El mar estaba agitado, pero a ella no le importó porque vivía en las montañas.
El cielo resplandecía con estrellas aunque para ella, siendo ciega, todos los días eran noches largas. Desde chica le habían hablado de los colores y ella los imaginaba dentro de un contexto de negrura sin sombras ni contrastes.
Su mundo interno era rico y complejo. Su olfato podía captar los aromas a kilómetros de distancia y diferenciar una fruta de otra, un animal herido o un pájaro en celo. También su conciencia migraba, siguiendo la línea invisible del olor. Alguna parte de su mente había construido una ciudadela con innumerables cuartos y dentro de cada uno, un mundo. A veces se sentaba por horas y como un girasol giraba sobre sí misma para captar los perfumes de los cuatro puntos cardinales. Lo describía com embriagante y rejuvenecedor. Captaba hasta las más pequeños cambios, ya por la densidad del perfume como por su reverberación en su sistema respiratorio.
Había aprendido a caminar sin chocar contra nada incluso a gran velocidad. Jugaba a que era un fantasma y que se movía a centímetros de los objetos corriendo a gran velocidad sin tocar nada.
Su percepción se había hecho tan aguda que podía descifrar la composición química de los elementos, aquí cemento, piedra, allá metal o vidrio. El vacío lo percibía como un vértigo, los elementos cortantes como un escozor; para moverse solo tenía que meterse aún más dentro de ella misma y confiar.
Con el tiempo pudo distinguir incluso enfermedades y a varios metros sabía de las intenciones de una persona. Su mundo se hizo enorme, tan vaso a veces le daba miedo. Los secretos se iban desovillando a su alrededor y todo su ser era un antena poderosa.
En braille leyó sobre física nuclear y cuántica y luego de un tiempo podía agrupar por niveles de radiación a todos los elementos del universo. Sabía de las partículas sub atómicas y del radio y la velocidad de los protones. Descifró enigmas que torturaban a los científicos y comprendió las mutaciones de los elementos y las variables de la energía.
Supo de ángeles, escapaba de los demonios que no conocen piedad y construyó a su alrededor un campo de luz pulsante que hacía de escudo y arma.
Durante un verano largo y caluroso sintió una intensa nostalgia. El recuerdo de algo que nunca conoció: su vida anterior. Hizo un esfuerzo por llevar su memoria celular hacia un tiempo pretérito pero no lograba pasar la barrera de la muerte. Una extraña sensación se apoderó de ella al notar que había un a oscuridad aún más intensa que la que ella conocía y dominaba. Sintió miedo. También alivio.
Por primera vez en sus treinta años de vida había distinguido un tono: negro y negro absoluto. Así como los sueños de los mortales colapsan en la mañana, su despertar en esta nueva totalidad se estrelló en el presente dejando una marca fría y sórdida.
Un estallido de adrenalina se apoderó de su cuerpo y supo que estaba por acontecer algo importante. No era la primera vez. La última reacción física tan intensa la llevó a comprender el magnetismo telúrico y las irradiaciones espejadas de los fotones, la metafísica de las ideas y la sincronía con el universo. Y la vez anterior la llevó a elevar su sistema inmunológico a tal nivel que un calor intenso la invadió y de sus ojos sin luz partieron llamas de fuego ardiente y azul que incendiaron parte de su cocina.
Ocurría por ciclos, a veces un estallido repentino producía la apertura de una nueva capacidad y a veces simplemente el entorno se alteraba y pasaban cosas.
Al comienzo intentó detener los procesos apenas sentía que se producían pero luego se acostumbró y los dejaba fluir para ver a donde la llevarían.
Pero ahora estaba entusiasmada con su nuevo descubrimiento, las dos clases de negro le hacían pensar que todo lo que sabía y todo lo que comprendía no era nada comparado con esto.
Para poder eclipsar su presente y remontarse hacia una nueva dirección se preparó durante un largo tiempo. Sabía por experiencias anteriores que sí se dejaba arrastrar por la corriente vibratoria de aquel magma de energía, podía perderse y tal vez nunca regresar. No es que le importara especialmente vivir o morir pero le parecía un desperdicio iniciar un vuelo sin poder de algún modo direccionar sus consecuencias. Lo llamaba "licuar la experiencia nutricia" y para ella eso significaba poder decantar lo vivido y transformarlo en un elemento viviente, una alquimia corporal.
Era solitaria y eso ayudaba, nadie a quien darle explicaciones, nadie que la esperara. Una soledad que lejos de desesperarla daba alas a sus impulsos.
Como un piloto de una nave interestelar chequeó todos sus controles internos: presión, flujo del torrente sanguíneo, densidad de los huesos, control de fluidos y conteo de glóbulos, neuronas y conexiones, velocidad e intensidad de la respiración, pulso y apertura de los vasos capilares de todo el cuerpo. Chasqueó la lengua, saboreó su saliva y el marfil de sus dientes, hizo muecas, sintió el frío y el calor, la humedad y el movimientos continuo de cada célula de su cuerpo.
Una vez que toda ella se concentró en un solo punto como un sol que implotara para proyectarse hacia un nuevo nacimiento, hizo foco en su ombligo, allí donde sentía que se daba la conexión más sutil.
A su alrededor hubo nubes, olor a azufre y a rosas, estallaron vidrios, las manzanas apiladas en platos grandes comenzaron a elevarse, flotando y permaneciendo a su alrededor junto con objetos, prendas, vasos y todo el agua se arremolinó a su alrededor como un torbellino de cristales que dejaban translucir reflejos de arco iris y aunque ella no podía verlos, sentía el aroma cromático de cada vibración y la disfrutaba y de alguna manera comulgaba con cada microscópico movimiento en una danza que de a poco parecía llevarse todo consigo. Las maderas comenzaron a largar un humo fuerte y se encendieron llamas y el fuego crepitaba y si alguien hubiese visto aquello sus ojos se hubiesen llenado de dragones y  seres alados que parecían congregarse de a cientos a su alrededor. Eran ángeles, como los de los cuadros del cinqueccento, grandes y enormes alas y rostros serios pero serenos portando varas de luz y también había seres de hierro con cascos de bronce pulido y ciervos gigantes tan grandes que sus cornamentas llegaban al cielo y habían seres líquidos, pequeños nadadores volcánicos; de las paredes surgían gases que tomaban las formas de los hombres antiguos y bailaban aquella danza junto a todos los otros sin que ninguno se superponga con nadie y en una armonía tan rara y armónica que la casa misma se transformó en un domo de proporciones no humanas para albergar a todos los visitantes que venían para compartir y alimentar aquel momento celestial.
Ella se contrajo, respiró y exhaló, respiró y exhaló y en un último instante de paroxismo, desapareció.

ZORAN VASILY NAYER-ZOLOV, 1999 "Y ELLA PARTIÓ" (Ed. Movanichev)


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