Para cada clase de especulación había un diseño específico. Una constelación de ideas y argumentaciones con infinitos ribetes imposibles de ser recorridos en su totalidad.
Dadas las circunstancias era natural que los comandantes de las cinco estaciones solares evitaran cualquier clase de duelo verbal o escrito. Había un pacto tácito de no confrontar. Así podían al menos llevar a buen puerto cualquier plan o propuesta para gobernar un espacio tan vasto. El problema era el tiempo. Los acuerdos logrados para la configuración del mundo tridimensional eran complejos pero manejables; en cambio los aspectos referidos a la temporalidad que también debían gobernar convertían la más mínima decisión en una ardua tarea. Lo central era que cada uno vivía en una secuencia diferente de eventos que a su vez se veían predeterminados por las acciones y reacciones, por el flujo y reflujo de las marea estelar. Los cinco debían entonces acordar aún sin saber los efectos en cada uno de los cinco reinos. Un segundo de diferencia en un momento dado podía cambiar de manera radical el destino del universo todo afectando a los otros cuatro. La profecía decía que llegaría un día en que un enviado del ultramundo llegaría para ecualizar las energías sintonizándolo todo en una misma frecuencia. Llevaban miles de años esperando.
De una manera extraña todos accedían a no interponerse en los planes de los demás en una rara forma de conciliación entre pares.
En un pequeño cuarto había una gran mesa pentagonal con cinco sillas de cuero negro, muy altas y rematadas con cinco animales: un toro, un águila, un delfín, un carnero y una serpiente.
En el centro sobre un pedestal de madera de peral una escultura de un gato negro tallada en ébano. Sus facciones eran hermosas y su aspecto altivo y extrañamente ajeno. Como si no perteneciese a esa clase de ordenamiento.
Nadie sabía en verdad su origen ni su propósito en aquel lugar. Los comandantes odiaban a los gatos. En sus respectivas colonias eran considerados de mal augurio y perseguidos como plaga. Sin embargo y frente a la pequeña estatua negra presentaban sus respetos con devota actitud de respeto.
Se sentaron y unieron sus manos una sobre otra sobre la cabeza del gato y entonaron una melodía en tonos graves. El bramido intenso se hizo tan fuerte que hacía vibrar los muebles e incluso las paredes
De unos nichos laterales se abrieron unas compuertas de metal y bajaron dejando cinco aperturas iluminadas por un brillo magenta. Del centro emergieron unas figuras verdes que parecían de jade. Los cinco comandantes volvieron a sentarse en sus inmensos sillones y procedieron a intercambiar información.
El más antiguo, el Jefe Ordar tenía más de cien millones de años y ya estaba calvo y usaba un largo y fino bastón que le servía para flotar por los aires sin estrellarse. El más joven era Uthen el jorobado, un novato en el arte de la diplomacia pero con fuertes opiniones respecto a los temas en debate. Los demás llevaban miles de años conversando y logrando entendimientos consensuados.
No se esperaba nada de aquella reunión, solo más de lo mismo.
Pero sucedió algo inesperado. El gato tallado cobró vida y comenzó a hablar en la lengua antigua. Su mensaje fue claro como hielo de témpano: todos morirán.

BALTAZAR URRUTIA, 1987 "LOS DONES FELINOS" (Ed. Remmarka & Buthriloome)




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