Con sigilo, reptando entre las medianeras, subió sin ser vista como si estuviese hecha de humo.
Con los ojos fijos en la ventana del quinto piso continuó su andar delicado y grácil. Su traje de emaprol se fundía con el fondo de cemento en una suerte de metamorfosis óptica que la hacía casi invisible.
Le quedaba poco tiempo, apenas unos minutos antes de que ejecutaran al pequeño en un ajuste de cuentas entre pandillas de artistas callejeros.
Las reglas eran claras y conocidas por todos: nadie entraba en la zona de otro y nunca, pero jamás, se pintaba sobre una obra firmada.
Sin embargo el hambre de gloria y la necesidad de liderazgo habían  hecho que las facciones más fuertes y glamorosas se animaran cada día un poco más, atravesando zonas vedadas o incluso tapando grafittis adversarias con la malicia propia de los artistas, diseñando nuevos dibujos sobre los anteriores, dejando apenas un vestigio del anterior como para que se sepa que lo habían tapado a sabiendas y con intención.
Pero ella no estaba para mediar en las disputas de los reinos del arte callejero, tenían a su hermano y se había lanzado al rescate sola, sin ayuda de sus compañeros de aventuras.
El pequeño se encontraba amordazado a una silla de madera y sobre su cabeza pendía un hacha inmensa atada apenas con un hilo tendido hasta la manija de la puerta. Cualquier mínimo movimiento brusco y los veintitrés kilogramos de acero afilado caerían derecho sobres su rostro.
Ingresó por la ventana y midió los riesgos, analizando la situación con la mirada y con sus sentidos muy alertas. A los costados habían colocado planchas de vidrio finísimo que a la mínima vibración estallaría en pedazos haciendo volar las esquirlas en todas direcciones.
Bajo sus pies habían colocado una caja de zapatos semi abierta y dentro se veían moverse al menos diez o doce arañas venenosas apenas a unos centímetros de las piernas desnudas del niño.
Sintió un olor intenso, el lugar estaba regado de gasolina, incluso la cabeza del pequeño se veía mojada. Un pequeño chispazo y volarían en pedazos.
Serena no tenía miedo, era inmortal; en cambio el pequeño no y eso la hacía estar en máxima alerta.
Entre la nafta, el hacha, el vidrio y las arañas, Serena eligió retirarse. Su plan había sido rescatar a su pequeño hermanito pero en estas condiciones se hacía imposible. Sabía que en definitiva la querían a ella y que el niño era un anzuelo.
Saltó por la ventana del quinto piso y se estrelló contra el techo de un automóvil rojo lo cual hizo estallar los parabrisas y la alarma comenzó a sonar. Unos instantes después se levantó, aún un poco atontada por el golpe y se fue caminando por la calle sin que nadie se atreviera a detenerla.
Escondidos y mirando desde la ventana de un edificio frente al cuarto en donde estaba el niño, el grupo grafitero conocido como "Los sagrados pintamuros" observaban atónitos como Serena se retiraba. El desconcierto reinó entre el grupo y con los egos tan expuestos de cada uno de sus miembros, todos comenzaron a discutir y a culparse por el fallo del plan. Tenían un niño atado en un cuarto y las trampas activadas de tal manera que tampoco ellos podían desactivarlas. La estrategia de obligar a Serena a aparecer había parecido acertada pero nunca pensaron que ella se retiraría. Sobre el piso había cajas de pizza, y varias botellas de cerveza que el grupo venían consumiendo mientras corría el reloj.
Una explosión tremenda se oyó y del edificio con el niño salía humo. No podían ver nada.
Serena había colocado explosivos desde el piso de abajo y los hizo volar. Había hecho los cálculos y la caída del cemento sería más veloz que el desprendimiento del hacha, los vidrios no harían más que unos rasguños y el polvo de los materiales haría menos probable que el combustible estallara. Las arañas morirían aplastadas. Abajo lo esperó y lo atajó como pudo. El niño fue llevado en brazos, todo cortado y golpeado con gran susto y Los sagrados pintamuros se quedaron sin su venganza.
Todo había comenzado un año atrás. Serena llegó de las estrellas luego de haberse desmaterializado.
Era muralista y muy buena. No pertenecía a ninguna banda y no se identificaba con ningún estilo. Una tarde soleada se encontraba pintando con una gran brocha y pintura turquesa, cuando, de la nada, como un rayo, supo lo que tenía que hacer. Pintó con una velocidad casi imposible, arrojaba las latas y cubría con líneas negras, usaba aerosoles para realizar una figura con luces y daba sombreados renacentistas hasta que todo parecía vivir. Doce horas sin comer, sin beber, sin detenerse. Un éxtasis creativo que la llevaba progresivamente a que su figura de por sí pequeña, desapareciese de a poco volviéndose transparente como agua. Cuando acabó, vio lo que hizo y sintió miedo. Una máquina extraña con tubos y extraños motores de plasma se desprendía de la pared. Parecía haber cobrado una tercera dimensión y ella acercó su mano y la tocó. Ese fue su último instante de humana. Serena había coagulado su propia esencia de alguna forma ultra celular al mantener su estado de presente por tantas horas y eso la conectó  con fuerzas que no podía comprender pero que la llevaron a ser una habitante de varios universos.
Los pintores y muralistas agrupados en diversos grupos no sabían nada de esto pero si vieron el mural. Sintieron envidia. Sintieron odio. Tuvieron miradas cómplices que no significaban otra cosa que la sencilla realidad de que Serena era mejor -y mucho- que ellos. Decidieron castigarla. Taparon su mural con con pintura negra, el color de la censura. La buscaron durante un tiempo pero ella se había desvanecido, no solo físicamente sino de los registros y anotaciones de todos lados. Luego de un tiempo descubrieron a su hermanito que vivía en un orfanato y allí, entre el exceso de alguna droga y el alcohol los llevó a la absurda idea del secuestro y así poder atraparla.
La sabían peligrosa. Incluso algunos conjeturaron que era una especie de comando paramilitar y una agente encubierta.
No sabían que ella había estado en otras galaxias, que dominaba la gravedad, el clima, las corrientes de los vientos y que no podía morir.
Luego de eso, la banda se disolvió, y la anarquía continúo en las calles, pero de tanto en tanto, aparecía un mural que cobraba vida y no tenía firma. Todos sabían entonces que había sido Serena.

RASHID OZKU, 2007 "HISTORIAS DE LAS CALLES MARGINALES" (Ed. Minnerman)

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