El campo fue dividido en tres tercios. La mitad para la hermana mayor, el treinta por ciento de la mitad restante para la del medio y el veinte por ciento fue entregado a la más pequeña.
Lali, la menor, llevaba otro apellido y su madre había sido una prostituta japonesa de nombre Makita. El general Campos y Orellana era un hombre de rancia estirpe con un historial de antepasados patricios y no podía darle el apellido a una inmigrante de tierras lejanas, del dudoso y escandaloso oficio de meretriz y no bautizada.
Sin embargo la amaba. Makita sabía comprender sus estados anímicos, sus necesidades emocionales y físicas y de ninguna manera objetaba su propia posición. Al contrario, la respetaba y se mantenía feliz con el papel que el destino había elegido para ella. Poseía la belleza de las mujeres de oriente, ojos rasgados, boca y pechos pequeños y una aparente fragilidad que la hacían ver como una eterna adolescente. Sin embargo, detrás de las cortesías y modos delicados, tenía un temple de hierro. Tenía alrededor de cincuenta años y sus rasgos de porcelana nunca delataban sus pensamientos ni sus deseos. Como una muñeca pálida y brillante, parecía flotar en el espacio con sus kimonos rojos, rosados o turquesa.
Lali era su única hija y su belleza detenía los latidos del corazón. Había heredado de su padre los ojos azules, casi violáceos y también su frente amplia y una altura considerable. De su madre todas sus facciones y la blancura de su piel. Desde pequeña ya se sabía diferente pero lejos de incomodarse llevaba con orgullo la marca de la distinción. Fue una alumna perfecta y una hija obediente. Su padre la visitaba todos los días viernes y le traía regalos: chocolates.
Como llevaba el apellido de su madre, nadie la podía asociar con su familia paterna y nunca ella dio indicios de que eso le molestara. Para las listas del colegio o para los funcionarios del registro de personas ella era Lali Furasato, argentina, nacida en 1876 en la provincia de Entre Ríos.
Lali tenía quince años cuando falleció el general Campos y Orellana y asistió a la ceremonia fúnebre como una visitante más, sin hacerse notar y sin soltar lágrimas en público.
La herencia del veinte por ciento de las tierras dejada a su nombre fue tratado en secreto a través de su albacea el doctor Nigotte. Sus otras dos hijas y su mujer, doña Clara Albarguren Iniesta y Puentealto echó gritos al cielo, insultó y maldijo. Cuando luego de un rato volvió a la calma y ante el espanto de sus dos hijas, el albacea continuó leyendo el testamento.
"Y para mi esposa, Doña Clara Albarguren Iniesta y Puentealto de Campos y Orellana lego el contenido completo de mi cofre dorado, cuya numeración es 2-7-2. Una vez abierto su contenido será inmediatamente entregado a ella que hará de decidir el destino a darle"
Para cuando encontraron el cofre en cuestión y hubieron abierto su candado de hierro, todos estaban muy ansiosos por saber el contenido de semejante legado. Doña Clara tenía un temperamento exaltado, humor impredecible y lengua afilada, y todos temían una reacción incontrolada de su parte que incomodara a todos los presentes.
Dentro del cofre había otro cofre con su correspondiente llave. Con paciencia la abrieron. Dentro del segundo cofre que era de ébano y marfil, había una comadreja muerta.
Doña Clara, como era de esperarar puso el grito en el cielo, miró a la señora Furasato con rencor y con una sonrisa maliciosa dio instrucciones para que la irredenta perra japonesa en cuestión se llevara el inmundo bicho.
Makita Furasato saludó al estilo oriental con una inclinación y no dijo palabra. Se llevó el cofre en una carretilla que le prestó el doctor Nigotte y se retiró.
Al llegar a la casa, tomó un cuchillo afilado y le abrió la panza al oloroso animal muerto y dentro había cincuenta monedas de oro, una bolsa negra que contenía diamantes, rubíes y esmeraldas. También había una nota que decía:
"Querida Makita, mi muerte es solo una farsa, Estoy ahora navegando hacia Córcega y allí residiré si la Dios y la Virgen me lo permiten. Me han aceptado en el monasterio de Santa Bravísima Regidora de Deus Omnia y por un tiempo me dedicaré a la penitencia y la oración. Educa bien a Lali como lo has hecho hasta ahora y cómprale todos los viernes un chocolate de mi parte. Nos veremos en algún momento, aquí o en el otro mundo. En el mío de nubes y arpas o en el tuyo de dioses lejanos. Te ama de verdad, Lautaro"
Los campos fueron entregados a sus respectivas dueñas y Lali entabló una relación armoniosa con sus medio hermanas.
Doña Clara fue internada en el convento de la Sacra Piedad para tratar sus ataques de furia.
Makita envejeció con la dignidad de su raza y nunca más se supo de Lautaro Campos y Orellana hasta que un cierto día de octubre, un viajero de ultramar llamó a la puerta y dijo tener un mensaje para ella.
Le entregó una cruz de hierro. Ella tomó el objeto ceremoniosamente y comprendió en el acto que su amado había fallecido. Makita se quitó la vida con un puñal samurai y su hija la quemó en una pira funeraria.
SEBASTIÁN DELLA SANTINI, 1984 "ARGENTINA TIERRA DE MAGIA" (Ed. Tys)
Lali, la menor, llevaba otro apellido y su madre había sido una prostituta japonesa de nombre Makita. El general Campos y Orellana era un hombre de rancia estirpe con un historial de antepasados patricios y no podía darle el apellido a una inmigrante de tierras lejanas, del dudoso y escandaloso oficio de meretriz y no bautizada.
Sin embargo la amaba. Makita sabía comprender sus estados anímicos, sus necesidades emocionales y físicas y de ninguna manera objetaba su propia posición. Al contrario, la respetaba y se mantenía feliz con el papel que el destino había elegido para ella. Poseía la belleza de las mujeres de oriente, ojos rasgados, boca y pechos pequeños y una aparente fragilidad que la hacían ver como una eterna adolescente. Sin embargo, detrás de las cortesías y modos delicados, tenía un temple de hierro. Tenía alrededor de cincuenta años y sus rasgos de porcelana nunca delataban sus pensamientos ni sus deseos. Como una muñeca pálida y brillante, parecía flotar en el espacio con sus kimonos rojos, rosados o turquesa.
Lali era su única hija y su belleza detenía los latidos del corazón. Había heredado de su padre los ojos azules, casi violáceos y también su frente amplia y una altura considerable. De su madre todas sus facciones y la blancura de su piel. Desde pequeña ya se sabía diferente pero lejos de incomodarse llevaba con orgullo la marca de la distinción. Fue una alumna perfecta y una hija obediente. Su padre la visitaba todos los días viernes y le traía regalos: chocolates.
Como llevaba el apellido de su madre, nadie la podía asociar con su familia paterna y nunca ella dio indicios de que eso le molestara. Para las listas del colegio o para los funcionarios del registro de personas ella era Lali Furasato, argentina, nacida en 1876 en la provincia de Entre Ríos.
Lali tenía quince años cuando falleció el general Campos y Orellana y asistió a la ceremonia fúnebre como una visitante más, sin hacerse notar y sin soltar lágrimas en público.
La herencia del veinte por ciento de las tierras dejada a su nombre fue tratado en secreto a través de su albacea el doctor Nigotte. Sus otras dos hijas y su mujer, doña Clara Albarguren Iniesta y Puentealto echó gritos al cielo, insultó y maldijo. Cuando luego de un rato volvió a la calma y ante el espanto de sus dos hijas, el albacea continuó leyendo el testamento.
"Y para mi esposa, Doña Clara Albarguren Iniesta y Puentealto de Campos y Orellana lego el contenido completo de mi cofre dorado, cuya numeración es 2-7-2. Una vez abierto su contenido será inmediatamente entregado a ella que hará de decidir el destino a darle"
Para cuando encontraron el cofre en cuestión y hubieron abierto su candado de hierro, todos estaban muy ansiosos por saber el contenido de semejante legado. Doña Clara tenía un temperamento exaltado, humor impredecible y lengua afilada, y todos temían una reacción incontrolada de su parte que incomodara a todos los presentes.
Dentro del cofre había otro cofre con su correspondiente llave. Con paciencia la abrieron. Dentro del segundo cofre que era de ébano y marfil, había una comadreja muerta.
Doña Clara, como era de esperarar puso el grito en el cielo, miró a la señora Furasato con rencor y con una sonrisa maliciosa dio instrucciones para que la irredenta perra japonesa en cuestión se llevara el inmundo bicho.
Makita Furasato saludó al estilo oriental con una inclinación y no dijo palabra. Se llevó el cofre en una carretilla que le prestó el doctor Nigotte y se retiró.
Al llegar a la casa, tomó un cuchillo afilado y le abrió la panza al oloroso animal muerto y dentro había cincuenta monedas de oro, una bolsa negra que contenía diamantes, rubíes y esmeraldas. También había una nota que decía:
"Querida Makita, mi muerte es solo una farsa, Estoy ahora navegando hacia Córcega y allí residiré si la Dios y la Virgen me lo permiten. Me han aceptado en el monasterio de Santa Bravísima Regidora de Deus Omnia y por un tiempo me dedicaré a la penitencia y la oración. Educa bien a Lali como lo has hecho hasta ahora y cómprale todos los viernes un chocolate de mi parte. Nos veremos en algún momento, aquí o en el otro mundo. En el mío de nubes y arpas o en el tuyo de dioses lejanos. Te ama de verdad, Lautaro"
Los campos fueron entregados a sus respectivas dueñas y Lali entabló una relación armoniosa con sus medio hermanas.
Doña Clara fue internada en el convento de la Sacra Piedad para tratar sus ataques de furia.
Makita envejeció con la dignidad de su raza y nunca más se supo de Lautaro Campos y Orellana hasta que un cierto día de octubre, un viajero de ultramar llamó a la puerta y dijo tener un mensaje para ella.
Le entregó una cruz de hierro. Ella tomó el objeto ceremoniosamente y comprendió en el acto que su amado había fallecido. Makita se quitó la vida con un puñal samurai y su hija la quemó en una pira funeraria.
Lali quemó incienso y mirra y dedicó tres días de ayuno en honor a su padre y al cuarto día comió chocolate.
Doña Clara siguió loca y paranoica y no quería comer hasta que finalmente se fue de este mundo como vino: sola.SEBASTIÁN DELLA SANTINI, 1984 "ARGENTINA TIERRA DE MAGIA" (Ed. Tys)