrario parecía premiar cierta astucia local para evadir el trabajo.
Entre las costumbres de aquel lugar se encontraba el arte de contar cuentos. Todo tipo de historias -la mayoría falsas- formaban el acervo cultural de toda una región. Tenían una especial predilección por los personajes míticos: el Fafausto, la Menenata, El Cocodrilo Yerbero, Cynthia-La-Encantadora o el Rompehuesos, todos ellos poseían una larga tradición oral y cada cuentero le iba haciendo un pequeño agregado al relato de modo que con los años se tejían cantidades de derivaciones, subtramas e incluso algunas versiones contradictorias entre sí.
En esas tierras fértiles, llenas de árboles frutales, pescados sabrosos y bizcochos deliciosos, el arte de narrar era la máxima expresión de la identidad. Así, con el tiempo, se crearon centros de cuenteros dirigidos al comienzo para los niños y luego llegando a formar asociaciones y clubes a fin de incrementar el patrimonio del imaginario local.
Se creó una biblioteca en la que se recopilaron miles y miles de historias y cuentos para deleite de las generaciones venideras.
Elpidio Goné era uno de los más veteranos en el arte de narrar los eventos que hicieron posible la fundación de esa gran comunidad llamada "El Uluquequén"que debía su fama a los mismos.
La elección de nombre se hizo por votación y la reñida elección la ganó el Uluquequén por tratarse de un suceso del que todos parecía haber tomado parte.
Desde chicos los habitantes eran enseñado a temer a un siniestro personaje llamado "El-que-se-mueve-sin-piernas" y lo que nació para asustar a los niños y evitar que se internaran en la selva terminó por convertirse en una leyenda con derivaciones casi milagrosas.
Se contaba que mucho tiempo atrás cuando el mundo aún era plano y recto, dos gallinas se pusieron a conversar. La más joven preguntaba a la otra acerca del origen del mundo y ésta le contó una historia.
Contó que mucho tiempo atrás cuando el universo aún era un embrión y los seres aún no tenían forma, dos entidades se encontraron y la más joven le preguntó a la otra acerca del comienzo de todo. La más anciana inició un relato en el que contó lo siguiente.
Muchísimo tiempo atrás, dos potenciales luces se encontraron en la inmensidad y la más pequeña le preguntó a la otra acerca de inicio de los primeros espasmos de luz y la más grande le contestó que un día y ante el bramido de un ojo cerrado apareció un ser hecho de lunas. Frío, plateado y redondo se escapó del reino del que todo lo creaba, el ojo ciego de la inmensidad. Con su huida también se perdió el balance necesario para que todo marchara bien y entonces el ojo se abrió por primera vez. Al mirar vio el reflejo del ser de luna en el agua y lo bautizo "El-que-se-mueve-sin-piernas" y luego de darle el nombre y ungirlo con la gracia de la existencia, lo desterró para siempre de su universo.
Cuando comenzaron los primeros asentamientos de nativos en las zonas acuáticas del litoral, ese ser ya era dueño de todo y puso una condición para dejarlos vivir allí. El trato permitía que se quedaran pero cada año uno de ellos debía ser entregado en sacrificio. Un niño o una niña. Y así fue por cientos de años hasta que se hizo presente un lagarto overo no muy grande pero muy decidido. Curiosamente logró pararse en sus dos patas traseras y abrió su boca llena de dientes filosos y amenazó con imponer su voluntad porque se creía el más poderoso de los animales de la zona. Del cielo bajaron volando una bandada de loros y entre chillidos tumbaron al lagarto que no tuvo más remedio que retirarse. No habían terminado la tarea cuando unos insectos muy pequeños pero que venían en cantidades incontables se apoderaron del lugar creando oscuras nubes que impedían ver más allá de las narices.
Y así, un animal desbarrancaba a otro entre el caos y la confusión.
Cuentan que fue entonces cuando el ojo vino a la tierra y se hizo roca. Del centro de unas piedras al costado del río comenzó a brotar un magma rojo como si la piedra sangrara.
El ser hecho de lunas y conocido por los nativos como "El-que-se-mueve-sin-piernas" se acercó a la piedra sangrante y una sola gota lo lastimó de tal manera que su piel escamada se deshizo y gritó de dolor. Así fue que se retiró y nunca más volvió. El ojo que sangraba fue llamado el Uluquequén por su poder de espantar a los demonios y forjar una identidad.
IARA ANAHÍ APACARAÍ-GUAZÚ, 1925 "CUENTOS DE ULUQUEQUÉN" (Ed. Mambeí-Ambé)
Corrían serpenteando, ávidos de corroer la arena, entre los juncos y las piedras de granito pulidas por los siglos. Allí las personas vivían como si el tiempo fuese apenas una amable invitación para poner un orden a las interminables y bucólicas jornadas entre la siesta y la fresca.
El clima, pesado y húmedo no favorecía los grandes esfuerzos y por el contrario parecía premiar cierta astucia local para evadir el trabajo.
Entre las costumbres de aquel lugar se encontraba el arte de contar cuentos. Todo tipo de historias -la mayoría falsas- formaban el acervo cultural de toda una región. Tenían una especial predilección por los personajes míticos: el Fafausto, la Menenata, El Cocodrilo Yerbero, Cynthia-La-Encantadora o el Rompehuesos, todos ellos poseían una larga tradición oral y cada cuentero le iba haciendo un pequeño agregado al relato de modo que con los años se tejían cantidades de derivaciones, subtramas e incluso algunas versiones contradictorias entre sí.
En esas tierras fértiles, llenas de árboles frutales, pescados sabrosos y bizcochos deliciosos, el arte de narrar era la máxima expresión de la identidad. Así, con el tiempo, se crearon centros de cuenteros dirigidos al comienzo para los niños y luego llegando a formar asociaciones y clubes a fin de incrementar el patrimonio del imaginario local.
Se creó una biblioteca en la que se recopilaron miles y miles de historias y cuentos para deleite de las generaciones venideras.
Elpidio Goné era uno de los más veteranos en el arte de narrar los eventos que hicieron posible la fundación de esa gran comunidad llamada "El Uluquequén"que debía su fama a los mismos.
La elección de nombre se hizo por votación y la reñida elección la ganó el Uluquequén por tratarse de un suceso del que todos parecía haber tomado parte.
Desde chicos los habitantes eran enseñado a temer a un siniestro personaje llamado "El-que-se-mueve-sin-piernas" y lo que nació para asustar a los niños y evitar que se internaran en la selva terminó por convertirse en una leyenda con derivaciones casi milagrosas.
Se contaba que mucho tiempo atrás cuando el mundo aún era plano y recto, dos gallinas se pusieron a conversar. La más joven preguntaba a la otra acerca del origen del mundo y ésta le contó una historia.
Contó que mucho tiempo atrás cuando el universo aún era un embrión y los seres aún no tenían forma, dos entidades se encontraron y la más joven le preguntó a la otra acerca del comienzo de todo. La más anciana inició un relato en el que contó lo siguiente.
Muchísimo tiempo atrás, dos potenciales luces se encontraron en la inmensidad y la más pequeña le preguntó a la otra acerca de inicio de los primeros espasmos de luz y la más grande le contestó que un día y ante el bramido de un ojo cerrado apareció un ser hecho de lunas. Frío, plateado y redondo se escapó del reino del que todo lo creaba, el ojo ciego de la inmensidad. Con su huida también se perdió el balance necesario para que todo marchara bien y entonces el ojo se abrió por primera vez. Al mirar vio el reflejo del ser de luna en el agua y lo bautizo "El-que-se-mueve-sin-piernas" y luego de darle el nombre y ungirlo con la gracia de la existencia, lo desterró para siempre de su universo.
Cuando comenzaron los primeros asentamientos de nativos en las zonas acuáticas del litoral, ese ser ya era dueño de todo y puso una condición para dejarlos vivir allí. El trato permitía que se quedaran pero cada año uno de ellos debía ser entregado en sacrificio. Un niño o una niña. Y así fue por cientos de años hasta que se hizo presente un lagarto overo no muy grande pero muy decidido. Curiosamente logró pararse en sus dos patas traseras y abrió su boca llena de dientes filosos y amenazó con imponer su voluntad porque se creía el más poderoso de los animales de la zona. Del cielo bajaron volando una bandada de loros y entre chillidos tumbaron al lagarto que no tuvo más remedio que retirarse. No habían terminado la tarea cuando unos insectos muy pequeños pero que venían en cantidades incontables se apoderaron del lugar creando oscuras nubes que impedían ver más allá de las narices.
Y así, un animal desbarrancaba a otro entre el caos y la confusión.
Cuentan que fue entonces cuando el ojo vino a la tierra y se hizo roca. Del centro de unas piedras al costado del río comenzó a brotar un magma rojo como si la piedra sangrara.
El ser hecho de lunas y conocido por los nativos como "El-que-se-mueve-sin-piernas" se acercó a la piedra sangrante y una sola gota lo lastimó de tal manera que su piel escamada se deshizo y gritó de dolor. Así fue que se retiró y nunca más volvió. El ojo que sangraba fue llamado el Uluquequén por su poder de espantar a los demonios y forjar una identidad.
IARA ANAHÍ APACARAÍ-GUAZÚ, 1925 "CUENTOS DE ULUQUEQUÉN" (Ed. Mambeí-Ambé)